Opinión

Ser padre no es cumplir la función biológica de reproducirse como constancia de nuestro andar por esta brevedad terrenal. ¿Cuántos ignoran quién fue su padre y cuántos no saben quiénes fueron sus hijos?

Esos niños crecen y repiten la historia del padre irresponsable y las niñas el infortunio materno. Los que superan ese atavismo social colocan a su madre en pedestal de orgullo, embalsamando su dolor con amor hasta su muerte. Ella fue arcilla moldeada en la adversidad.

El engendrador que abandona no tendrá una mano de apoyo ni escuchará la palabra “papá”, tan sencilla, profunda y bella.

Ser papá es entrega total en tiempo, espacio y circunstancia inspirando ternura, confianza, amistad y respeto para desvanecer los temores de la edad en desarrollo.

Los apellidos no proveen ética ni moral; es la carga genética y el comportamiento público y privado. Independiente del estrato social, igual es el delincuente de la marginal pobreza que el de la mal habida riqueza.

El padre corrupto tendrá hijo corrupto. El que vivió la trampa es tramposo. El hijo deformado aprende con avidez lo que enseña la inaudita altivez y esa escuela delincuencial impacta tanto, que pretendiendo emular y superar el ejemplo, practica y ejecuta sin remordimiento cualquier impropiedad convencido del aplauso de una desvalorizada sociedad.

Si llegan al poder -los conocemos- y vivieron la inmoralidad en todas sus expresiones, perfeccionan ese aterrador modelo perjudicando a su familia y a la población que deben servir. Gozan lo mal habido sin escrúpulos porque nadie ni nada los limita ni enmienda. Son los hijos del mal que compran el silencio de la justicia como hicieron sus ancestros. La corrupción es caldo donde se bate el futuro de un pueblo que, absorto, ve y penosamente calla.


Heredemos a nuestros hijos el derecho y el deber de ser gente de bien, enseñándoles honestidad como único galardón que pasa sobre el cieno sin perder su brillo, para que nunca sean señalados ni engrosen las listas de hijos de corruptos conocidos y no encarcelados. Que nunca sientan vergüenza y que nuestro legado sea su carta de solvencia. Es nuestra mejor herencia.

Puede el padre delincuente ensoberbecer a un hijo, pero jamás podrá evitarle el juicio final. Ser padre es una bendición de Dios, tengamos uno o más hijos, que obliga a tratarlos con respeto y perseverancia, abrigo y amor, porque ellos son nuestra vida prolongada. Si no somos buenos serán malos, si lo somos serán mejores.

Las lágrimas derramadas por el hijo de un mal padre jamás regarán su tumba ni tendrán una memoria agradecida. Nuestro futuro como país tiene un fuerte sustento en la formación que demos a nuestros hijos como padres responsables de inculcar valores que desgraciadamente estamos perdiendo, porque los olvidamos o nunca los tuvimos.

Rindo homenaje a los buenos padres que nunca se olvidan. El mío fue excepcional, dejó una huella de honor que sigo para que mis hijos también la dignifiquen. Él es ese espacio de ausencia que jamás podré llenar. Gracias papá…

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