TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres
Luto. Hace unos días murió la señora María Francisca Quan Pineda, madre de don Jorge Quan, excelente amigo y fiel colaborador de esta sección de diario EL HERALDO. Por la muerte de su señora madre le envío a mi buen amigo las muestras de mi sincero pesar, deseando que haya paz en su corazón y agradecimiento y amor eterno para la mujer que le dio la vida y que lo amó por sobre todas las cosas. Descanse en paz doña María Francisca Quan. Su espíritu ya volvió a Dios, quien se lo dio, y duerme a la espera de la resurrección. Mis sinceras condolencias, mi querido don Jorge. Sinceramente.
OMAR
La última vez que lo vieron con vida fue cuando salió de su negocio, a eso de las diez de la noche de un viernes en que llovía.
El guardia de seguridad de su empresa dijo que le había abierto el portón, que él bajó el vidrio de la ventana del carro para darle un café y dos panes con frijoles y mantequilla que había comprado desde hacía unas horas, y que le dijo que se verían mañana.
“Si Dios lo permite, don Omar”.
“Dios siempre permite lo bueno” -le respondió Omar.
“No lo vi cuando llegó a la casa -declaró la esposa-; teníamos dos meses de estar separados, dormíamos cada quien en su cuarto y tratábamos de no vernos en las mañanas. Él ya había decidido dejarme la casa. Se iba a ir para un apartamento, o algo así, y eso era cosa que a mí no me interesaba...”
“¿Por qué se habían separado, señora?”
La mujer, joven, bonita y hermosa, de unos treinta y dos años, miró a la mujer que la acompañaba, una mujer alta, delgada y de agradables facciones. Esta no hizo ningún gesto, pero en su mirada estaba la respuesta que su amiga buscaba.
“Fue algo rápido -me dijo el agente que lleva el caso-, una de esas miradas que se incendian con una chispa que desaparece en menos de un segundo, pero que decía mucho. Y yo entendí que le aconsejaba que no dijera nada”.
VEA: Selección de Grandes Crímenes: La carreta de la muerte
“No tengo por qué contarle mis problemas personales -dijo la mujer-; usted está investigando la desaparición de Omar, y debe limitarse a eso”.
“Señora -le dijo el agente-, su amiga seguramente sabe que esta es la investigación de una desaparición que tal vez sea un crimen. ¿Qué tal si su esposo está muerto? Como vemos, su carro está en el garaje, señal de que la noche del viernes vino a su casa. Y, como sabemos, el carro no se ha movido del garaje desde esa noche. Y hoy es domingo. Su esposo lleva dos días desaparecido”.
“Sí, pero bien pudo haber salido con alguien que vino a traerlo, y ha de estar por ahí, divirtiéndose, mientras ustedes pierden su tiempo. El que el carro esté aquí no significa nada”.
“Para la Policía, señora, cada cosa significa algo... Y, sobre todo, la actitud poco amable de su parte... Es algo sospechoso...”
“¡Ustedes sospechan de todo!”
“Es nuestro trabajo luchar contra el delito, señora, y actuamos siempre desde lo peor, hasta lo menos malo... Si usted nos dice que no vio a su marido anoche, pues nosotros le creemos, pero debemos hablar un poco más, a menos que desee usted ir a las oficinas de la Policía...”
“¿Y para qué van a hablar con mi amiga si ella ya les dijo lo que sabe?”
“Estamos en una investigación, señora; nada más hacemos nuestro trabajo”.
En ese momento, un agente llegó a la sala acompañando a una mujer madura que vestía con sencillez.
“Esta señora es la doméstica -dijo el agente-; dice que su patrón vino ayer a las diez y quince, o diez y veinte de la noche, que le sirvió cena, y que él, después de comer, se fue para su cuarto”.
“¿Qué hizo usted después, señora?”
“Nada; esperé a que terminara de comer para recoger los platos y me fui a la cocina para lavarlos. Después apagué las luces y me fui para mi dormitorio”.
“¿Qué hora era, más o menos?”
“Tal vez faltaban unos quince para las once, señor”.
“¿Usted le cocinó a su patrón?”
“No, señor. Esa noche fue mi patrona la que hizo la cena”.
“¿Y eso es común? ¿Su patrona cocina siempre?”
“Pues no, señor -dijo la mujer, con timidez, luego de ver por un momento a su patrona-; pero esa noche ella hizo la cena, le dio de comer a la niña, la hijita de los señores, y me dio mi plato; y sirvió la comida del señor en un plato que dejó tapado con papel aluminio. Yo solo se lo calenté en el micro y se lo serví con un poco de jugo”.
“¿Y él comió?”
“Casi toda la comida, señor?”
“Está bien”.
“¿Algo más, señor?”
“¿Dónde queda su dormitorio?”
“Cerca del garaje, señor”.
“¿A unos seis o siete metros del portón de entrada?”.
“Así es”.
“¿A qué hora se durmió usted?”
“No sé, pero estuve despierta hasta tarde, como hasta las doce y minutos, porque estoy viendo una serie de Netflix...”
“¿Y escuchó algo anormal antes de dormirse?”
“No, señor”.
“¿Oyó que saliera de la casa el señor?”
“No, señor... Nadie salió. Y si hubiera salido, el guardia les diría”.
“¿Su señora estaba acompañada?”.
“La señorita abogada siempre está con ella”.
“¿Y esa noche del viernes estaba aquí la abogada?”
“Sí, señor. A veces se queda a dormir aquí”.
“¿Se queda a dormir?”
“Sí, señor”.Un agente intervino.
ADEMÁS: Selección de Grandes Crímenes: Un infierno en el pecho
“Ya hablamos con el guardia que estaba el viernes de turno; dice que él vio que su patrón entró a la casa, a eso de las diez y quince, tal vez menos, y que nadie salió, hasta la mañana del sábado”.
“¿Quién salió esa mañana?”
“La señora”.
“¿A qué hora salió la señora?”
“Antes de las siete”.
“Fui y compré”.
“¿Para hacer unas diligencias” -dijo la mujer.
“¿En sábado?”
“Sí; en sábado. ¿Por qué no?”
“¿Qué diligencias fueron esas, señora? Me gustaría que me las diga”.
“Fui... a comprar unas flores”.
“¿Flores?”
“Sí”.
“¿Y dónde están las flores?”
“Las que había no me gustaron, y no las compré”.
“¿Para qué quería las flores?”
“Me gustan”.
“¿Puede llevarnos al lugar donde buscó las flores, a ese lugar en el que no había flores como le gustan a usted?”
“¡Es suficiente, señores! -intervino la segunda mujer, levantando la voz y dando un paso hacia adelante-. Están acosando a mi amiga y eso es ilegal. Soy abogada y sé que ustedes están intimidando y presionando, lo que es contra la ley”.
“Solo estamos haciendo unas preguntas, pero si usted prefiere que su amiga se las responda al fiscal, allá usted. Creo que me gustaría ver el lugar al que su amiga fue a comprar las flores...”
“¿Es que mi amiga es sospechosa de algo?”
“Todo mundo es sospechoso cuando estamos ante un caso que puede ser un crimen, señora, y como abogada, usted debe saberlo mejor que nosotros. Solo queremos saber dónde está el señor Omar... O qué es lo que pasó con él. Hoy es domingo...”
El agente se interrumpió de pronto, como si acabara de recordar algo importante.
“¡Ah! -exclamó-. Y me gustaría saber si ayer sábado, antes de las siete de la mañana, usted acompañó a su amiga a comprar las flores”.
“No, señor. Yo estuve aquí hasta la una de la mañana, y me fui a esa hora para mi casa”.
“Pero el guardia de turno dice que no salió nadie de la casa y que fue hasta eso de las siete de la mañana que salió la señora... Aunque el guardia dice que es su patrona la que iba en el carro, porque es el carro de la señora, pero no dice que la vio ir en él”.
La abogada exclamó: “Salí a eso de la una, o el guardia estaba dormido o no se acuerda que me vio salir”.
“¿Su carro estaba dentro del garaje?”
“Sí; como usted ve, es un garaje amplio...”
“Y el guardia estaba dormido”.
“O no se acuerda de nada”.
“Tráiganme al guardia”.
Este, hombre maduro, delgado y de baja estatura, con un revólver en la cintura y una escopeta colgada de un hombro, se acercó a los policías.
“Dígame, señor”.
“¿Usted estuvo de turno el viernes?”
“Verdad. Sí señor. Todo el viernes, desde las diez de la mañana hasta las diez de la mañana del sábado, cuando vino mi relevo”.
“¿Y se duerme usted en su turno?”
“No, señor”.
“¿Vio usted salir de la casa, a la una de la mañana, el carro de esta señora, la abogada amiga de su patrona?”
“No, señor... No salió nadie hasta a eso de las siete de la mañana...”
“¿Usted estaba dormido?”
“No, señor; y se lo puedo comprobar, porque a eso de la una y minutos llamé a Radio Moderna para que me pusieran una música... Me acuerdo bien porque el locutor siempre está diciendo la hora. Además, no puedo dormirme, porque si el patrón se da cuenta que me duermo, me quita la chambita, y de esto le doy de comer a mi familia, porque el patrón es muy bueno con nosotros...”
“¿Cuál es el carro de la abogada?”
“Ese rojo que está allí, al lado del carro del patrón. El de la patrona es el gris, la camioneta que está atrás...”
“¿Usted vio regresar a su patrona esa mañana?”
“No, señor. Me fui a eso de las diez y cinco y ella no había regresado”.
“O sea, señora, que anduvo usted buscando flores de puesto en puesto”.
“¡Objeción, señor agente! -exclamó la abogada-. Eso es ilegal...”
“Solo es una pregunta, señora abogada” -dijo el agente, escondiendo una sonrisa.
“¿Algo más que recuerde?” -le dijo al guardia.
“No, señor”.
“Está bien. Muchas gracias. Si lo necesitamos, lo vamos a llamar”.
“A la orden, señor”.
El agente se volvió hacia las mujeres.
“Me gustaría hablar con su hija... Tengo entendido que tiene seis años”.
“No hablará con mi hija. Ella no sabe nada de que su papá está desaparecido; y si lo sabe, le va a afectar mucho...”
“Pero tenemos que hablar con todas las personas que viven en la casa. Es el procedimiento”.
La niña, delgada, menuda y de largo pelo oscuro, apareció en la sala con un peluche pegado al pecho, baja la cabeza y con ojos tristes y desconfiados.
“¿Me autoriza a hacerle algunas preguntas a su hija?”
La abogada respondió.
“Para eso, señor, tiene que estar presente alguien de un juzgado...”
“Entonces, vamos a llamar al fiscal”.
“No es necesario, señor; pregúntele lo que guste a mi hija. Yo lo autorizo”.
“Delante de testigos”.
“Así es”.
La niña levantó la mirada. Había miedo en ella y humedad de lágrimas recientes.
“¿Te pasa algo?” -le preguntó el agente.
La niña miró a su mamá. Miró luego al policía y, soltando el peluche, salió corriendo de la sala.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA
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