Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El mejor testigo (Segunda parte)

Cuando la gente se deja llevar por sus pasiones,
casi siempre camina al desastre
05.02.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Segunda parte

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Resume. Omar había desaparecido. Desde el viernes anterior que salió de su oficina, solo su empleada doméstica lo vio por última vez cuando le sirvió la cena antes de las once de la noche. Para la mañana del domingo, ya no estaba. Pero, el guardia de turno dijo que nadie había salido de la casa, y que la última persona que entró fue su patrón. Desde ese momento empieza el misterio. El carro de la esposa de Omar salió a eso de las siete de la mañana del sábado. Dice que fue a comprar unas flores. Y la amiga de la señora asegura que se fue de la casa a eso de la una de la mañana, pero el guardia dice que no salió nadie de la casa hasta las siete de la mañana. Y la hija de seis años de la pareja está nerviosa y desesperada. Los agentes de policía se preguntan ¿qué fue lo que pasó con Omar?

CASA

“¿Nos permite ver el dormitorio del señor?” -le preguntó a la esposa un detective.

“Vayan” -respondió ella, secamente.

“¿Quién arregló el cuarto?”

“Yo le ordené a la doméstica que lo arreglara”.

“¿Cuándo?”

“Ayer”.

Todo estaba en orden en el cuarto.

“Tráiganme a la doméstica” -dijo el policía

“Tráiganme a la doméstica” -dijo el policía.La señora llegó secándose las manos en un delantal.

“¿Usted arregló el cuarto de su patrón?”

“Sí, señor; ayer...”

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“¿A qué hora?”

“A eso de las nueve o diez. No estoy segura”.

“¿Quién le ordenó que lo arreglara?”

“Nadie, señor. Yo lo hago porque es mi trabajo”.

El agente miró a la esposa de Omar.

“¿Notó algo raro en el dormitorio?”

“Pues, mire, señor, estaba desordenada la cama, y la ropa que se había quitado el señor estaba en una silla. Pero el señor no estaba, ni bajó a desayunar. Me pareció extraño, pero no dije nada”.

“¿Faltaba algo en el cuarto?”

“Eso iba a decirle, señor. Faltaba la sábana con la que se cobija el señor. La recuerdo bien porque la cambio cada dos días, y esa la cambié el viernes... Y faltaba la ropa de dormir del señor; pijama, quiero decir...”

“¿La buscó usted?”

“Sí, y me pareció extraño...”

“¿Por qué?”

“Porque el señor siempre la deja en una silla, esa que está allí”.

“¿Lo vio usted la mañana del sábado?”

“No, señor. Yo me levanto temprano para hacer el desayuno, y el señor es bien cafetero. Le gusta fuerte y sin azúcar, y se toma hasta tres tazas, y me pareció raro que se hubiera ido esa mañana sin tomar café siquiera, porque todos los días es lo primero que hace... Bajar al comedor y esperar el cafecito caliente”.

“¿Cree usted que le haya pasado algo malo a su patrón?”

La mujer dio un grito y se persignó.

“¡Ay no, señor! Ni lo quiera Dios. El señor es bien bueno”.

MIRADAS

“La esposa de Omar empezó a ponerse nerviosa -me dijo el detective-, y miraba a su amiga como si quisiera pedirle consejo. Pero la abogada también estaba pálida, y a veces rehuía la mirada de su amiga. “Fue entonces cuando le dije: Señoras, aquí se ha cometido un crimen”.

La esposa dio un brinco.

“¿Un crimen?” -preguntó, y miró a su amiga una vez más.

“Eso es lo que les he dicho. Un crimen. Su esposo, señora, llegó a la casa a eso de las diez y quince, cenó, y se fue a su cuarto. No amaneció en él. No salió de la casa. Falta una sábana en su cuarto. Falta la ropa de dormir. Su carro está en el garaje. Usted salió temprano de la casa. Dice su amiga que se fue de aquí a la una, y el guarda dice que no salió a esa hora. La empleada del servicio dice que su marido siempre bajaba a tomar café, y que no bajó. Usted dice que le ordenó a la señora arreglar el cuarto de su marido, y ella dice que usted no le dio esa orden porque ella lo arregla siempre como es su deber. El guardia dice que nadie vino a traer a su esposo, y que no lo vio desde la noche anterior. A la oficina de su negocio no ha llegado, y el guardia de turno dice que se despidió de él la noche del viernes. Nadie lo ha vuelto a ver. Usted salió a eso de las siete de la mañana del sábado, dice que fue a buscar flores, y no encontró, a pesar de que hay flores por todas partes. Y tampoco nos quiere decir a dónde fue a comprar flores. Entonces, señoras, lo que podemos deducir es que su esposo jamás salió de la casa, no por su propia voluntad, y si salió, salió muerto”.

“¿Muerto el patrón?” -gritó la doméstica, llevándose una mano a la boca.

El agente sonreía, mientras miraba al rostro a las dos mujeres.

“Ustedes no puede probar eso” -dijo la abogada.

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“¿En qué más nos están mintiendo?” -le preguntó el detective.

“En nada -dijo la esposa-; mi marido, que ya no era mi marido, seguramente salió con algunos amigos, y el guardia no lo vio salir”.

“También le preguntamos eso -dijo el agente-. Y el guardia dice que siempre que alguien visita a su patrón, se anuncia con ellos en la puerta de entrada. Y por eso está seguro de que si alguien hubiera venido a buscarlo, él lo hubiera sabido porque él es el primero en atender a las visitas... Es el que les abre el portón”.

Las mujeres se miraron como si se quisieran decir mil cosas.

“Por eso, señoras -les dijo el detective- si tienen algo que decirle a la Policía, les aconsejo que lo hagan ahora”.

Se detuvo por un momento el detective, y se dirigió a la abogada.

“Usted sabe bien -le dijo- que mentirle a la Policía no es nada bueno; y menos ocultarle información”.

“Nosotras no sabemos nada de ese hombre”.

“Por lo que acabo de escuchar, usted no estima mucho al patrón... o no lo estimaba mucho...”

“No tengo por qué. Mi amiga es ella”.

“Señoras, creo que aquí hay mucha tela que cortar, lo que quiere decir, que aquí se esconde un misterio que ustedes conocen muy bien...”

“Yo no sé nada”.

“Yo tampoco. Ya les dije que estaba separada de ese hombre, y lo que haga o deje de hacer a mí no me importa. Él dijo que se iba a ir de la casa, y si ya se fue, pues, es mejor así...”

“Búsquenlo en otra parte”.

“¿Por ejemplo?” -preguntó el detective.

“No sé”.

Hubo un momento de silencio.

“Mire, señora -dijo el policía-, ustedes creen, seguramente, que la Policía es tonta y que nosotros somos unos brutos a los que se les puede engañar fácilmente. Pues, no... Y se le voy a demostrar. Usted nunca o casi nunca cocina. La noche del viernes cocinó, lo cual le pareció extraño a la señora del servicio. Usted cocinó para su marido aun estando separada de él, odiándolo como veo que lo odia, a tal grado que no quiere ni verlo; pero le cocinó, con esmero, y le dejó la cena tapada en un plato con papel aluminio. ¿No le parece extraño? Pues, a nosotros sí. Y nos parece extraño porque usted, según lo que nos ha dicho, no tiene esos detalles con su esposo desde hace mucho tiempo... Así que yo creo, y se lo voy a decir así, claramente, es que usted cocinó para él porque le puso algo en la comida para acabar con él...”

La mujer abrió la boca para decir algo, pero su amiga la interrumpió.

“¡No digás nada! -le dijo-. Este hombre quiere provocarte. Y te está acusando de cosas que solo están en su imaginación”.

El detective sonrió.

“Veo que vamos por buen camino” -dijo.

“Como abogada de mi amiga, le aconsejo que no hable más con ustedes, que la están acusando de cosas que solo están en su imaginación... Por eso es que bien dicen que la Policía es más lo que inventa que lo que en realidad investiga”.

“Señora, vamos a presentarle este caso al fiscal de turno, y vamos a pedir que su hija, la niña que tiene usted con su esposo desaparecido, declare en la Cámara de Gessel... con testigos y ante autoridad competente”.

“¿Por qué mi hija? Mi niña nada tiene que ver en esto”.

“Señora, hemos visto que su niña está nerviosa, vino a la sala con miedo, con ojos asustados y apretando un peluche contra su pecho, señales que los policías tontos, como ustedes nos dicen, podemos interpretar como si ella hubiera sido testigo de algo... ¿Entiende, señora? Pero, como su abogada le aconseja que no hable más con nosotros, pues, entonces tiene que hablar con el fiscal... Y creo que le va a ir peor cuando sus empleados hablen también con la fiscalía”.

Las mujeres no dijeron nada.

“Señora -dijo el detective-, creo que si tiene algo que decirnos, nos lo diga ahora... Si en la investigación del caso encontramos otros elementos que la acusen de un crimen premeditado, le va a ir peor. Eso se lo puede explicar su amiga”.

La mujer bajó la cabeza, y ya iba a decir algo, cuando apareció su hija en la puerta.

“Mi mamá se llevó a mi papá -dijo-. Mi papá estaba dormido, y mi mamá se lo llevó. Se lo llevó con esta señora...”

El detective no dijo nada.

La voz suave y temerosa de la niña llenó toda la habitación. La mujer, después de ver a la niña, dio varios pasos y se dejó caer en la cama.

“Yo te dije que era mala idea -musitó-: De todos modos, él me iba a dejar mucho dinero...”

“¡Callate! ¡Callate! No digás nada... Los policías no están más que inventando. ¡Callate!”

“Mi papá estaba envuelto en una cobija -dijo la niña-, y ellas dos se lo llevaron... Yo las vi... Yo las vi. Mi papá estaba dormido...”

NOTA FINAL

En ese momento detuvieron a las mujeres, pero nunca prosperó un juicio porque hasta el día de hoy no ha sido encontrado el cuerpo de Omar. Y la niña no dijo nada más. La entrevistaron en la Cámara de Gessel, pero no abrió la boca ni una sola vez. Y nadie sabe qué fue lo que pasó con Omar.

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