Chinandega, Nicaragua
Por lo menos mil descendientes residentes en varios países del istmo se sienten orgullosos de llevar en sus venas la sangre del máximo héroe que, antes de morir el 15 de septiembre de 1842, escribió con firmeza y convicción: “declaró que mi amor a Centroamérica muere conmigo”.
Estos parientes -parte de ellos contactados por EL HERALDO- tienen los rasgos físicos del mártir de la unión: nariz pronunciada, orejas grandes, blancos, altos en un buen número y delgados.
Están distribuidos unos 600 en Costa Rica y alrededor de 400 entre El Salvador y Guatemala, y no se descarta que también en Honduras haya algunos, aunque algunos historiadores afirman que los Morazán de nuestro país no son descendientes directos; sin embargo, según las primeras fuentes consultadas por EL HERALDO, hay posibilidades de que más de alguno sí lo sea y seguramente será parte de otro capítulo de esta investigación.
Hay indicios de que un descendiente directo está en Honduras, sobre todo de las generaciones de Adela, la hija menor de Morazán que se asentó en El Salvador.
En Guatemala podrían estar las generaciones que provienen de más de alguno de los tres hijos del caudillo: Nicolás Fuentes Morazán, Antonio Ruiz Zelayandía y Josefa Fuentes Morazán.
En Nicaragua viven los familiares que provienen del matrimonio de Francisco Morazán Moncada con Carmen Venerio Gasteazoro, hija de un próspero empresario agrícola.
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De este matrimonio se derivan las familias Deshon, Infante y Avilez, muy conocidas en Chinandega y a quienes, después de varias investigaciones, EL HERALDO logró contactar.
El niño Morazán Moncada era muy pegado a su padre, que lo crio, lo educó hasta donde pudo y lo anduvo por diferentes partes como testigo de sus históricas gestas.
Su madre era la hondureña Francisca Moncada, “sobrina de Liberato Moncada, excompañero de estudios del héroe”, cuenta el historiador Miguel Cálix Suazo.
Historia digna de contar
El hijo de Morazán tiene una historia especial. A sus 14 años pretendió sin éxito escribir el testamento que, antes de morir, su padre le dictara, pero al ver a su pequeño emocionado, víctima de los nervios y del llanto sin cesar, Morazán le quitó el papel y el lápiz para terminar el histórico documento.
Cuando el niño escribía “declaro que no he merecido la muerte”, no soportó este duro momento y comenzó a llorar.
Cuando caminaba al patíbulo, Morazán escuchó la voz de su amigo Mariano Montealegre Romero que llorando le daba la despedida. El máximo hombre se acercó donde su amigo, se sacó un pañuelo para que se lo entregara a su esposa María Josefa, le dio su cigarrera para que la guardara en su memoria y de paso le recomendó a sus hijos.
El niño, según cuentan los historiadores que se basan en testimonios de le época, lloraba y se agarraba de las piernas de su padre, para que no avanzara, pero los asesinos lo apartaron para continuar su marcha al cadalso.
El inocente niño fue testigo de una muerte cruel, despiadada e injusta. Días después de consumado el hecho, la esposa de Morazán huyó hacia El Salvador llevando a la otra hija de Morazán -Adela, de cinco años- mientras Morazán Moncada emigró hacia Guatemala. La tragedia perseguía a este jovencito.
Su descendiente, Javier Pérez Montealegre, en entrevista con EL HERALDO, recordó frases que sus abuelos le contaban, transmitidas por el propio hijo del prócer.
Los enemigos de Morazán, no conformes con al asesinato del líder unionista, buscaron al niño en una escuela de Guatemala. “Lo llegaron a sacar para matarlo, pero lo que pasó fue que se paró un cipote y les dijo (a los que preguntaban): allá, y cuando él señala un chavalo se para. Entonces lo sacan para afuera y lo matan. Y resulta que ese no era el chavalo Morazán Moncada”.
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Consumado el hecho y salvándose de milagro, el hijo de Morazán recibió la orden de su profesor: ¡Andate!, y por eso vino a formar la vida acá a Chinandega”, dijo Pérez Montealegre.
Lo mandó a traer don Mariano Montealegre, quien lo educó, lo casó y lo involucró en los negocios agrícolas.
El testimonio transmitido de generación en generación coincide con el historiador Cálix Suazo cuando afirma: “En Guatemala el niño fue acechado de muerte por los esbirros del dictador Rafael Carrera, acérrimo enemigo del general Morazán”.
Una vez en Chinandega, ya casado con Carmen Venerio, Morazán Moncada fue testigo de otra tragedia: el asesinato de su suegro.
Don Alberto Avilez Sosa, otro descendiente de Morazán, entrevistado por EL HERALDO a pocos metros de donde vivió el hijo huérfano, cuenta que al suegro de Morazán Moncada, don Bernardo Venerio, “lo secuestran y su familia ofrecía pagar su peso en oro, lo pagaron y aun así lo matan”.
“Don Bernardo Venerio era el empresario más grande que había aquí en occidente, en El Viejo. Tenía barcos, viajaba por el mundo”, resaltó. El hijo de Morazán, atendiendo consejos de su padre, nunca se involucró en la política.
Los descendientes del hijo benemérito son muchos en Centroamérica. Que EL HERALDO haya dado con ellos, convirtiéndose en el primer periódico hondureño en hacerlo (y en haber encontrado parte de sus pertenencias), es un aporte a la historia.
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