Opinión

Llamativa señal de alarma en la capital

Mientras los agricultores se quejan por el pobre régimen de lluvias este año debido al fenómeno El Niño, --que tiene en peligro a muchos cultivos--, en la capital hondureña una ligera lluvia en la madrugada del pasado viernes de nuevo puso de relieve la vulnerabilidad en que vivimos, al inundarse ocho viviendas, pero también edificios gubernamentales y hasta una sinagoga.

Y es que esta vez, contrario a los ya tradicionales daños que cada invierno trae a las abundantes zonas de riesgo de Tegucigalpa y Comayagüela, el problema se suscitó en una zona de alta plusvalía ubicada por el bulevar La Hacienda.

De hecho, las primeras dos personas evacuadas el mismo viernes –en lancha-- fueron dos ciudadanas estadounidenses, una de ellas voluntaria de una organización sin fines de lucro dedicada a la construcción de viviendas para personas de escasos recursos económicos.

Lo peor es que, según algunos habitantes de la zona, desde hace muchos días habían advertido a Copeco sobre el peligro que representaba el colapso del embaulamiento de una quebrada que pasa por el lugar, como ya había quedado demostrado con la inundación de algunas viviendas y el estacionamiento de la Secretaría del Trabajo y Seguridad Social (STSS) ocurrido por las lluvias del domingo 22 de junio.

El viernes también colapsó el sistema de aguas negras, por lo que los casi dos metros de agua acumulada, que obligó a los habitantes de las residencias a subirse al segundo piso, estaba contaminada de heces fecales. Solo por medio de lanchas podían ser evacuadas las víctimas.

Lo ocurrido en La Hacienda, con todos los componentes topográficos, de falta de prevención y con víctimas de alto estatus social, es una llamativa señal de alarma que debe atraer la atención de las autoridades municipales y de contingencias, ya que si eso sucedió allí, algo peor pudiera suceder en lugares de alto riesgo, con construcciones endebles y sin la mínima orientación profesional.

Las labores preventivas de limpieza de cauces de ríos, quebradas, cunetas, alcantarillas, no deben hacerse esperar; al igual que las labores de concienciación de la gente que vive en zonas de riesgo a fin de que abandonen sus viviendas ante la menor señal de peligro.

Si el mismo caos en que vivimos ha hecho imposible hasta ahora tomar todas las medidas preventivas ante la amenaza de las aguas, al menos hay que asegurarse que no se presenten pérdidas de vidas humanas.

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