TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.
Resumen. Un hombre muerto en un motel, una camioneta abandonada, videos de seguridad que confunden más a la Policía, una mujer desaparecida, cuentas de bancos vacías y el hallazgo de huesos quemados, todo junto en un misterio que la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) tiene la obligación de resolver.
Tres horas después, en un cedazo, entre varias piedras pequeñas, quedó un objeto extraño. Al tomarlo entre sus dedos, uno de los técnicos lo observó detenidamente, lo limpió y dio un grito de alegría. Era un proyectil de nueve milímetros. No había nada más.
Cuando llevaron la ojiva al laboratorio de balística, se llevaron una agradable sorpresa.
“Abogado -le dijo el detective a cargo del caso a Gonzalo Sánchez, hablándole por teléfono-, encontramos la bala, y ya sabemos qué arma la disparó. Se trata de una pistola de nueve milímetros, Pietro Beretta… comprada hace ocho meses por un señor llamado Fulano de Tal…”
“Excelente trabajo -le dijo Gonzalo-; ahora, crucen las llamadas del celular de ese señor con el de la mujer desaparecida, y verán que el día del asesinato en el motel se llamaron varias veces…”
“Ya hicimos la solicitud al juez, abogado”.
“Excelente”.
El agente agregó, con entusiasmo:
“Gracias por su ayuda, abogado”.
“No hay de qué. Ahora, investiguen un poco al dueño del arma, averigüen qué tipo de carro maneja; seguramente una camioneta parecida a la que se llevó a la mujer aquel sábado en la noche; averigüen sus cuentas de banco y si ha comprado algo grande en aquellos días, y no olviden las llamadas. Eso es importante…”
“Muchas gracias, abogado. Gracias”.
“Este hombre mató a la mujer de un balazo en la parte de atrás de la cabeza. Lo hizo para quedarse con todo el dinero que ella había acumulado al vaciar las cuentas del esposo y al vender e hipotecar algunas propiedades. Él compró una casa en Valle de Ángeles dos semanas después de la muerte en el motel Monteverde, y compró algunas vacas lecheras.
“Gonzalo Sánchez sigue siendo el mejor -dice el agente-; sin la ayuda del abogado no hubiéramos resuelto el misterio del motel Monteverde”.
Resumen. Un hombre muerto en un motel, una camioneta abandonada, videos de seguridad que confunden más a la Policía, una mujer desaparecida, cuentas de bancos vacías y el hallazgo de huesos quemados, todo junto en un misterio que la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) tiene la obligación de resolver.
HUESOS
En la morgue se confirmó que los restos de huesos encontrados en la fosa clandestina, cerca de Talanga, eran de una mujer. El forense dijo que la habían asesinado de un disparo en la parte de atrás de la cabeza, y que después metieron el cuerpo en la fosa y le prendieron fuego. Eso había sucedido hacía unos seis meses, más o menos, justo el tiempo que la Policía tenía de investigar la muerte de un hombre en el motel Monteverde y la desaparición de su esposa.VEA: El secreto más doloroso
Los agentes de investigación llegaron a la casa donde vivió la pareja y entrevistaron a la madre de la mujer y a una hermana. Cuando le mostraron el reloj de acero, que había limpiado cuidadosamente, la señora se fue de espaldas y estuvo a punto de desmayarse.
“Ese es el reloj de mi hija -dijo-. Ahora sé que está muerta”.
“¿Está segura, señora?” -le preguntó el detective.
“Lo conozco bien, señor -respondió la señora, haciendo un esfuerzo por reponerse de la impresión-; ese reloj era mío. Me lo regaló mi esposo hace ya muchos años, y yo se lo regalé a ella. Lo conozco bien. Y, si tiene alguna duda, ábralo y va a encontrar en la parte de adentro de la tapa mis iniciales y la fecha en que mi esposo me lo regaló”.
La señora no mentía. Grabadas con pantógrafo estaban cuatro iniciales y una fecha.
“¿Reconoce el anillo?” -preguntó el detective.
ADEMÁS: Flor de oro
Aunque estaba deforme, la señora lo reconoció. Era el anillo de bodas de su hija.
“¿Dónde la encontraron?” -preguntó.
“En una fosa clandestina, cerca de Talanga”.
“¿Quién la mató?”
“No sabemos, señora. Es lo que estamos investigando”.
EL MAESTRO
Gonzalo Sánchez es, por antonomasia, el mejor criminalista de Honduras y Centroamérica. Casi podría decirse que es el padre de la investigación criminal en Honduras, y sus enseñanzas hicieron de la Policía de Investigación una de las instituciones más prestigiosas de la región. Su nombre es sinónimo de sabiduría, y de cada diez casos que pasaron por sus manos resolvió diez.TAMBIÉN: ¿Dónde está don Juan?
“Abogado -le dijo el detective a cargo del caso del motel Monteverde-, necesito su ayuda…”
“Está claro que la mujer asesinó al marido -le dijo Gonzalo, después de escuchar la exposición del caso-; ella salió en la camioneta, la llevó hasta más allá de la colonia Sagastume, se bajó de ella, se subió a otro carro, y se fue. La persona que manejaba ese segundo carro era su amante. De eso estoy seguro. Y es, también, su asesino”.
“Pero, ¿por qué la mató?” -preguntó el agente.
“Por dinero” -respondió Gonzalo Sánchez.
El agente hizo una pausa, esperó unos segundos, y dijo:
“Sabemos que ella vació las cuentas en las que estaba guardado el dinero de la familia; el esposo las tenía a su nombre, y sabemos que vendió, o mal vendió algunas propiedades, seguramente sin que el esposo se diera cuenta, y, en todo, estamos seguros de que recogió casi cinco millones de lempiras”.
“Una suma importante -le dijo Gonzalo-. Pero, ¿para qué necesitaba tanto efectivo?”
“Tal vez quería escapar con el amante y empezar lejos una nueva vida”.
LEA: El ataúd de oro
“Seguramente, sin embargo, el amante no pensaba igual. Ella puso el dinero en sus manos, mató al esposo en el motel, al que llegaron supuestamente en el proceso de reconciliación, huyó del motel después del crimen, abandonó el carro y se fue con su nuevo compañero… Pero, este la llevó a cierto lugar, la mató y quemó sus restos para deshacerse de toda evidencia”.
“Sin embargo, abogado, no hay crimen perfecto”.
“Así es. El reloj es la primera evidencia de la muerte de la mujer”.
“Asesinada con un tiro en la parte de atrás de la cabeza”.
“¿Con orificio de salida?” -preguntó Gonzalo Sánchez.
“No, abogado. El cráneo tiene un solo orificio. Según el forense, la bala entró de abajo hacia arriba, matándola de inmediato”.
“¡Excelente! -exclamó Gonzalo-. Si encontramos la bala, podríamos encontrar al asesino”.
“¿Encontrar la bala, abogado?”
“Por supuesto…”
“Pero, ¿dónde la vamos a encontrar?”
Gonzalo sonrió.
“A la mujer no la mataron en el lugar donde fueron encontrados sus restos” -dijo Gonzalo.
“No lo sabemos, abogado”.
“Dos cosas -dijo Gonzalo-. Si la mataron en el lugar donde la encontraron, mucho mejor. Si no fue así, no importa. La bala iba siempre dentro de su cabeza”.
“Ya voy entendiendo”.
“Si los muchachos de inspecciones oculares escarban bien en la fosa, estoy seguro de que van a encontrar la bala, en el entendido de que sea una bala sólida, y supongo esto porque en ningún momento se ha dicho que se encontraran fragmentos metálicos en los restos del cráneo. El metal no se pudre. Se queda allí, y en ocasiones hasta se adhiere al hueso. De aquí que podemos suponer que la mataron con una bala sólida, y si fue así, la podemos encontrar en la fosa…”.
PRUEBA
El detective no esperó a que los agentes de inspecciones oculares llegaran a la fosa clandestina. Cuando estos llegaron, él ya estaba escarbando con sus propias manos.Tres horas después, en un cedazo, entre varias piedras pequeñas, quedó un objeto extraño. Al tomarlo entre sus dedos, uno de los técnicos lo observó detenidamente, lo limpió y dio un grito de alegría. Era un proyectil de nueve milímetros. No había nada más.
Cuando llevaron la ojiva al laboratorio de balística, se llevaron una agradable sorpresa.
“Abogado -le dijo el detective a cargo del caso a Gonzalo Sánchez, hablándole por teléfono-, encontramos la bala, y ya sabemos qué arma la disparó. Se trata de una pistola de nueve milímetros, Pietro Beretta… comprada hace ocho meses por un señor llamado Fulano de Tal…”
“Excelente trabajo -le dijo Gonzalo-; ahora, crucen las llamadas del celular de ese señor con el de la mujer desaparecida, y verán que el día del asesinato en el motel se llamaron varias veces…”
“Ya hicimos la solicitud al juez, abogado”.
“Excelente”.
El agente agregó, con entusiasmo:
“Gracias por su ayuda, abogado”.
“No hay de qué. Ahora, investiguen un poco al dueño del arma, averigüen qué tipo de carro maneja; seguramente una camioneta parecida a la que se llevó a la mujer aquel sábado en la noche; averigüen sus cuentas de banco y si ha comprado algo grande en aquellos días, y no olviden las llamadas. Eso es importante…”
“Muchas gracias, abogado. Gracias”.
TIEMPO
Un año después, los agentes de la DPI presentaron el caso al fiscal de Ministerio Público.“Este hombre mató a la mujer de un balazo en la parte de atrás de la cabeza. Lo hizo para quedarse con todo el dinero que ella había acumulado al vaciar las cuentas del esposo y al vender e hipotecar algunas propiedades. Él compró una casa en Valle de Ángeles dos semanas después de la muerte en el motel Monteverde, y compró algunas vacas lecheras.
Sus cuentas bancarias crecieron de la noche a la mañana. Comparamos la camioneta que maneja con la que grabó la cámara de seguridad hace un año, y creemos que es la misma. Al menos, tiene las mismas formas, aunque por la oscuridad no se ve.
El reloj que encontramos en la fosa clandestina demuestra que la mujer es la que buscábamos, y la bala que la mató salió de la pistola que compró este hombre en La Armería y que sigue a su nombre en el registro de armas… Por lo tanto, creemos que la mujer mató al marido, en complicidad con este hombre que era su amante, y que este amante la mató a ella después de quitarle todo el dinero, o después de que ella misma lo puso en sus manos, confiando que de esa forma empezaría una nueva vida, lejos del marido infiel, y también lejos de sus propios hijos…”
El fiscal sonrió, se puso de pie, felicitó a los detectives, y dijo:
“Con esto, y con las llamadas, este hombre está frito. Pediré al juez la orden de captura… Le esperan unos veinticinco años de cárcel”.
NOTA FINAL
Dos semanas después, en una casa de Valle de Ángeles, los policías capturaron a un hombre joven, de unos treinta y dos años, alto y bien parecido. Le encontraron una pistola Pietro Beretta, y dinero a plazo fijo en un banco. Hoy vive en la Penitenciaría de Varones de Támara. Saldrá en libertad siendo un hombre viejo. No quiso hablar con nosotros.“Gonzalo Sánchez sigue siendo el mejor -dice el agente-; sin la ayuda del abogado no hubiéramos resuelto el misterio del motel Monteverde”.