tegucigalpa
Como si se tratara de campeones mundiales, vitoreados y con el ensordecedor sonido de las sirenas, en plena madrugada de ayer jueves fueron recibidos en su casa, en el Cuartel General de lo Bomberos, los restos mortales de los dos héroes muertos en el cumplimiento del deber.
Rindiéndoles el saludo en señal de honor y respeto hacia sus personas, y formando un pasillo humano, compañeros de labores hicieron tributo a sus compañeros caídos: los subtenientes póstumos Josué Vargas Raudales y Felipe Santiago Varela Varela.
Ambos fueron velados durante cinco horas en el cuartel general del Cuerpo de Bomberos de Honduras, frente al Estadio Nacional, el que fue su segundo hogar por más de una década, al prestar sus servicios a la institución.
Les rindieron
homenaje
Su labor fue reconocida por propios y extraños porque murieron “con la botas puestas” en procura de un mejor futuro para el país, pero aun más, por salvarles la vida a sus demás compañeros.
El llanto fue inevitable. A pesar de formarse bajo una disciplina semejante a la militar, las lágrimas rodaron por las mejillas de sus colegas apagafuegos.
Los abrazos entre sí no eran suficientes para manifestar el dolor sentido por la pérdida irreparable de los subtenientes póstumos Varela y Vargas, quienes ofrendaron su vida en la defensa de los bosques de esta tierra llamada Honduras.
Los rayos del sol, que en muchas ocasiones los despertaron después de los agitadores turnos de noche, salieron inexorables ayer, pero esta vez significaba que tenían que despedirse del campamento que también fue como su hogar. Decirle adiós a su cuartel.
Y nuevamente a eso de las 7:00 de la mañana las sirenas comenzaron a sonar, la mano erguida pegando en la frente y su firmeza característica formaron un saludo para decir hasta siempre, compañeros de lucha.
Varela Varela iba en un carro cisterna rumbo a su hogar, a despedirse de sus deudos.
De adobe y de zinc. Sí, la humilde casa de sus padres en la que creció y se formó para unas décadas después convertirse en un hombre provechoso para la patria lo acogió nuevamente, pero ahora en una caja mortuoria.
Los amigos y vecinos del caserío Santa Cruz, al norte de la capital, no paraban de llegar hasta que se convirtieron en centenares de personas que quisieron despedir al hijo de don Felipe Varela Lagos, padre de Felipe Santiago.
Siempre quiso ser bombero
“Él siempre tuvo el sueño de ser bombero, pero primero estudió otra cosa y después se fue a meter a los bomberos porque me dijo: papá, me gusta eso”, relató a EL HERALDO el progenitor de Felipe Santiago.
Contó que “cada vez que hacían una obra bien hecha ansiaba más seguir trabajando”.
Don Felipe compartió que lo vio por última vez el martes. Su hijo le comentó que estaba pendiente de que lo llamaran para ir combatir un incendio en Uyuca y así fue.
Los desmayos y el llanto desmedido de los parientes fueron casi constante en aquella casa. No era para menos. Santiago, como más le conocían, era parte fundamental de la familia Varela Varela, muy querido en Santa Cruz.
La hora del último adiós llegó. El camposanto Jardín de Paz Perpetuo Socorro, a escasos 500 metros de su casa, lo esperaba para ser su última morada en la tierra.
Los presentes le brindaron aplausos que parecían interminables, por la loable labor que realizó durante su 13 años de bombero.
Finalmente, con un minuto de silencio, solo con el sonar de una trompeta, interpretando el mítico Amazing Grace, el subteniente póstumo Felipe Santiago Varela Varela fue sepultado en el cementerio de la comunidad.
Caravana
El cuerpo del subteniente póstumo Josué Vargas Raudales también fue velado en la capilla del Cuerpo de Bomberos de Honduras, ubicada en el cuartel general a inmediaciones del Estadio Nacional.
Atendiendo las disposiciones de los familiares del subteniente Vargas Raudales, no se permitió el ingreso de la prensa al velatorio y a la celebración religiosa que se realizó antes de trasladarlo al cementerio San Miguel Arcángel, ubicado en la aldea Las Casitas de Comayagüela.
Fue a las 2:25 de la tarde de ayer que una caravana de vehículos encabezada por un grupo de motociclistas, al igual que una motorizada de la Dirección Nacional de Vialidad y Transporte (DNVT) seguida por una enorme grúa en cuya parte superior era trasladado el féretro que iba cubierto con la Bandera Nacional, salió del Cuartel General, pasando por el bulevar Suyapa, luego el anillo periférico, hasta llegar al lugar donde fue depositado el cadáver donde descansará para la eternidad.
Desde que los vehículos salieron del lugar que por más de 15 años se convirtió en el sitio preferido de Vargas, las sirenas de las ambulancias no pararon de sonar.
Solo fueron interrumpidas con extensos aplausos en el momento en que el cadáver de Vargas Raudales descendía hacia lo profundo de la tumba. Mientras que los familiares, amigos y compañeros de labores no podían contener el llanto y las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Los familiares guardaron silencio ante la irreparable pérdida. Los que sí dieron a conocer las bondades de Vargas Raudales fueron sus compañeros, y lo definieron como un hombre que realizaba su trabajo poniendo en práctica todas sus capacidades al servicio de la población.
“El fuego nos traicionó y en ese momento no sabíamos para dónde correr, pues los cinco compañeros que están graves lo hicieron hacia abajo de la colina y nosotros hacia arriba” contó el teniente Sergio Madrid, quien resultó afectado por las llamas en las que perdió la vida Josué Vargas Raudales.
“Realmente él solo hizo una llamada de ayuda y solo se encomendó al Señor Jesús”, contó Madrid