La injusticia, la impunidad vivida a través de la historia nos hace sentir que siempre el tiempo favorece a los victimarios, a los injustos, a los corruptos, a los violentos, a los abusadores; hasta muchos libros y noticias nos los han mostrado como los santos, los buenos, los héroes. Las victimas a través del tiempo lloran, curan o nunca sanan sus heridas, y hasta mueren sin ver la justicia resplandecer. Es más, los victimarios, reiteradamente, hasta vuelven a delinquir y hasta revictimizan a las mismas personas y grupos a quienes han agredido, agravado, dañado y violentado sus derechos humanos.
Recientemente, ante tanta evidencia y tanta impunidad, toma mayor fuerza el señalamiento al peso de los individuos violadores de derechos humanos ante un sistema de justicia que no actúa de forma eficiente. La violación de derechos humanos en la calle por temas de convivencia y la violación de derechos en el ámbito privado han contribuido a renovar el marco conceptual en materia de derechos humanos. Los derechos de las víctimas deben ser garantías individuales al nivel de las garantías constitucionales, no solo los derechos de los inculpados, sean estos culpables o inocentes (no es este el punto).
La atención a las víctimas del delito ha estado relegada a lo largo de la historia del derecho penal. Y se han generado marcos rígidos y hasta escudos protectores para los inculpados. Es hora de revisar y equilibrar nuestro marco legal y el ejercicio de la justicia. Es hora de replantear y hacer eficiente la protección de los derechos humanos, su institucionalidad y sus actores.
¿Quién paga, quién restaura el daño moral, psicológico y económico de las discriminaciones por razones de origen de clase, por etnia o color de la piel, por sexo u orientación sexual, por ideas políticas y religiosas?
En nuestro país, hasta donde ser seguidor de un equipo de fútbol puede marcar una sentencia de muerte, es importante replantear y trabajar más y tener menos retórica por el derecho y el respeto a la vida.
Menos golpes de pecho y más predicar con el ejemplo. No solo proclamar leyes, políticas y planes, que es importante; sino, aplicarla en nuestro espacio de trabajo, en nuestra casa, vecindario, medio de comunicación, iglesia, es igual de importante.
Si en tu vida has vivido injusticia, violencia, muerte de seres queridos por manos de terceros, es hora de guardar un rato los pañuelos y los vestidos negros, o con ellos puestos levantarse y luchar por una verdadera justicia.
Hilda Caldera, doña Aurora Pineda, Julieta Castellanos, las madres del penal de Comayagua, la familias de tantos policías muertos, las víctimas de asaltos, las familias de tanto niño y niña víctimas de abuso sexual, los hijos, los huérfanos, las mujeres víctimas de violencia doméstica, que alzan su voz en juzgados y otros espacios, nos muestran que es la hora de las víctimas, no la hora de los victimarios que transitan por las calles de forma impune. ¡Es la hora de poner primero los derechos de las víctimas, no de los victimarios!