Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La pintura

Los celos son la ira del hombre, y no perdonará en aquel día
04.07.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Este relato narra un caso real.Se han cambiado los nombres.

NOTA INICIAL

Quiero agradecer al general Romeo Vásquez Velásquez por haberme dado acceso a sus archivos, en los que guarda algunos casos criminales de la época en que fue teniente. Este, que conoció de buenas fuentes, es uno de los más impresionantes.

AMISTAD

Don Arnulfo era liberal, pero, no solo por convicción; era un liberal obcecado. Leía a los enciclopedistas franceses, amaba la revolución mexicana de 1914 y decía que el maoísmo derrotaría al comunismo soviético y que sería, algún día, la religión política del mundo en el que dominaría por mil años.

Además, decía que Fidel Castro debía darle a su revolución un giro menos confrontativo, y estudiar un poco más a Maximiliano Robespierre.

Sin embargo, sus ideas, que eran peligrosas en 1965, no hacían daño a nadie aunque, a veces, contendía con su buen amigo, el general Oswaldo López Arellano, presidente de Honduras, quien, en 1963 le quitó el poder a Ramón Villeda Morales a través de un Golpe de Estado.

López Arellano lo toleraba porque en aquellos lejanos tiempos en que era muchacho comió muchas veces en la casa de don Arnulfo, y sus padres lo querían mucho; cantaban rancheras, enamoraban muchachas y compartían sendas botellas de licor.

Pero, como la política divide más que un cuchillo, los amigos se fueron alejando. Oswaldo López gobernaba, y tenía mil problemas encima; don Arnulfo, que lo criticaba abiertamente cuando estaban juntos, se fue encerrando en sí mismo y dejó de visitar Casa Presidencial, donde “era el único liberal bienvenido”. Pero, no era porque se hubiera enemistado con el general. Era porque se había enamorado. A los cincuenta años puso los ojos en una mujer de treinta y cinco, alta, trigueña, hermosa y sensual, pero, también, dulce y buena, que aceptó casarse con él a los seis meses de haberlo conocido.

VEA: Selección de Grandes Crímenes: ¿Dónde está don Juan?

+El ataúd de oro

Y don Arnulfo, que tenía de qué vivir, se había convertido en carcelero de su esposa, a la que cuidaba “porque la amaba”, y quería dedicarle toda su vida. Por supuesto, aquella mujer, nacida en Chinandega, Nicaragua, era de espíritu libre. Leía poesía, declamaba a Darío y pintaba al óleo; le gustaba interactuar con personas como ella, compartir ideas y hacer tertulias inocentes que a nadie hacían daño. Pero, los celos son los celos, y solo el muerto no cela lo que ama, y don Arnulfo, pronto empezó a sentir celos, especialmente cuando uno de esos vagos que se dicen poetas se hizo muy amigo de Marina.

“No me gusta la amistad de ese hombre” –le dijo a su mujer.

“No hacemos nada malo” –replicó ella.

“Te he dicho que no me gusta su amistad… Es más, no quiero que vuelva a poner los pies en mi casa, y no quiero que volvás a verlo…”.

“Pero, ¿por qué si no hacemos nada malo?”.

“Es mi última palabra”.

Palabra que ella, por supuesto, no obedeció. Manuel, el poeta, siguió llegando, para revolverle la bilis a don Arnulfo.

Cuando Manuel le dedicó estos versos a su esposa, estalló:

Bésame con el beso de tu boca

cariñosa mitad del alma mía;

un solo beso el corazón invoca

que la dicha de dos, me mataría.

“¡Es demasiado! –gritó don Arnulfo–. Te vas ahora mismo de mi casa, o te saco a balazo limpio”.

Y el poeta, apreciando más su vida que las bonitas miradas de Marina, se fue para no volver jamás.

“La mujer ajena ni siquiera se mira de reojo –le dijo don Arnulfo a su esposa–, porque nada hay más sagrado para un hombre que la mujer de la que está enamorado”.

Marina, que también sabía hablar, y que tenía sus propias opiniones, se rebeló, y la guerra en la casa se instaló con derecho propio.

Dejó de hablarle a su marido, se fue a dormir a otro cuarto y dejó que la sirvienta lo atendiera.

Don Arnulfo, triste por aquella situación, se fue envenenando cada vez más. Sospechaba de todo y de todos, trataba de mantener en casa todo el tiempo a su mujer, y hasta llegó a amenazarla.

Sin embargo, nada de aquello valió la pena. Marina se fue alejando cada vez más de él y, un día, le dijo:

“Me voy para mi país. No quiero seguir viviendo con vos”.

“¿Te vas?”.

“Me voy”.

“¡Sobre mi cadáver!”.

La mujer sonrió.

Esto fue lo que le dijo a la Policía la cocinera de don Arnulfo, que les servía el desayuno aquella mañana, y agregó:

“Vi en sus ojos la cólera y el odio. Yo sé que repudiaba a don Arnulfo”.

+El hombre que quería ir al cielo (Primera parte)

ADEMÁS: Selección de Grandes Crímenes: Una desaparición extraña

LA PINTURA

Tres meses pasaron después de aquel incidente, en los cuales Marina se portó fría y distante con su esposo. Se encerraba en su estudio, a pintar un cuadro enorme, y pasaba en aquello largas horas.

Don Arnulfo, creyendo que la amenaza de su mujer de irse para Nicaragua no se cumpliría, se tranquilizó, y al ver que casi nunca salía de su estudio, tuvo la esperanza de que pronto se reconciliarían.

Él la amaba, y trataba por todos los medios de ganarse de nuevo su cariño.

“No me siento bien –le dijo un día, en el que ella accedió a almorzar con él–; hice mi testamento, y como no tengo hijos, te dejo todo a vos, por si acaso no me queda mucho tiempo”.

“Ella no dijo nada –confesó la cocinera–, solo miró a don Arnulfo, como mira la serpiente a la rata que se quiere comer, y él trató de sonreírle. Yo estaba segura de que era que ya no lo quería”.

“¿Cree usted que le era infiel a don Arnulfo?” –le preguntó el policía.

“Yo estoy segura porque cuando una mujer se porta así con el marido que tanto la quiere, es porque tiene otro… Pasaba metida allí en ese cuarto, pintando, y esa pintura no la terminaba nunca. Para mí que esa mujer es el mismo diablo”.

“¿Por qué lo dice?”.

“Vea la pintura y vea lo que le pasó a don Arnulfo”.

Era una pintura asombrosa, de un metro y medio de alta por uno de ancho. Sobre fondo oscuro destacaba una figura vestida con una sotana con capucha a la que no se le veía el rostro, solo una sombra negra. Alrededor del cuerpo, colgando de ganchos, garfios y cadenas, estaban las partes de un cuerpo humano, sangrantes. Una rosa descansaba sobre el tronco mutilado, sobre el que estaba un pie delgado, como el de una mujer.

El policía dio un salto hacia atrás cuando vio aquello, pero, reponiéndose, se acercó al cuadro y miró con mayor detenimiento. La cara en la cabeza mutilada, que colgaba del hombro derecho de la figura, era la cara de don Arnulfo.

“¿Ve lo que le digo?” –le preguntó la cocinera.

“Lo veo”.

“Esa mujer planificó la muerte de don Arnulfo, y así fue como lo dejó: hecho pedacitos”.

LA MUERTE

A don Arnulfo lo encontraron en su cuarto, hecho pedacitos, como había dicho su cocinera. Lo decapitaron, con la destreza de un cirujano o la de un carnicero; le cortaron brazos y piernas, y las manos las pusieron juntas sobre el abdomen desnudo.

“A mí me extrañó que ella, de primas a primeras, volviera a dormir con don Arnulfo –dijo la cocinera–; era amable con él, y él estaba feliz, pero no sabía qué era lo que esa mujer le tenía preparado”.

“Pero, esto no lo hizo solo ella” –le dijo el policía.

“Claro que no… Seguramente lo hizo con uno de esos tales poetas con los que se llevaba, y con los que sé que le pagaba mal a don Arnulfo”.

“¿Los conoce a todos?”.

“De cara sí; por nombres, no”.

“Tenemos localizados a varios de ellos”.

“¿Y es que usted cree que el que le ayudó a esa arpía a matar a mi patrón se va a quedar aquí para que lo agarren? No, señor. Esta es hora de que ya se voló con ella para Nicaragua…”.

ADEMÁS: ¿Quién era el capo sin piernas?

OSWALDO

Cuando el general López Arellano recibió el informe del crimen, se indignó, y ordenó que encontraran a la asesina fuera donde fuera.

NOTA FINAL

Pero a la asesina no la encontraron nunca. Eran tiempos duros, en los que había cosas más importantes en qué ocuparse.

“Me contó el licenciado Becerra –dice el general Vásquez Velásquez–, que el general López Arellano lloró por su amigo, y que cuando vio la pintura, se estremeció y dijo: De verdad que hay mujeres que son más peligrosas que la ruleta rusa. Después, ordenó que quemaran la pintura y le pidió a sus amigos de la prensa que contaran la noticia de la muerte como algo natural, para guardar un buen recuerdo de su viejo amigo”.

+ Más allá del odio (parte I)

+ Más allá del odio (2/2)

ZEDE

Política. Si desde hace años están aprobadas las Zonas Especiales de Desarrollo Económico (ZEDE), ¿por qué hoy hay un huracán en su contra? ¿Por qué no las combatieron en el tiempo en el que fueron aprobadas? ¿Es que nadie había entendido lo que representaban para Honduras? Si es cierto que violan la soberanía y venden a Honduras en pedazos, hay que detenerlas. Si es cierto que serán un Estado poderoso y restrictivo para la hondureñidad, pues, hay que hacerles la guerra, sin embargo, si es como dicen sus defensores que impulsarán la economía, que generarán trabajo, riqueza y bienestar para miles, entonces, bienvenidas. La política se ha desatado en Honduras; vamos a elecciones y la oposición, que nunca pudo contra Juan Orlando, agarra lo que puede para desacreditar a sus contrarios. Pero, ¿vale la pena la confrontación estéril? Qué horrible es la política que hacen nuestros políticos, que son más intrigantes, sucios y maliciosos que Maquiavelo. Pobre Honduras pobre. Mientras tanto, el pueblo seguirá eligiendo a los mismos para tener más y más de lo mismo, esto es: miseria, pobreza, que no son lo mismo, violencia, corrupción y más política absurda.

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