Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La primera piedra (Parte I)

Aquel de entre ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra
11.08.2024

CITA. El doctor Emec Cherenfant se rascó la cabeza con tres dedos, en un movimiento rápido, de la misma forma en que lo hace Denzel Washington, y se acomodó en su silla; le dijo a “Alexa” que pusiera música de Paul Muriat, y luego me miró, y me dijo:

“Carmilla, desde hace mucho he querido contarle este caso; un caso doloroso y triste que, por desgracia, debería dejar en cada uno de nosotros una enseñanza positiva, aunque parezca contradictorio lo que le digo”.

Hizo una pausa, y luego añadió:

“Sucedió hace poco, y le pasó a un buen amigo, al que le pedí autorización para contárselo a usted, aunque, por supuesto, en gran parte es de dominio público”.

Hubo otro momento de silencio.

“Se trata de un suicidio -siguió diciendo el doctor Cherenfant, con voz apesarada-; una muerte que pudo evitarse y la que, en opinión de un juez, amigo mío también, más que un suicidio, fue un asesinato, por la forma en que pasaron las cosas”.

Crímenes: Por el camino de la muerte

Era evidente que al doctor le dolía recordar. Aquella tragedia marcó a su amigo para siempre, y marcó también a los que lo han estimado sinceramente.

“Las redes sociales son peligrosas -dijo, de repente-, y, lo que tienen de positivo y de bueno, lo tienen también de negativo y perverso. Por desgracia, la mayoría de usuarios de estas redes, a las que el cardenal Rodríguez llama, con mucho acierto, “redes fecales”, la utilizan para hacer el mal, para hacer daño; para satisfacer sus propias perversiones, sin importarles el daño que hacen, especialmente, a víctimas inocentes, o ingenuas, si hay que llamarlas de alguna forma”.

Brillaban los ojos del doctor, a causa de la emoción, y, como si quisiera contener los latidos de su corazón cruzó las manos sobre el pecho. Fue en ese momento que entendí que el caso que quería contarme era especialmente doloroso.

Crímenes: Una dolorosa despedida

Hallazgo

“Eran casi las seis de la tarde -siguió diciendo el doctor, después de una larga pausa-, cuando la mamá de José, vamos a llamarlo así, le gritó desde el primer piso de la casa que se lavara las manos porque iban a servir la cena. Aunque José no respondió, la madre creyó que había escuchado y que, como hacía siempre, no tardaría en bajar al comedor. Pero lo esperaron unos minutos después de que les sirvieron la comida; el papá preguntó por él, y ella le dijo que lo llamaría de nuevo. Tampoco en esta ocasión contestó José. La madre, extrañada, subió al segundo piso, y quiso abrir la puerta del cuarto de su hijo, su único hijo. Estaba con llave, golpeó varias veces, llamando a José, pero este no respondió. Alarmada, porque aquello no pasaba nunca, llamó a su esposo. Este subió, y golpeó la puerta. El silencio seguía siendo completo. Entonces, el padre llamó a una de las muchachas del servicio para que trajeran un duplicado de la llave. A estas alturas, la pareja se miraba con miedo. Algo raro pasaba con José”.

El doctor se tomó un tiempo para seguir con su relato. Volvió a rascarse la cabeza, con los mismos tres dedos, y después, dijo:

“La muchacha tardó en llegar con la llave. Habían llamado varias veces más a José, pero todo estaba en silencio en la habitación. Lo llamaron a su teléfono celular, pero este estaba apagado. La madre había empezado a temblar. Y es que las madres tienen un sentido extra cuando se trata de los hijos. Presienten lo malo, seguramente, porque el amor que llevan en el corazón les avisa que lo que más aman en su vida, está en peligro. ¿Cómo definir esto?, no lo sé. Tal vez podemos resumirlo en estos versos de Augusto C. Coello: “Porque no puede haber en la tierra una imagen más clara de Dios”; y sabemos bien que Dios es amor; la esencia más pura y sublime del amor...”.

Guardó silencio el doctor, y suspiró:

“Cuando la muchacha vino con la llave del cuarto, la puerta no tardó en abrirse. Madre y padre entraron juntos a la habitación, y, de inmediato, se escuchó un alarido que, seguramente, estremeció los cimientos del trono de Dios. Había salido del corazón de la madre, que se lanzó hacia adelante, en el colmo de la desesperación, mientras gritaba el nombre de su hijo”.

Crímenes: La última promesa (1/2)

Nuevo silencio

“Sobre la cama, con la cabeza puesta sobre dos almohadas, con los brazos extendidos hacia adelante y las piernas juntas, estaba José, en medio de un lago de sangre ocre y espumosa. Más abajo, había heces mezcladas con sangre y orina. Los ojos del muchacho estaban abiertos, viendo fijamente al techo, y en ellos se notaban una desesperación y un dolor infinito, estaba muerto. En el cuarto había un olor profundo a un químico que los agentes de la Dirección Policial de Investigaciones, (DPI) no tardaron en identificar”.

El doctor Cherenfant le pidió algo nuevo a “Alexa”, y esta tardó en responder. La llamó tres veces más.

“Si es terca esta mujer” -le dije, y él sonrió; pero la suya era una sonrisa triste.

“La madre se lanzó sobre el cuerpo muerto de su hijo, y nadie pudo quitarla de ahí hasta que llegó la Policía. El fiscal de turno pidió que se retiraran un poco, y los detectives empezaron a hacer su trabajo. Hasta ese momento, nadie había reparado en una nota que estaba sobre una de las mesitas de noche del muchacho. Un agente se la dio al fiscal, este la leyó. La nota decía: ‘Papá y mamá, los amo con todo mi corazón. Les pido perdón por lo que hago, pero ya no soporto más. Cometí un error, y lo estoy pagando caro. Perdónenme, por favor. Y le pido perdón a Dios. No me juzguen mal. Los amo. José’”.

Después de una nueva pausa, el doctor prosiguió:

“En la misma mesita estaba un vaso con agua hasta la mitad, y la envoltura de cinco pastillas de fósforo de aluminio, o sea, cinco pastillas para curar frijoles. Estaba claro que José las había ingerido todas”.

“Cinco pastillas provocaron eso que estamos viendo -dijo el forense-; lo destruyeron por dentro, y fue en cuestión de minutos... No podría sobrevivir jamás, aunque se le hubiera dado ayuda médica inmediata”.

El doctor me miró, y me dijo:

“Tomar de una sola vez cinco pastillas para curar frijoles es como jugar a la ruleta rusa con todas las balas en el revólver. Eso fue lo que hizo José”.

Crímenes: El Poder del Mal

El doctor Cherenfant se puso de pie.

“Era un muchacho de apenas quince años -dijo-; era un buen alumno, y era muy querido por sus compañeros. Alto y bien parecido, con ojos claros y pelo castaño y abundante; hablaba tres idiomas y soñaba con ser ingeniero, o arquitecto. Y lo tenía todo para lograr sus sueños. Era hijo único; hijo de una pareja adinerada, trabajadora y con una buena posición social. Nació después de diez años de que sus padres se casaron, y no porque deseaban disfrutar de su soltería, sino porque el padre producía pocos espermatozoides, y tuvieron que someterse a un tratamiento de fertilidad que, después de mucho tiempo, dio buenos resultados, y les trajo a José cuando la madre tenía treinta y tres años y el padre cuarenta y tres... Y aquí hay un detalle muy interesante, y creo que se puede contar. Un día, el esposo le dijo a su mujer: ‘Creo que lo mejor es que nos separemos. Yo no podré engendrar un hijo nunca, y no quiero ser egoísta en negarte el derecho a ser madre. Te quiero demasiado como para hacerte ese mal’. A lo que ella respondió: ‘Jamás. Nunca aceptaré eso que me estás proponiendo. Lo aceptaría solamente si me dijeras, con el corazón, que ya no me querés, y que querés separarte de mí porque ya no hay amor para mí en tu corazón. Te amo, y estaré a tu lado hasta que Dios quiera. Y si no nos ha dado un hijo, yo tengo la fe de que ya va a llegar ese día... El tratamiento va a dar buenos resultados. Ya vas a ver’. Y, con esas palabras, se cerró para siempre aquel tema. Siguieron juntos siete años más, hasta que el doctor les dijo: ‘Amigo mío, Dios es bueno; su esposa está embarazada’. Y le aseguro, Carmilla, que no se ha visto felicidad más grande sobre la tierra después de la resurrección de Jesucristo”.

En este punto, debo decir que el doctor Emec Cherenfant es escritor y poeta, pintor y músico; habla siete idiomas y posee un nivel cultural muy grande. Además, es actor de cine, y presentador de televisión. Y yo escribo este caso tal y como me lo contó el doctor.

La DPI

“Abogado -le dijo el agente a cargo del caso, dirigiéndose al fiscal-, a este muchacho lo obligaron a suicidarse... Mire lo que hay en este cuaderno; muchas cosas escritas de su puño y letra, arrepintiéndose de lo que él mismo llama: ‘El error mío’. Y, oiga esta pregunta: ‘¿Por qué hay tanta gente malvada en el mundo, Dios mío? Ya les pagué más de cien mil lempiras; les entregué mi Rolex, y siguen obligándome a pagarles. Esto ya no lo soporto. No quiero que mis padres sepan que soy un mal hijo’”.

El doctor se sentó de nuevo, hablo otra vez con “Alexa”, y le pidió a Michael Buble. Esta vez, “Alexa” no se hizo rogar.

“Antes de que Medicina Forense se llevara el cuerpo, mi amigo, el papá de José, me llamó -dijo el doctor, bajando el volumen de ‘¿Quién será la que me quiera a mí?’; y añadió: yo tardé poco en estar con él. Su dolor era inmenso, y el de su esposa creo que no podría describirse... Después, los empleados de Medicina Forense pusieron el cuerpo del muchacho dentro de una bolsa blanca, la sellaron, y salieron del cuarto con él. Los agentes de la DPI se quedaron para seguir con las investigaciones”.

“Me mataron a mi hijo, doctor -me dijo mi amigo-. Me lo mataron... Mire a mi esposa. Está destrozada para siempre...”.

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA