TEGUCIGALPA, HONDURAS.- RESUMEN. Después de un silencio largo, en el que se notaba el pesar que había en su corazón, el doctor Cherenfant siguió diciendo: “Se trata de un suicidio; una muerte que pudo evitarse y la que, en opinión de un juez, amigo mío también, más que un suicidio, fue un asesinato, por la forma en que pasaron las cosas”.
Era evidente que al doctor le dolía recordar. Aquella tragedia marcó a su amigo para siempre, y marcó también a los que lo han estimado sinceramente.
“Las redes sociales son peligrosas -dijo, de repente-, y, lo que tienen de positivo y de bueno, lo tienen también de negativo y perverso”.
¿De qué hablaba el doctor Emec Cherenfant? ¿Por qué había citado a aquel agente de la Dirección Policial de Investigaciones, (DPI)? ¿Qué más había en este caso? ¿Por qué lo afectaba personalmente?
“José se suicidó -dijo, después de unos momentos de silencio-; y solo tenía quince años. Era hijo único de una pareja que, por años y años, no pudo tener hijos, hasta que el procedimiento al que se sometieron les trajo a José”.
¿Por qué había muerto José? ¿Por qué se había suicidado?
Lo encontraron en su cama, con la cabeza sobre dos almohadas, la boca y los ojos abiertos, en medio de un charco de sangre espumosa, heces y orina... Se había tomado cinco pastillas para curar frijoles.
EL AGENTE
“El niño dejó una nota en la que pedía perdón por lo que hizo -dijo el detective de la DPI-; sin embargo, lo peor vino cuando conocimos las causas de su suicidio. Es algo que no se lo deseo a nadie... Es... lo peor que le puede pasar a una familia”.
¿Qué había pasado? ¿A qué se refería el policía?
“Las fotografías de José, en una situación comprometida con uno de sus maestros, circularon entre sus compañeros, y algunos, tres de ellos, lo amenazaron con subirlas a las redes si no les daba dinero... Y José les dio más de cien mil lempiras, un reloj Rolex, y algunas otras cosas más... Por desgracia, José no habló con nadie... Todo sucedió en quince días...
Revisamos su computadora y su celular, y encontramos mensajes y correos en los que se burlaban de él, y en los que le decían que su propio maestro había hecho que les tomaran aquellas fotos... Y había notas de José en las que les suplicaba que no dijeran nada; les rogaba que borraran esas fotos, y que les iba a dar lo que quisieran... Pero, los extorsionadores fueron insaciables, y lo presionaban más y más, al grado de que le quitaron todo lo que pudo darles... Y él no habló con nadie. Ya no confiaba en nadie. Hasta su mejor amiga, una compañera de grado, se alejó de él. En un mensaje que él guardaba en su teléfono, ella le dijo que ‘sentía asco por él.
Que era un cerdo, y que no se le acercara, o les iba a decir todo a sus padres... Que lo mejor que podía hacer era morirse’. Esto fue el día anterior al suicidio. Nosotros hablamos con la niña, pero frente a los padres, a un abogado, un psiquiatra y un fiscal de la niñez. Ella repitió lo que le escribió a José aquella tarde, y dijo que lo hizo porque se había enamorado de él, y, al darse cuenta de que José tenía otras inclinaciones, ella se sintió asqueada, herida y despechada...
‘Y por eso le dije esas cosas. Ahora me arrepiento’. Por supuesto, en la Policía queríamos acusar a la niña de incitación al suicidio, pero los padres de José no quisieron que lo hiciéramos... Ellos querían tomarse la justicia por su propia mano... Es más, a mí, en mi cara, el papá me dijo que dejara de investigar más; que no siguiera a los que extorsionaban a su hijo porque él, en persona, los iba a castigar...”.
El agente dio vuelta a algunas páginas del expediente; mejor dicho, de la copia del expediente que llevó a la clínica del doctor Cherenfant en el Hospital San Jorge, en el barrio La Bolsa. Me miró, y me dijo:
“Carmilla, estas fotografías son demasiado gráficas; horribles. Si las quiere ver, se las voy a mostrar”.
“Prefiero no verlas -le dije, de inmediato-; prefiero seguir con el caso, y con la investigación que hizo la DPI... Y saber si los padres de José hicieron justicia por su propia mano”.
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DOCTOR CHEREFANT
El doctor volvió a rascarse la cabeza con los mismos tres dedos, y miró hacia abajo por un instante. Luego, dijo:
“Es increíble el odio que puede brotar de repente en el corazón humano”.
Suspiró, y se acomodó en su silla, mientras sonaba la música de Michel Buble. Atrás de él estaba una enorme pintura, ocupando casi toda la pared. En la pintura, el artista plasmó los rostros de algunos de los personajes más destacados de Honduras. En el centro, el doctor Cherenfant, arriba, alrededor, la presidente Xiomara Castro, Manuel Zelaya, Tiburcio Carías, Carlos Roberto Flores, Carlos Roberto Reina, Ramón Villeda Morales, Sor María Rosa, Bertha Cáceres y el río Gualcarque, y el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez. Más allá, en la clínica, estaban varias pinturas más. Y es que el doctor Emec Cherenfant es dueño de la segunda colección privada de pintura en Honduras.
Cuando le pregunté por esta afición suya, me dijo:
“Me gusta la pintura, me gusta la música; me gusta el arte en general. Desde niño. Y, además, hay que apoyar a los pintores nacionales, que son grandes artistas. Honduras nada tiene que envidiarle a otros países. Tenemos pintores sublimes... Grandes pintores”.
“El odio es como un cáncer -siguió diciendo, después de unos segundos de silencio-. Mi amigo deseaba la muerte de los que le hicieron daño a su hijo. No le importaba lo que su hijo fuera o deseara. Él y su esposa lo hubieran comprendido, y apoyado. Pero, los que le hicieron daño, aprovechándose de sus miedos, debían pagar; y, en su corazón lleno de ira, de odio y de dolor, deseaba que la forma en que pagaran fuera la muerte”.
“Nosotros identificamos a los tres extorsionadores -agregó el policía-. Son estos -siguió diciendo, mientras me enseñaba unas fotografías-. Uno de ellos se quedó con el Rolex, y lo vendió por una pequeñez... Lo localizamos gracias al GPS, y lo recuperamos. Pero, teníamos un problema. El papá de la víctima tiene muchas influencias, es adinerado, y tiene amigos poderosos, y alguien nos dijo que dejáramos la investigación hasta donde habíamos llegado. Porque había un problema nuevo, Carmilla, y era que los sospechosos también son de familias ricas y con influencias...
El único que es asalariado, es el maestro... Nosotros lo acusamos de pedofilia, de seducción de menores, de esto y del otro, y de muchas cosas más; pero, también, nos dijeron que lo dejáramos... Sin embargo, lo acusamos de todo eso, pero nunca tuvimos cercanía con él porque desde la misma tarde en que se supo del suicidio de José, él desapareció. Creemos que salió hacia El Salvador, y que al día siguiente viajó por tierra a Guatemala, y desde ahí a México. Tenemos los registros de Migración de los tres países, pero en México le perdimos la pista. Sabemos que tiene parientes en Canadá y en Estados Unidos, y sabemos que tiene vigente su visa americana...
Así que, por ahora, no sabemos dónde está... Pero, dos meses después, nos dimos cuenta que el papá de José lo había localizado en Atlanta, Estados Unidos. Fue, en ese momento, en que supimos que el señor se iba a vengar. Y, por si fuera poco, Carmilla, los tres sospechosos se fueron de viaje, de repente... Y también el papá de José los localizó”.
El agente habló por largo rato. Al final, y después de tomar un largo trago de agua, dijo:
“Allí es donde entra el doctor Cherenfant”.
Miró al doctor, y cerró el expediente.
“Mire, Carmilla -me dijo el doctor, tomando la palabra-, mi padre, Michelet Cherenfant, fue un misionero adventista que siempre predicó que deberíamos vencer al Mal con el Bien... Y yo aprendí mucho de él...”.
Hizo una pausa.“Yo hablé con el papá de José, no una, si no cien mil veces... Y hablé con sus padres, porque están vivos los señores, con sus hermanos y hermanas, y con la esposa y su familia...
Y hablé, y hablé, y llegué hasta suplicarle que dejara que se hiciera la justicia de Dios... No era posible que, a su dolor, unieran el crimen; porque la venganza no es nada bueno; no nos lleva a nada bueno. Provoca heridas y dolores más grandes todavía, y con matar a los que le hicieron daño a su hijo no lo resucitaría, no llevaría paz a sus corazones, no haría que sus vidas fueran mejores...
Dios, en su infinita sabiduría, sabe que hacer siempre; y lo hace. Y, aunque ellos no querían saber nada ni siquiera de Dios, seguí visitándolos... hasta que empezaron a ceder. La madre de José se preguntó si a su hijo le hubiera gustado que sus padres se convirtieran en criminales. Y ella misma se dio la respuesta. Y en su entorno familiar estuvieron de acuerdo conmigo. Llorando, dijeron que dejaban a un lado sus deseos de venganza, y que seguirían su vida hasta dónde Dios quisiera...”.
El doctor calló.“Hace unos seis meses -agregó el agente de la Policía-, me llamó don José, el papá del muchacho, y me dijo que si podía hablar conmigo. Yo le dije que sí. Él quería hablar conmigo por teléfono. Me dijo: ‘Gracias por no dejar que me convirtiera en criminal’. ‘Señor -le dije-, eso debe decírselo al doctor Cherenfant’. ♥9Ya se lo dije -me respondió-. Y también la dije que Dios está haciendo justicia’. ‘No lo entiendo’ -le contesté; y él me respondió: ‘El maestro... Usted sabe a quien me refiero, fue detenido en Estados Unidos... Lo acusan de abuso de menores... Parece que le espera una condena larga, muy larga... Y los dos hermanos que extorsionaron a mi hijo, tuvieron un accidente en una autopista de Los Ángeles... El mayor de ellos murió. El otro, perdió la pierna derecha... Falta uno; pero que sea Dios el que se encargue de ellos...’”.
El doctor Cherenfant sonrió.
“El Mal jamás ha de triunfar sobre el Bien -me dijo-. Como decía mi padre, a la larga, cada uno tiene lo que merece; y el que hace lo malo, solo males le han de venir... Por desgracia, al papá de los muchachos le dio un derrame; un ACV, como decimos los médicos...”.
Calló el doctor, y, luego de decirle a “Alexa” que se callara, miró al agente, y este le dijo, como si hubiera entendido la pregunta:
“Es increíble, doctor; pero... dígaselo”.
“Dios juega a los dados en el Universo... -me dijo-; y siempre juega a ganar... Y el final de este caso sé que les va a gustar a los lectores de EL HERALDO. La niña, la compañera de José, la que le escribió aquellas cosas horribles, tuvo un niño de José...”.
“¡Dios santo!”
“Sí... Es un final feliz, para una historia horrible”.
“Hoy, mi fe en Dios es más grande -dijo el policía-. Este es uno de los casos más impresionantes que hemos tenido... Cuando la justicia de los hombres no alcanza a los malos, la justicia de Dios los aplasta, porque nadie puede jugar con Dios... Esa es la verdad... Y espero que este caso les guste a los lectores de EL HERALDO...”.
Se volvió hacia el doctor:
“Doctor Emec -le dijo-; gracias por todo. Allí estamos para servirle en lo que podamos”.
El doctor Cherenfant sonrió, y se rascó la cabeza con los mismos tres dedos. Había satisfacción en su mirada. Poniéndose de pie, dijo:
“Como dijo el Señor Jesucristo: Aquel de entre ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
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