Opinión

Gestión y creación artística en Honduras

Hace algunos días leí un artículo que se titulaba “los siete pecados capitales en la investigación científica del tercer mundo”, de José Padrón Guillén. En dicho artículo se exponen siete problemas cardinales de la investigación científica en América Latina.

Me llamó poderosamente la atención, sobre todo porque los mismos problemas y vicios podemos rastrearlos en la creación artística y la gestión cultural en nuestro contexto. La lectura del artículo me facilitó visualizar algunos de los pecados capitales de la gestión cultural y la forma en que se realiza arte en nuestro contexto.

Es de hacer notar que tal esbozo es importante para resolver parte de los problemas que se presentan en el quehacer artístico, mismos que pueden superarse si se logra romper con las viejas tradiciones.

Al escribir estas líneas no pretendo ser original, ya que en gran medida he retomado la reflexión de Padrón Guillén para llevarla al terreno del arte y la gestión cultural en Honduras.


Por lo que espero que esta reflexión sea retomada por artistas y gestores culturales tan solo para iniciar un debate que permita superar los problemas que no permiten articular y superar la situación actual del arte y la gestión cultural en Honduras. Pienso que es la mejor manera de expandirnos y de hacernos mayores y mejores. A medida que Galileo reemplazó a Aristóteles y Einstein a Newton nos hicimos personas mayores y mejores; personas que podían vincular más cosas, sintetizar más datos, registrar más fenómenos, proponerse y llevar a cabo más proyectos. (Rorty, R. 2002)

La actividad artística en Honduras, como el resto de actividades sociales, no está exenta de los vicios y problemas que se desprenden de la desarticulación y fragmentación de la sociedad hondureña.

Éstas se realizan de forma fragmentada y desarticulada sin atender lazos vinculantes o visiones integrales que partan de un mismo nicho. Las entidades culturales se han constituido en pequeños nichos con una territorialidad y un gobierno propio, escasas veces se han emprendido proyectos vinculantes o se han generado espacios para impulsar desde visiones integrales la actividad cultural.

Algunos certámenes, entre ellos las bienales de artes visuales, en ciertos momentos se han dado a la tarea de proponer líneas de reflexión para la creación; no obstante, al concluir el evento se deja a un lado la temática y se evapora sin haberle dado la suficiente continuidad.

Al pasar los dos años se propone como eje de reflexión una nueva temática y se experimenta el mismo proceso, lo que evidencia que dichos certámenes se realizan para cumplir compromisos de promoción y divulgación de los productos de las entidades promotoras y no como espacios para impulsar la reflexión intelectual en el terreno de la experimentación artística. Si algo en este mundo debe estar interconectado es precisamente la producción de conocimiento, considerando que la actividad artística es una forma de conocimiento tan rigurosa y exhaustiva como la ciencia misma.

La producción del conocimiento artístico se da en forma de constelaciones y redes, que van progresando hacia adelante y engrosando en espiral, cada vez más complejas y abarcantes. Por tal razón, las instituciones promotoras de las actividades culturales, como el

Estado, están en la obligación de direccionar el arte bajo la gestión científica. Sin embargo, una institucionalidad que no invierte en cultura lesiona derechos fundamentales y la libertad de espíritu, las administraciones anteriores han suprimido presupuestos y aumentado la burocracia estatal y por ello su margen de acción ha sido absolutamente escasa y con poco impacto social.
Otro de los pecados o problemas en la creación artística y gestión cultural es el individualismo.

La práctica artística en Honduras se encuentra enfocada bajo una concepción individualista del arte, derivada de una visión también individualista y burguesa de la sociedad.

Los proyectos y certámenes artísticos en Honduras, así como la dirección de las instituciones culturales fueron diseñados como mecanismos de ascenso social dentro de ese esquema piramidal de progreso que es típico de la visión individualista y clasista del mundo social.

Dentro de la lógica de ascenso en la sociedad capitalista no todos pueden llegar a la cúspide, sino solo algunos, no necesariamente los mejores, sino los más hábiles en el arte de la maniobra y que empujan a los demás hacia abajo.


En nuestro contexto, en diversas ocasiones se han planteado discusiones estériles y con problemas superfluos que no han permitido sentar las bases de la creación y los vínculos armónicos entre nuestros creadores; al contrario, nos han distanciado y creado barreras eliminando las relaciones de solidaridad, confianza y reciprocidad.

La creación artística y la gestión cultural son algunos de esos componentes internos del mecanismo de ascenso individualista, que también están basados en la misma visión y su configuración es estrictamente isomórfica. Por las razones anteriores, es que muchos artistas y curadores utilizan su función creadora para ascender en estatus y para elevar su condición social en términos individualistas.

La máxima aspiración de muchos de los artistas de Honduras, así como de sus gestores y directores culturales no es resolver problemas en beneficio de los sectores más amplios de la sociedad, sino en la minúscula idea de ver su obra en las grandes bienales y certámenes internacionales, así como en las grandes colecciones de los más importantes banqueros o sus trabajos publicados en prestigiosas revistas de arte. Los mecanismos del ascenso social producto de la gestión y la creación artística se evidencian en la situación privilegiada de los ministros de cultura, directores de los salones de arte, museos, centros culturales, etc.,

Parte de este conglomerado de problemas es el crear por crear. Nuestra institucionalidad cultural no se interesa en productos de la creación artística destinados para estimular la reflexión.

No les importa lo que se produzca, sino solo aquellos elementos que puedan llevar a pensar que se hace gestión y una curaduría rigurosa. Aquí radica una de las más graves contradicciones desde el punto de vista de cualquier acción racional: el interés radica en promover la creación, en destacar que se hace curaduría, en convocar a eventos y miles de cosas más orientadas a la promoción y divulgación como proceso, pero jamás en atender a los productos culturales ni al modo en que tales productos puedan ser aprovechados o utilizados.

Los centros u órganos de gestión, financiamiento y promoción de la creación artística, en nuestro contexto, se preocupan por los formatos de solicitud para la participación de los eventos, junto a múltiples detalles de carácter burocrático, como ser los invitados de honor, el tipo de vino y alimentos que se consumirán durante la apertura del evento, pero no les pasa por su intelecto preguntarse cómo se utilizarán sus resultados ni en qué sector de la sociedad podrían ser ubicados.

Se contentan solo con saber que habrá una exposición o certamen artístico y que ésta se llevará a cabo de acuerdo a los cánones burocráticos.

En la misma dirección se presenta como parte de los vicios del sistema artístico la imitación, réplica y subordinación en la creación. El liderazgo en las grandes producciones artísticas está en manos de los países industrializados, mientras que en nuestro contexto nos limitamos a
hacer arte sobre las huellas trazadas a partir de ese liderazgo. Allá se hacen las grandes obras o transgresiones del sistema artístico y aquí se hacen las imitaciones y las aplicaciones.

Las obras de nuestros artistas no suelen ser bien vistas sino empalman con la visión del curador o jurado. Nuestros propios jurados y curadores a menudo consideran poco interesante cualquier trabajo que construya una visión propia con independencia, de modo que nuestra única opción consiste en producir obras que empalmen con la política de la institución y se conduzcan desde las pautas y lineamientos establecidos por la burocracia cultural.

De esa manera, se pueden diferenciar varios grupos de artistas, que por cierto Pablo Zelaya Sierra caracterizó muy bien en la década de los años veinte del siglo anterior (ver hojas escritas a lápiz).

Por otro lado, en nuestro país no se suele profundizar en qué consiste la creación, qué es lo que estamos haciendo, por qué trabajamos del modo en que trabajamos ni a qué obedecen o sobre qué se fundamentan las tomas de decisión dentro de la actividad artística.

Simplemente aprendemos un cierto modo de hacer las cosas, y se continúa por ese camino sin modificar las prácticas incorrectas a pesar de los grandes errores cometidos.

Por encima de todo, están nuestros escasos y nunca bien ponderados curadores, la mayoría de los cuales raras veces investigan, pero sí se empeñan en decirnos cómo tenemos que hacer arte.


La orfandad estética es producto de la escasa reflexión y producción filosófica, en unos casos se ignora que detrás de la acción creadora (y, en general, detrás de toda acción racional) hay todo un trasfondo sobre cuya base se legitiman y validan todas nuestras posibles operaciones y opciones de trabajo. Esto sucede cuando los creadores y curadores ignoran todo respecto a las teorías del arte.

Desafortunadamente, en todas las instituciones artísticas y culturales hay dos tipos de personajes claramente definidos: los burócratas y los transgresores.

La burocracia equivale a los sistemas de ordenamiento y control del modo en que los contenidos de trabajo fluyen desde su punto de partida hasta su punto de llegada a través de las arterias o trayectorias de proceso.

La transgresión artística, cuyo fundamento es la ciencia, equivale al contenido sustantivo de lo que fluye por esas arterias y trayectorias. L

os artistas transgresores que se respaldan en la gestión científica y humanística se dedican, por ejemplo, a investigar sobre un problema, mientras que la burocracia se dedica a controlar y a establecer pautas y un orden requerido, los tiempos de ejecución, los trámites para actuar… y aún a designar quiénes deben desempeñar tales o cuales funciones y cargos dentro del sistema de producción artística.

Podríamos seguir planteando problemas, pero para esta ocasión pienso que son suficientes, y si lo anterior se retoma con la suficiente madurez y preocupación profesional requerida puede iniciarse un rico debate que seguramente impulsará cambios importantes en nuestro sistema artístico cultural.

Espero de la mejor manera, que las líneas anteriores no sean tomadas de forma equivocada. No pretendo postularlas como verdades acabadas o definidas, sino más bien como puntos de partidas para originar el debate y poder incidir a través de la discusión colectiva en las transformaciones requeridas para el desarrollo de un arte integral y con raíces humanísticas.