Cuando Dios terminó de crear todo cuanto existe en el cielo, en la tierra, en los mares, en lo profundo de los abismos; cuando hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza se narra que Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno. (Cfr. Génesis 1, 1-31). Por eso corresponde siempre exaltar, alabar, glorificar a Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, reconociendo su poder y sus maravillas en el universo. Aunque dista mucho esa experiencia en quienes son alérgicos a la Iglesia Cristiana Católica, tildan a la religión de opio, se deleitan desprestigiando instituciones y personas, le restan importancia a la Iglesia y engrandecen a sectas fundamentalistas. Es así como se vive la libertad que nos regala Dios. Aún con este vaivén en el comportamiento humano, todas las personas son desde siempre amados por Dios.
Entre quienes glorifican eternamente a Dios están los relatos Bíblicos que narran la Anunciación del ángel Gabriel a la virgen María y el suceso milagroso en Isabel y su esposo Zacarías. Ella era estéril, y su edad fértil ya había sido superada. Ambos eran de edad avanzada. Es por el poder de Dios que de este matrimonio nace Juan el Bautista, el precursor, “el hombre más grande que haya nacido de una mujer” (Cfr. Lucas 7, 24-30).
La virgen María, Isabel y Zacarías fueron elegidos para confirmar a la humanidad entera que para Dios nada es imposible. Aunque no faltaron las dudas, ejemplo “Zacarías le preguntó al ángel: ¿Cómo puede estar seguro de esto? Porque yo soy muy anciano y mi esposa también… por dudar quedó mudo” (Cfr. Lucas 1, 5-25). Así también “María le preguntó al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?… al creer dijo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” Cfr. Lucas 1, 26-38.
Por haber creído, la virgen María es la primera cristiana en el Nuevo Testamento. Además, si el hombre llamó a su mujer “Eva”, por ser ella la madre de todos los vivientes (Génesis 3, 20), la virgen María es madre de toda la humanidad redimida y amada por Dios. La virgen María es madre inclusive de quienes aún reciben y viven según el bautizo de Juan el Bautista.
María permaneció virgen por haber hecho voto de castidad. Lo revela la respuesta que dio al ángel Gabriel quien llega donde ella estaba arrodillada en oración. María elegida por Dios como madre del Mesías, es la llena de gracia y conocía la promesa que existía desde hacía ya unos mil años: “Oíd, pues, casa de David ¿os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una Virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. (Cfr. Isaías 7, 10-14). Es una promesa en relación con un acontecimiento futuro, en relación con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre que vive entre nosotros. La promesa es que el Mesías habría de nacer de una virgen, siendo así que María haya hecho el voto esperando la mirada de Dios con humildad, con meditaciones y con oraciones. La consagración de la virgen María no es una casualidad, sino una respuesta de amor, porque se enamoró de Dios siendo muy joven. Esta realidad la hace ser “¡Bendita entre todas las mujeres y bendito el fruto de su vientre!” (Cfr. Lucas 1, 39-45).
Si la virgen María llega a decir: “Hágase en mí según tu palabra”. También Jesús dijo: “El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano y hermana y madre”. Desde la encarnación, Jesús comparte nuestra humanidad, nos unen a él los lazos de la sangre, de la raza, del medio, de la cultura: era de raza judía; vivió en un país determinado llamado Palestina; tenía una madre, la Virgen María, de quien recibió la sangre; tenía primos, llamados aquí “hermanos” según la costumbre de algunos pueblos, y particularmente en la Iglesia Católica, ejemplo: “Les ruego, pues, hermanos, por la gran ternura de Dios,… (Romanos 12, 1-2); hablaba la lengua aramea. Cuando Jesús expresa: “Estos son mi madre y mis hermanos”, está señalando a sus discípulos y sus apóstoles como sus parientes, como miembros de su familia divina. Y nos llama su madre, sus hermanas, sus hermanos.
Así que los lazos de sangre, de amistad, de raza no son tan decisivos en el Reino de Dios, ya que una nueva relación familiar se instaura; ahora son hermanas y hermanos de Jesús los millones y millones de bautizados en agua y Espíritu Santo (Cfr. Juan 3, 1-8). Todos los bautizados que hacen la voluntad de Dios son verdaderos parientes de Jesús. ¡Es así que la fe hace reconocer a la virgen María, que hizo la voluntad de Dios a la perfección, como Madre de Jesucristo y Madre nuestra! (Cfr. Mateo 12, 46-50).
Jesús, como hijo primogénito: Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, (Cfr. Lucas 2, 1-7). El Apóstol San Pablo lo llama el “primogénito de todas las criaturas” (Cfr. Romanos 8, 28-30). ¿Significa que María tuvo otros hijos? Desde la fe ¡ciertamente que sí, y muchos! Pero no según la carne pues, bajo ese aspecto, Jesús fue su único hijo. En fe, sí iba a tener otros hijos. Se registran los nombres: el apóstol Juan, el primero, nacido a los pies de la cruz, talvez Pedro sea el segundo, Santiago el tercero y siguen José, Judas, Simón, Lino, Pablo, Óscar, Marta, Suyapa, Rosa, Alejandra, Sandra, todos ellos, ustedes, todos nosotros que formamos parte de los millones y millones de hijas e hijos que tiene en los cinco continentes. (Cfr. Marcos 6, 1-6).