TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Vender elotes cocidos en el puente 12 de Julio —nombre oficial del popular puente Carías— no es a simple vista la actividad más agradable para una niña.
El bullicio sobre el “puente de las patas coloradas” es ensordecedor: vehículos y vendedores por doquier. Cientos de personas de un lado para otro, pasando de Tegucigalpa a Comayagüela y viceversa en una movilización interminable en la capital hondureña.
Entre el mar de personas está Iris Ávila, de apenas 10 años, su presencia en el puente se la ganó a pulso; lloró, pataleó y gritó en un berrinche casi épico que le valió un buena regañada, todo por acompañar a su mamá Julia Gutiérrez a vender elotes.
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Ambas caminan todos los días desde la popular colonia Soto con el producto preparado para satisfacer a sus clientes, son un equipo excepcional, aman permanecer unidas y soñar con salir adelante a base de trabajo.
Iris no se le despega nunca a su heroína que, a pesar de tener un marido alcohólico y cuatro hijos por alimentar, jamás se doblega, peor reniega, solo demuestra a sus hijos que el trabajo honrado no siempre otorga riqueza, pero permite en medio de las carencias salir adelante.
La venta de elotes no otorgó riquezas, “pero nunca nos faltó nada, las cosas que pedimos siempre las tuvimos”, confesó Iris Ávila, hoy convertida en una madre de familia de dos pequeños: varón y hembra.
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Luto
El recuerdo con su mamá vendiendo elotes es un tesoro mágico que la transporta en un viaje por el tiempo. “No estoy preparada para vivir sin mi mamá, si pudiera verla una vez más le diría que por favor no se fuera, me duele demasiado”.
La última vez que la vio con vida fue bajando en una camilla de una ambulancia en el Hospital Escuela, “me dijo que le habían quitado la ropa y le respondí que no se preocupara”.
17 días después el covid-19 le arrebató la vida, “me llevó a mi madre, no la volví a ver, tampoco la pude velar, mis hijos me preguntan por ella, no se pudieron despedir de mamita. La amé todos los días de mi vida, traté de darle todo, lo que pidieron los doctores se compró, yo di todo por mi mamá, así como ella lo hizo por mí”.
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En una situación igualmente devastadora pasa sus días Eva Cruz, otra jovencita que vivió su niñez entre el bullicio de la quinta avenida de Comayagüela, donde desde el 2001 acompañó a su adorada madre, Sonia Fúnez, con su venta de alimentos.
La última vez que pudo apreciar su rostro fue a través de una videollamada. Sonia, la mujer trabajadora, sonriente, amable y cariñosa, apenas podía hablar.
Los estragos del covid-19 la mantenían con su respiración agotada, conectada a un respirador en el Hospital Escuela. “Me duele todo, oren mucho”, pidió a sus vástagos.
A pesar del impacto de ver a su madre grave, la observó fortalecida en Dios, en todo momento confió en que iba a salir adelante, pero el destino tenía marcado otros planes.
Hablar de su madre para Eva es tocar el lado más sensible de su vida, tres palabras y viene el llanto, una frase más y sus lágrimas no pueden parar, el dolor que transmite es contagioso e indescriptible.
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Sonia la crió con el ejemplo del trabajo, entre ollas y recetas secretas de comida que acrecentaron su fama en el mercado como una chef profesional.
“Son recuerdos hermosos. Mami siempre nos dio confianza, un ejemplo de lucha, trabajo honrado. La extraño tanto”.
Al igual que otras víctimas de la enfermedad, saber dónde se contagió es un misterio, sus enfermedades de base la llevaron de un triaje a un hospital y luego a otro hasta deteriorar de gran manera su salud.
“Pensé que iba a ser un proceso donde iba a estar aislada en casa, no me imaginé esto, es algo súper doloroso, difícil de llevar, cada momento es un recuerdo, tantas cosas lindas que tenía mi mamá”, confesó.
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Los nietos de Sonia, una pareja de hermosos gemelos y una bella niña, aún procesan la falta de su abuela, “era demasiado cariñosa, uno de los gemelos la lloró hace poco y el otro lo consoló, solo tienen dos años, mi niña va de a poco, entiende un poco más y extraña a mi mami”.
Hasta el último momento Sonia se preocupó por sus clientes, incluso en su lecho preguntó por el negocio “El sazón de Sonia”, ubicado en La Norteña. “Mami era puro amor, nadie podría emitir un mal comentario, su nobleza y carisma eran impresionantes”.
Ahora Eva continúa su legado, toma fuerza en sus hijos, recuerda la lucha de su madre, se conforta en todos los años que compartieron juntas pues fueron inseparables en los buenos y malos momentos.
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Golpe en todas las edades
La joven madre también es huérfana, sin importar si tiene 10, 20 o 30 años, no estaba preparada para perder a su mamá, hablar de ella le ocasiona un llanto profundo, un vacío, no lo puede superar, el recuerdo del ser que más la amó en la tierra es demasiado poderoso, no hay consuelo para su dolor, las palabras para describir el amor que tenía por ella resultan insuficientes.
Eva Cruz es uno de los más de 30,000 hondureños que han perdido a uno de sus padres por culpa del covid-19, según un análisis realizado por la Unidad de Datos de EL HERALDO Plus.
A estas personas de todas las edades les tocó enterrar a los seres que les dieron la vida, cargan el resentimiento contra la pandemia por ensañarse cruelmente.
Lamentan no haber podido despedirse de una mejor manera e incluso se castigan pensando en que se pudo hacer algo más.
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La Unidad de Datos de EL HERALDO Plus cruzó cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), a partir del último Censo de Población, y de los muertos confirmados por el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager).
En Honduras había 6,631 muertos al 13 de junio del 2021 por el virus, pero para precisar el impacto hay que descartar las víctimas que fueron niños, calcular el promedio de hijos en el país y atender a que la mayoría de decesos ocurrió en un segmento con bastante descendencia.
La Unidad de Datos de EL HERALDO, para tener un número más preciso, determinó el promedio de hijos por edad en Honduras, con base en el Censo de 2013 del INE. Aunque ya tiene ocho años, es la única fuente con datos desagregados por edad. Esta información se cruzó con los datos de muertos por edad.
Tras el ajuste a los cálculos se concluye que en promedio por cada víctima de covid-19 cuatro hijos o hijas quedaron sin sus padres en Honduras.
Entonces, el número se eleva a unas 30,000 personas (de todas las edades) que quedaron sin al menos uno de los progenitores, partiendo que hay muchos muertos en el rango de 50 a 79 años, la generación con más hijos.
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