TEGUCIGALPA, HONDURAS.- VIAJE. Eran las seis de la mañana de un sábado frío de 2003, cuando la caravana que transportaba al ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, llegó al Aeropuerto Internacional de Toncontín en Tegucigalpa. Acostumbrado a levantarse antes de que saliera el sol, Óscar Álvarez había llegado temprano, para volar hacia el norte en una misión relacionada con su trabajo. Lo esperaba el helicóptero al que llamaban “Halcón 1”, helicóptero policial que usaba el ministro para desplazarse por todo el país.
“Llegamos temprano -le dijo a Pedro Zúniga, uno de sus asistentes más leales-. Ojalá todo salga bien, y regresemos temprano. Hay mucho por hacer en estos días...” .
De Óscar Álvarez se decía que bien podría ser candidato presidencial. Sin embargo, aquella mañana, nada de eso le preocupaba al ministro. Iba en una misión a dos puntos del país, y era lo que más le importaba. Pero aquel viaje no se daría nunca. Cuando llegaron al hangar donde se guardaba el “Halcón 1”, algo alarmó a los miembros de su seguridad, y a su propio piloto, un inspector de Policía de unos veintiocho años...Las pesquisas
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“¿Qué es lo que ha pasado aquí?” -se preguntó el ministro.
“No sabemos, señor -le respondió el jefe de su escolta-; pero, por lo pronto, es mejor abortar la misión, y que usted vuelva a su despacho en Casamata... Y que redoblemos su seguridad... porque... esto no es para tomarlo a la ligera”.
Volvió el ministro a su camioneta, y la caravana salió del aeropuerto en un par de minutos. Todos iban alertas. Lo que acababan de ver era una muestra clara de que Óscar Álvarez estaba en peligro.
“Creo que este es un mensaje del crimen organizado, ministro -le dijeron-. Quieren asustarlo para que no los siga persiguiendo... O es una advertencia, y con eso le están diciendo que son capaces de llegar hasta usted cuando quieran y como quieran, a pesar del sistema de seguridad que lo rodea”. Óscar Álvarez iba en silencio. A medio camino, le dijeron:
“La llamada que pidió está lista, señor ministro”.
Él agarró el teléfono.
“Abogado -dijo-, disculpe que lo moleste a estas horas tan tempranas, pero es que necesito su ayuda...”. “Estoy a sus órdenes, señor ministro -le respondió Gonzalo Sánchez, de inmediato-. Dígame, ¿en qué le puedo servir?”.
“Es urgente que venga al aeropuerto, y vaya al hangar donde se guarda el “Halcón 1”, el helicóptero que usó para viajar por Honduras... Allí, usted va a ver qué es lo que pasa, y quiero que escoja al mejor equipo para que investiguen eso... Demás está decirle que creemos que mi seguridad ha sido amenazada”.
“Con mucho gusto, señor ministro -le dijo Gonzalo-. Ahorita mismo vamos para el aeropuerto”.
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Caso
¿Qué había pasado en aquel hangar? ¿Por qué la seguridad del ministro reaccionó de aquella forma? ¿Qué era lo que lo amenazaba? ¿Por qué el ministro llamó personalmente a Gonzalo Sánchez? Y, ¿por qué le habían dicho a Óscar Álvarez que aquello bien podría ser un mensaje del crimen organizado, al que estaba combatiendo con fuerza, y con buenos resultados? Por supuesto, Gonzalo no tardó en llegar al hangar, y lo primero que vio fue un orificio redondo y estrellado en el lado derecho del vidrio del helicóptero. Abrió la puerta derecha, y revisó con mayor detenimiento, y encontró, en el asiento derecho, un proyectil. Con las manos enguantadas, lo tomó y lo levantó para verlo bien. Se trataba de un proyectil de plomo, que estaba deformado de un lado, y que tenía pizcas, o pigmentos, de pintura amarilla en un lado, precisamente aquel en el que presentaba la deformación.
“Esto es extraño -le dijo a Gonzalo, uno de los técnicos de inspecciones oculares-. Es como si alguien le quisiera avisar al ministro que pueden atacarlo cuando ellos quieran”.
Gonzalo no respondió. He dicho antes que su cerebro es una máquina de pensar, y que es uno de los criminalistas más experimentados de Honduras, y en aquel momento, pensaba. Veía el proyectil, veía el orificio en el vidrio y pensaba.
“El proyectil estaba en el asiento derecho, justo en el lugar en el que viaja siempre el ministro don Óscar Álvarez -dijo, de pronto, sin dirigirse a nadie en especial, y más como si hablara consigo mismo, o como si pensara en voz alta-. Entró por el vidrio derecho, y el lugar de entrada está a la altura de la cabeza del pasajero... Sin embargo, me parece extraño que el crimen organizado quiera enviarle un mensaje al ministro con un proyectil como este...”.
“No lo entiendo, abogado”.
“Es sencillo -dijo Gonzalo-; este es el proyectil de un revólver calibre .38; y, ¿no les resultaría mejor a los criminales usar un tipo de arma más potente para mandar un mensaje?”
“Pues...”.
Gonzalo no esperó la respuesta. Cuando pensaba, actuaba como actuaría el criminal, y todo lo revolvía en su cabeza. Salió del hangar, miró hacia el helicóptero, vio el orificio en el vidrio, y, después, miró hacia el sur, imaginando la línea que describió el proyectil para llegar hasta el helicóptero y detenerse en el asiento.
“Vamos a caminar hacia allá” -dijo, empezando a dar los primeros pasos.
“¿Hacia dónde, abogado?”.
“Sabemos cuanto pesa un proyectil como este, cual es la velocidad a que sale del arma, y cual es la velocidad que alcanza en el aire; además, sabemos el alcance de una bala de este calibre... Pero, como esto es un caso raro, vamos a ir en línea recta, o sea, la línea que siguió el proyectil, y vamos a llegar a esa colonia que está allí... la colonia Godoy”.
Investigación
Eran poco después de las siete de la mañana, cuando Gonzalo y su equipo llegaron a la colonia Godoy, situada muy cerca de la pista de aterrizaje. Empezaron por entrevistar a los vecinos que vivían más cerca del aeropuerto.
“Perdone, señora -le dijo Gonzalo a una mujer que barría el frente de su casa-, ¿somos de la Policía, y estamos investigando un caso... ¿Podría ayudarnos, por favor?”.
La señora, que todavía no se había despertado del todo, se apoyó en la escoba, y le dijo a Gonzalo:
“A ver; dígame...”.
“¿Sabe usted, por casualidad, si alguien estuvo haciendo disparos al aire anoche, o esta madrugada en esta colonia?”
“Mire, señor -le dijo la mujer-, yo me acuesto temprano, y no estoy pendiente de lo que pasa en la colonia... Tal vez si le pregunta a otra gente”.
Le dio las gracias Gonzalo, y siguió su camino. Les hizo la misma pregunta a varios vecinos, hasta que uno de ellos le dijo:
“Mire, señor, hoy en la madrugada escuché unos tiros; unos disparos, pero no me alarmé porque creí que eran los vigilantes asustando a algunos ladrones... Pero, sí; aquí tenemos a un guardia que cuando se toma sus cervezas, le da por hacer tiros al aire...”.
“Y, ¿cómo se llama el guardia, señor?”.
“Carlos... y estuvo de turno anoche”.
No fue difícil conseguir la dirección de Carlos, y cuando los policías llegaron, todavía estaba de goma. Costó tiempo despertarlo, y que se diera cuenta de lo que le estaba pasando. Y, al fin, entregó el revólver. Con él embalado, Gonzalo fue al laboratorio de balística, y le dijo a uno de los especialistas:
“Esta es una bala de .38. Queremos saber si fue disparado con este revólver...”.
El especialista no tardó mucho tiempo.
“Esta bala fue disparada por esta pistola -le dijo a Gonzalo-, pero lo extraño es que tiene pintura amarilla y por lo que veo es de ese tipo de pintura que dura mucho tiempo sin deteriorarse”.
Gonzalo escondió su sonrisa. Mientras tanto, Carlos, el guardia, esperaba en las oficinas de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC). El general Napoleón Nazar, el director, esperaba con otro tipo de ansiedad, ya que se temía que aquel asunto amenazara directamente al ministro.
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Pintura
Regresó Gonzalo al aeropuerto, seguido por su equipo, y se bajó del vehículo a la orilla sur de la pista. Caminó despacio viendo hacia el suelo, y cuando llegó a la línea amarilla que sirve para indicarle a los aviones el centro de la pista, se agachó para ver mejor. Y lo que descubrió lo hizo sonreír satisfecho. Allí, en el concreto, y en la línea amarilla, había una pequeña depresión, y faltaba un poco de pintura. La que estaba en el proyectil que llevaba en una mano. Entonces, hizo una llamada:
“Señor ministro -dijo, cuando le respondieron-; no hay nada de qué preocuparse; al menos por este hecho en sí... Sucede, señor, que, en esta madrugada, un vigilante de la colonia Godoy, que se había bebido su buen par de cervezas, en medio de su alegría, se puso a hacer tiros al aire, y uno de estos tiros lo hizo hacia el frente, hacia el aeropuerto. El arma es un revólver .38, y la bala es de plomo, como ya sabe usted. El hombre disparó hacia adelante, la bala viajó hasta la pista del aeropuerto, pegó justo en la línea amarilla, y reviró, rebotó, para seguir su camino hasta el helicóptero; allí, perforó el vidrio; pero, como ya había perdido fuerza y velocidad, cayó en el asiento del pasajero...”.
Óscar Álvarez se rió. Todo parecía tan simple.
Nota final
Carlos, el vigilante, estaba en la DNIC. Dijo que hizo los disparos al aire, y que no sabía cómo había llegado aquella bala hasta el helicóptero. Óscar Álvarez llamó a Gonzalo, y este le dijo que iban a acusar al guardia de daño a la propiedad del Estado, a lo que el ministro le dijo:
“Abogado, ese es un vidrio especial... Así son los vidrios de los helicópteros, y cada uno cuesta cuatro o cinco mil dólares... ¿De dónde va a pagar esa cantidad de dinero un guardia de seguridad? Mejor, deje eso así, y dele la libertad al hombre... Tal vez aprende la lección...”.
Por supuesto, Carlos perdió el arma con la que se ganaba la vida... y con la que se divertía