TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.
ENOC. El 2 de diciembre de 2019 desapareció en la ciudad de Tela, Atlántida, un niño de doce años. Su nombre: Enoc Pérez. Con él desaparecieron su abuelo, un tío y su niñera. Pocos días después, en una zona montañosa de Tela, conocida como Campo Elvir, fueron encontrados los cadáveres de los hombres, enterrados casi a flor de tierra. El 8 de diciembre encontraron el cadáver de la niñera. De Enoc no se supo nada.
El niño vino de España para pasar vacaciones con los familiares de su madre, sin embargo, lo esperaba la tragedia. Hasta el día de hoy, un año después de su desaparición, no se sabe nada de él y, a pesar de la intensa búsqueda que hicieron las autoridades, amigos y vecinos, el misterio del Campo Elvir sigue sin resolverse.
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Dos días antes de que encontraran el cuerpo de la niñera, la Policía capturó a un hombre de treinta años por suponerlo responsable de los crímenes. El 10 de diciembre, luego de una fuerte discusión, este hombre sufrió un atentado con arma blanca que lo tuvo al borde de la muerte. Su nombre es Brayan Humberto Alas. Luego de su recuperación en el Hospital Mario Catarino Rivas de San Pedro Sula, fue trasladado a la cárcel de La Tolva, en Morocelí, El Paraíso. Desde ese día, el misterio en torno a los crímenes que se le imputan se hizo más hermético y, después de muchos interrogatorios, la Policía se encuentra en un callejón sin salida.
Brayan Humberto Alas es un misterio que los detectives de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) tal vez no puedan resolver nunca.
“Habla con soltura –dice uno de los oficiales de la Policía que lo ha entrevistado- y se expresa como un hombre con muchos conocimientos y con una vasta cultura, pero cuando se le toca el tema de las muertes del Campo Elvir se queda callado y es más fácil hacer hablar a una piedra que a él”.
El oficial hace una pausa.
“Queremos saber dónde enterró el cuerpo de Enoc –agrega, después de una pausa–, pero no habla de eso nunca, a pesar de que hemos usado todas las técnicas posibles para ganarnos su confianza”.
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Otro oficial interviene y dice:
“Sabemos que él es el asesino de las tres personas que encontramos enterradas, y estamos seguros de que él fue quien raptó al niño… Por desgracia, no podemos asegurar que el niño esté con vida, y solo Dios y él saben qué fue lo que pasó con Enoc y dónde está”.
¿Pero quién es Brayan Humberto Alas?
DPI. Rommel Martínez, comisionado de Policía, es uno de los directores de la Policía de Investigación que más se han esforzado por profesionalizar la institución, tanto, que hoy se reconoce a la DPI como una de las policías científicas de investigación criminal más efectivas de América Latina. Y este es uno de los más grandes logros de Rommel Martínez.
“Amo mi profesión –dice–, y nada deseo más que servirle a la población y a mi país. Por la gracia de Dios soy policía, y el policía se forma para servir, ayudar y proteger a la población”.
Hace una pausa, y agrega, con el mismo entusiasmo: “Pero, no quisiera dejar el cargo sin resolver antes algunos de los casos criminales más complejos que tiene en sus manos la DPI. Uno de ellos es el de una mujer humilde y sencilla que fue sacrificada en un ritual satánico, en la aldea Corralitos, del Distrito Central, y otro es la desaparición de Enoc Pérez, el niño de doce años de Tela… Aunque tenemos al principal sospechoso de haber cometido el crimen, no estamos seguros de qué fue lo que pasó con Enoc, y no estaré tranquilo hasta que encontremos sus restos, si es que ya no vive, o hasta que el señor Brayan Alas confiese”.
“Hay un misterio grande alrededor de Brayan Alas –interviene otro oficial–, y la suya es una vida llena de tragedias, las típicas de los asesinos en serie, y estamos seguros de que este hombre es un asesino en serie, tan frío, cruel y calculador como Alma Cleotilde Grand Pérez, 'la Bruja Cleo', la primera asesina en serie mujer de la historia criminal de Honduras…”
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NIÑEZ. A Brayan lo crió su madre. Su papá murió cuando él tenía apenas dos años de edad, y no tuvo nunca una figura masculina con la que identificarse mientras crecía. Sin embargo, “decidido a ser alguien en la vida”, emigró a Estados Unidos, donde trabajó sin descanso, estudió el bachillerato y trató de ingresar a la universidad, pero, capturado por Inmigración, fue deportado a México, ya que se hacía pasar como mexicano y portaba documentos de aquel país. Aquí permaneció cuatro largos años, esperando la oportunidad para pasar de nuevo a Estados Unidos. Cansado de ver frustradas sus aspiraciones, regresó a Honduras. Poco tiempo después de su llegada, la Policía encontró un cadáver enterrado de pie. Era el cuerpo de una muchacha que había desaparecido hacía unos días, y a la que le habían cortado los brazos.
“Lo hizo el asesino para que cupiera perfectamente en el hoyo vertical que hizo para enterrarla de pie”.
“No podemos creer en esto –lo contradice un criminalista, experto en perfil psicológico del criminal–. Si el cuerpo no cabía en el hoyo, bastaba con hacerlo un poco más amplio, o de juntar los brazos hacia adelante, presionando y hasta dislocando los brazos de los hombros. Cortar los brazos de la muchacha responde a un ritual, y se convierte en la firma del criminal, de la misma manera en que castrar el cadáver de un hombre nos remite de inmediato a un crimen con connotaciones sexuales, a una venganza que castiga un daño sexual, y a un criminal con desórdenes de ese tipo, que fue abusado en su niñez y que no se detendrá en su carrera de asesino en serie hasta que sea muerto o detenido. Entonces, ¿por qué le corta los brazos a la muchacha? Pues por lo que los brazos representan, por lo que dan las manos desde el punto de vista afectivo, y que es de lo que el asesino careció en su niñez. Y, aunque parezca absurdo, debemos saber que los asesinos en serie tienen motivaciones que a cualquiera pueden parecerles absurdas, pero que para ellos tienen un significado especial y que representa, que proyecta las carencias sufridas en su niñez, sus deseos, sus ansiedades, sus miedos y muchos aspectos más de su personalidad, marcada por los abusos sufridos”.
“Y Brayan Humberto Alas fue carnicero en sus mejores tiempos –dice otro oficial–, y sabemos que tiene una destreza especial con el cuchillo…”
LA TOLVA. Brayan habla con serenidad, responde a las preguntas que le hacen los oficiales sin mostrar temor, indignación o ira; sabe controlar sus impulsos y entiende que los agentes quieren manipularlo. Sin embargo, comete algunos errores, los errores típicos de los asesinos en serie.
“Uno de ellos –dice el oficial que lo ha investigado desde hace un año–, es que tiende a mirar con fijeza hacia los genitales masculinos y, cuando decide no hablar más, fija en un solo punto la mirada y no responde a ningún estímulo. Aunque no parece un hombre violento, sabemos que es frío, que razona normalmente y que comprende lo que se espera de él. Creemos que su CI es elevado, y que es un hombre con una inteligencia un poco más allá de la normal, sin embargo, nunca la fiscal del caso ha querido hacerle la prueba, lo que les permitiría a los perfiladores de la DPI saber más de él y, por tanto, diseñar mejores estrategias para hacerlo confesar”.
ATENTADO. El 6 de diciembre de 2019, en la cárcel de Tela, un grupo de reos quisieron matarlo. Lo golpearon y lo apuñalaron hasta dejarlo por muerto. Pero sobrevivió, de la misma manera en que sobrevivió en aquella ocasión en que algunos miembros de la mara MS lo raptaron, le arrancaron las uñas de los dedos de las manos y lo torturaron para sacarle una verdad que solo Dios, ellos y él conocen. Pero, a pesar del sufrimiento, no dijo nada.
“Tiende a sentir placer con el dolor –dice el perfilador–, y, entre más se afana el torturador, menos dispuesto estará él a complacerlo. Creemos que es por eso que no confiesa nada acerca de los crímenes que se le imputan. Considera, tal vez, que la Policía lo está torturando, esta vez psicológicamente, y resistirá hasta que ellos se cansen. Esto representa en él un éxito, y ya que la Policía es la autoridad, y él muestra un conflicto claro con la autoridad, seguirá desafiando a los interrogadores y nada vamos a saber por su boca si no encontramos alguna técnica, alguna estrategia que lo haga hablar…”
HIJOS. Brayan tiene dos hijos. Una niña, y un varón al que no conoce porque nació después de que lo capturaron. Uno de los oficiales que lo interrogó apeló a los sentimientos de padre de este hombre, pero no tuvo éxito.
“No sé nada” –le respondió, cuando quiso saber dónde estaba el cuerpo de Enoc.
“¿Qué sentirías si fuera tu propio hijo el que estuviera desaparecido? –le preguntó el policía.
Brayan no respondió, se quedó mirando fijamente a la pared, y no dijo una sola palabra más.
“Creemos que ama a sus hijos –dice el criminalista–, y que con su silencio trata de protegerlos porque sabe que sería la única forma en que podrían doblegarlo… Aunque esta es solo una teoría, no tenemos forma de comprobarla…”
“¿Dónde está Enoc? –agrega el oficial, mirando a Brayan a los ojos–. Ayudanos a encontrarlo. Mirá que hay una madre que está sufriendo y que, al menos, quisiera saber qué fue lo que pasó con su hijo… Solo ponete a pensar en lo que sentirías vos si te faltara uno de tus niños”.
Brayan suspira, levanta la mirada, y dice:
“¿Sabe por qué es que hablo con usted?”
“No; pero me gustaría saberlo”.
“Porque usted es el único que me ha tratado con respeto”.
Después de esto, Brayan se hunde en un nuevo silencio. Los policías se cansan y esperan mejores tiempos, mientras la investigación sobre la desaparición de Enoc y sobre la muerte de su tío, de su abuelo y de la niñera sigue adelante, y sigue sin resolverse el misterio del Campo Elvir…
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