A partir del mes de enero del 2014, Honduras contará con una nueva imagen de país.
La imagen de una persona, de una empresa o en el caso de Honduras, de un Estado, depende de un sinnúmero de elementos que la definen y que permiten a las demás personas, empresas u otros Estados determinar cuáles son esas características y, con base en un análisis de las mismas y del riesgo que conllevan, determinar su interés de vincularse con éste o no.
Las relaciones pueden ser de diversa naturaleza: financieras, analizando qué imagen tiene el Estado de Honduras, por ejemplo en función de sus niveles de endeudamiento o para inversión, determinando el nivel de seguridad jurídica que existe en el país.
También puede evaluarse el nivel de compromiso que el Estado tiene con los derechos humanos, por ejemplo, revisando el respeto que existe en Honduras por el bien supremo de la persona, la vida.
Es importante que los hondureños evaluemos en este momento cómo se encuentra nuestra imagen. La imagen de Honduras solamente refleja la imagen de sus ciudadanos y de sus autoridades.
La llevamos con nosotros en nuestro pasaporte cada vez que viajamos y cargamos con los elogios que nos genera el turismo floreciente de Roatán, como con las vergüenzas que nos originan los actos de corrupción que se cometen en el país.
Afortunadamente, cada cuatro años tenemos la oportunidad de un nuevo comienzo y el primer paso que debemos dar para lograr ese cambio consiste en elegir como presidente de la Republica a una persona que posea atributos, principios, valores y virtudes que permitan iniciar con pie derecho esta transformación.
A partir de enero, podemos tener un Presidente con una nueva imagen, construida a través de los años con la labor diaria del ejercicio profesional, austero pero digno.
Honrado en su vida pública y privada, ejemplo de padre de familia y de esposo devoto y fiel, leal en todo momento a sus principios y valores morales, que hace lo que dice.
En enero, podemos tener un Presidente que respeta el orden constitucional y la majestad de la judicatura, aún y cuando no esté de acuerdo con las decisiones que algunos jueces puedan tomar, reconociendo que el ejemplo que dé con su conducta rectilínea y subordinada a la ley y a la autoridad supera por mucho cualquier interés personal o coyuntural de su gobierno reconociendo que, a largo plazo, esto conviene al interés nacional, pues sienta las bases de la paz social, generando el respeto de sus subordinados y de la población a las instituciones republicanas a las que soberanamente decidimos someternos.
Podemos tener un Presidente con sólidos principios cristianos, pero respetuoso del estado laico y del pensamiento de aquellos que no comulguen con sus creencias, reconociendo que en Honduras todos somos iguales ante la ley, que no existen clases privilegiadas y que el ser humano sin distingos de sexo, raza, credo, estatus económico, político o social, es el fin supremo del Estado.
Podemos tener un Presidente a quien todos respetaremos, pues el respeto no se gana exigiéndolo, sino inspirándolo y construyéndolo mediante conductas de vida ejemplificantes que le permiten a un líder verdadero levantarse por encima del denominador común y poder dialogar hasta con sus más acérrimos enemigos, ya que el contrario reconoce esta virtud a simple vista y le rinde homenaje a la altura, incluso, de sus contendientes.
La pregunta no es si existe un candidato que reúna todas estas características. La pregunta es si los hondureños sabremos reconocerlo y, en esta ocasión, sin equivocarnos, elegirlo y darle la oportunidad de transformar el futuro de nuestro país.
Hace más de cuarenta años tuvimos la oportunidad de elegir como presidente de la República a don Jorge Bueso Arias, hace treinta años a don Enrique Aguilar Cerrato. Lamentablemente, ambas las desperdiciamos.
Sería otra la situación de Honduras. No permitamos que nuestros hijos nos recriminen en un futuro cercano haber dejado escapar la oportunidad de transformar nuestra patria.
Elijamos como Presidente a una persona que levantará y dignificará la imagen de nuestra nación. Veremos si tenemos la sabiduría para reconocerlo.