Opinión

Llamó a las cosas por su nombre

Enemigo de las injusticias y arbitrariedades, utilizó su pluma y su talento para denunciar abusos, prepotencias, duplicidades perpetradas tanto por civiles como por uniformados que, valiéndose del poder lo utilizaron para beneficio personal y grupal en perjuicio de la población marginada y excluida.

Por su actitud valiente y vertical supo granjearse, de una parte, el respeto y gratitud de los de abajo, de otra, la animadversión y la enemistad de aquellos denunciados en su columna periodística.

Habrá quien afirme que su visión del mundo y de la vida fue dicotómica, bipolar, superficial. En todo caso, tuvo el coraje y la integridad para poner el dedo sobre la llaga purulenta, llamando a las cosas por su nombre, poniendo en evidencia las contradicciones, hipocresías, falacias, de aquellos que, al amparo de coyunturas privilegiadas, impulsaban posiciones e intereses personales y grupales.

Además de crítico social, ejerció la docencia universitaria: fruto de su práctica forense, publicó el texto “Curso de derecho de familia”, “Los órganos del Tratado General de Integración Económica”, “Integración Económica: el caso centroamericano”, “Cuatro ensayos sobre la realidad política de Honduras”.

Al ser llamado a ejercer funciones públicas supo aceptarlas cuando consideró que al desempeñarse en ellas podía contribuir, en calidad de funcionario, a poner en práctica sus ideas de adecentamiento y progreso en pro del beneficio colectivo. Fue así que fue nombrado ministro de Trabajo en dos ocasiones y director de la Policía Nacional, cargos en los que demostró, simultáneamente, su honestidad, integridad, capacidad.

Previamente, había laborado en la SIECA en calidad de consultor legal.

Ante su deceso, expresamos nuestras condolencias a su honorable familia, lamentando el desaparecimiento físico de un compatriota que se destacó tanto por su clara inteligencia como por sus cualidades intelectuales y morales.

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