El mundo ve un nuevo capítulo de una vieja historia de conflictos que aunque distante tiene repercusión directa en nuestro diario vivir. El anuncio de un ataque al gobierno sirio subió el precio del petróleo y podría haberse elevado más.
No por razones de más inversión en la extracción y el aprovechamiento del crudo, pero por mayor incertidumbre en la estabilidad de una región históricamente volátil, debido a los intereses convergentes vinculados al petróleo.
Al final de los conflictos, los ganadores son los países petroleros, transnacionales, inversionistas e intermediarios. Los perdedores el resto del mundo, adonde discurrimos indiferentes en nuestra cotidianidad, con nuestra participación centrada en transferir el capital producto del alza en los costos.
No obstante, muchos países han creado conceptos, procesos y sistemas para adquirir y transformar la energía en potenciales de trabajo, productos y servicios. Así llenan sus necesidades y logran progreso, aun sin poseer petróleo.
Japón es un país limitado en recursos energéticos (petróleo, carbón y gas) que entendió con el primer embargo petrolero (1973) que debía lograr tres metas fundamentales: ahorrar, generar y usar la energía productivamente.
El país contuvo la brecha creciente entre el uso total de la energía y el Producto Interno Bruto, la estrechó y mantuvo balanzas comerciales positivas consistentes desde 1980 hasta 2010. La tragedia del tsunami obligó a la paralización de sus plantas nucleares y a la compra de más petróleo, con un enorme déficit comercial que ya supera también.
Honduras tiene un déficit mayor entre la disponibilidad y demanda real de la energía, junto a una brecha por ineficiencias entre su consumo actual y el uso productivo. Guardando distancias, nuestra situación no es tan diferente a la de Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial y anterior al primer embargo petrolero.
Su experiencia nos demuestra la asociación causal entre energía, trabajo productivo y desarrollo, además de que es posible encadenar los factores con efectividad cuando hay claridad de propósito, esfuerzo integrador y determinación.
Seguir comprando energía de los derivados del petróleo, carbón mineral, gas y electricidad traerá beneficios al país, pero obliga a preguntar cómo hacerlo mejor. Igualmente, cómo usar más productivamente la energía producto de la gran inversión en nuevas centrales hidroeléctricas, debiera ser tan importante como generarla.
La energía es fuerza que define la capacidad de ejercer trabajo y Honduras es deficitaria en ambos. El consumo diario nacional per cápita de energía eléctrica es menor a 0.5 kW diarios, similar a otros países pobres del mundo. Un país en desarrollo medio consume al menos 3 y un industrializado eficiente arriba de 6 kW diarios per cápita.
En términos simples, con nuestro elevado crecimiento demográfico y necesidades perentorias de crecimiento, obtener más energía eléctrica es asunto de interés nacional. Aun mejor es hacerlo de fuentes renovables, por su potencial de generar valor y distribuirlo localmente, como es el caso de la agroenergía encadenada al desarrollo.
Los carburantes mueven gran parte de la actividad nacional. Aun grandes países petroleros como Brasil y Estados Unidos se dedican a su producción, uso y exportación, bajo leyes que invitan la inversión y sustentan las industrias en amplias cadenas de valor.
La agroenergía sirve para la producción del etanol carburante y el biodiésel, con empleo masivo sustentable, mayor seguridad alimentaria en zonas rurales y ventajas ambientales.
Honduras no debe ser más un simple espectador de eventos que ocurren hoy en Siria y mañana en otro país. Tan solo se requiere de reformas puntuales al marco de la ley ya bien definidas, para abrir el mercado nacional y reglamentar su uso.
No hacerlo es seguir de espectadores en una tragicomedia mundial de nunca acabar, a un costo demasiado elevado para la nación.