Hastiado de escribir sobre villanos, sé que merezco por salud mental una vacación. Así es que tiendo la poltrona, escancio un escocés y abro un libro antiguo, “Reseña Histórica de Centroamérica”, de Lorenzo Montúfar (1881), quien en su tomo cuarto cuenta sobre la sensación que produjo en Guatemala la muerte del General Francisco Morazán.
Relata el erudito Montúfar que la prensa chapina insultaba todos los días al entonces presidente de Costa Rica: tirano, bandido, monstruo. Era ministro Juan José Aycinena, que odiaba a Morazán por haber derrotado a su hermano en San Antonio y porque el héroe había humillado a la aristocracia despreciando, ofendido, la dictadura que llegó a ofrecerle.
El lunes 17 de octubre, por buque de vela o por correo de tierra, recibió este ministro y sacerdote una esplendorosa noticia desde San Miguel acerca de la ejecución de Morazán, pero guardó silencio hasta comprobarlo.
Cuando estuvo seguro estalló en brincos de alborozo y puso a que el presidente del Estado, Mariano Rivera Paz, firmara la siguiente proclama (fragmento): “Compatriotas.
La Divina Providencia se ha dignado continuar su bondadosa protección a favor de los pueblos de Centroamérica, y debemos rendirle humildes gracias (…) Morazán, enemigo obcecado del orden, de la prosperidad y la libertad de los pueblos, ya no existe, terminó su carrera de modo desastroso en Costa Rica (…) esta circunstancia es muy notable: indica de manera singular que Dios no quiere que los pueblos que se proclamaron libres para ser felices, se convirtieran en patrimonio de un usurpador atrevido.
Compatriotas: ya no hay obstáculos para que se consolide la paz (…) Demos gracias al Ser supremo por los bienes que nos dispensa, y celebremos con demostraciones de júbilo el restablecimiento de la paz… Octubre 21, 1842”.
El guerrillero y machetero Rafael Carrera, antítesis de Morazán, emitió otra proclama y luego el presidente Rivera hizo decretar: “Art. 1º. El Gobierno acompañado de todas las autoridades civiles y militares, pasará el domingo 23 del corriente a la Santa Iglesia Catedral, con el fin de dar gracias al Todopoderoso por la singular protección que se digna dispensar a los pueblos de la República. Art. 2º. En todas las cabeceras de los departamentos se celebrará igual acción de gracias (…). Dado en Guatemala, sede de Gobierno, a 21 de Octubre de 1842”.
Prosigue Montúfar: “El 22 a las oraciones un repique general de campanas anunció la festividad” en que conforme al decreto se celebró solemne misa de gracias y Te Deum con asistencia de autoridades civiles y militares, jefes de rentas y oficiales del ejército. Las tropas de la guarnición formaron frente al templo y desfilaron en columnas hasta la casa del Supremo Gobierno (…) “las salvas de artillería duraron todo el día; por la tarde se situó una música militar en el paseo del Calvario y en la noche hubo iluminación general”.
Tal conducta no era extraña, advierte Montúfar, pues en épocas pasadas “el Papa Gregorio XIII puso a vuelo las campanas de Roma y mandó salvas de artillería cuando supo de las matanzas de la espantosa noche de San Bartolomé”. Se cantó Te Deum en la iglesia de San Marcos y a la noche hubo iluminaciones. Al siguiente día, junto a embajadores de potencias católicas, en el templo del Sacro Colegio dio nuevamente gracias a Dios, publicó un jubileo y acuñó una medalla en honor del suceso.
“El Cardenal de Lorena (…) celebró el asesinato de sus compatriotas con gran procesión y con letras de oro colocó a las puertas de la iglesia San Luis un brillante rótulo de agradecimiento a Dios. ¡Y todavía se habla de la moderación con que los serviles celebraron los asesinatos de septiembre”.
Terrible la historia centroamericana, no se puede descansar de ella y de su peso kármico. Donde se la lea brotan canallas.