CUERPOS. A las oficinas de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) llamó una mujer diciendo que era una de las operadoras de turno del 911. Eran más de las diez de la mañana. Dijo que acababan de denunciar que, en la salida vieja hacia Olancho, a unos tres kilómetros de la colonia Sagastume, estaban dos cuerpos tirados. Eran un hombre y una mujer jóvenes, que habían sido asesinados de un balazo en la nuca. Estaban amarrados de pies y manos, y tenían una mordaza en la boca. Dijo, además, que dos policías motorizados custodiaban la escena, dirigiendo el tráfico, porque los cuerpos estaban tirados casi a mitad de la calle de tierra. El hombre estaba boca arriba, con las rodillas flexionadas hacia adentro, y con los ojos abiertos. La mujer estaba tirada boca abajo, a medio metro de él. Cuando los agentes de delitos contra la vida llegaron, se habían reunido algunos curiosos, entre ellos, una mujer madura que dijo que estaba haciendo sus necesidades cerca de allí, en el monte, cuando vio pasar una camioneta blanca, alta, y la sintió detenerse “como a unos veinte pasos de mí”.
Crímenes: Por el camino de la muerte
“Yo me escondí más detrás del muro de piedra -agregó-, para que no me vieran, porque, bueno, pues, a uno le da vergüenza que la vean haciendo ciertas cosas... Y es que yo andaba, que ya me hacía del cuerpo... Y así, escondida detrás del muro y del monte, ya iba a terminar, cuando oí unas voces... Era una mujer que lloraba, y un hombre que le daba órdenes a otros... Claro que yo tuve miedo, y me escondí más... Y no pasó mucho tiempo cuando se oyeron dos tiros... Primero uno, después el otro... Yo me acosté en el monte, por miedo a que me vieran, aunque desde donde yo estaba no se veía nada; pero, uno nunca sabe... Después, oí unas voces, y el carro se fue recto... O sea, que no regresó... Se fue como para la carretera de Olancho”.
Crímenes: Una dolorosa despedida
El agente a cargo del caso hizo una llamada, después de escuchar con atención a la señora. Nadie más había visto u oído nada.
“Mirá -dijo el agente, por teléfono-, averiguame si tenemos alguna denuncia del rapto de dos personas ahorita en la mañana... Un hombre y una mujer”.
“Tenemos una denuncia -le respondieron de inmediato-. En la colonia Calpules, un hombre fue raptado cuando salía de su casa en una moto... La madre dijo que iba para el trabajo”.
“¿A qué hora fue el rapto?”.
“A eso de las nueve de la mañana. Tal vez unos diez minutos antes. La denuncia la puso la señora a las nueve y quince, aquí, en la colonia Kennedy”.
Sin cortar la llamada, el agente a cargo del reconocimiento le preguntó a la única testigo que tenía:
“¿Sabe usted a qué hora, más o menos, mataron a estas personas?”.
“Pues, yo creo que como a las diez”.
El agente siguió hablando por teléfono.
“El hombre se llama Jorge Rosales -dijo-. Tiene todas sus pertenencias encima. No le robaron nada”.
“Sí -le respondieron desde la oficina de la DPI-, ese es el nombre... Trabaja como mensajero, según dijo su mamá”.
“Trabajaba”.
“Bueno... ¿Tenés el nombre de la mujer?”.
“Sandra Laínez, de treinta y dos años. En su cartera tiene una libreta de banco, un teléfono celular y maquillaje, entre otras cosas... ¿Tenemos algo sobre ella?”.
“Nada... No tenemos nada... A menos que alguien venga a denunciar su desaparición en los próximos minutos”.
En ese momento, alguien le hizo una seña al agente.
“Esperame” -dijo.
“Dos mujeres vienen a denunciar que hace una hora, más o menos, se llevaron a la fuerza a su hija”.
El agente exclamó, dirigiéndose al detective que estaba a cargo del caso:
“¡Creo que tenemos algo! No cortés la llamada”.
Hizo que las mujeres se acercaran a su escritorio.
“Vienen a denunciar la desaparición de una muchacha, ¿no es así?”.
“Sí, señor -dijo la de mayor edad-. Mi hija salió de la casa para el banco, porque el esposo le acababa de depositar una remesa; pero el hijo de un vecino fue corriendo a decirle a su mamá que unos hombres en un carro blanco se habían llevado a Sandra, la mamá de Quique... El niño andaba comprando huevos en la pulpería de la esquina, y vio todo... Y dice que todos los que estaban en la calle vieron cuando dos hombres se bajaron del carro, agarraron a Sandra del pelo y la metieron a la fuerza en la parte de atrás”.
“La mujer raptada se llama Sandra Laínez”.
“Así es”.
“Pues, te va a tocar darle la noticia a la madre... Su hija acaba de ser ejecutada de un balazo en la nuca en la carretera vieja a Olancho... Preguntale si la muchacha tenía algún enemigo”.
El agente no pudo decirle nada más a la señora. Se desmayó, después de dar un grito, y quedó con la cabeza colgando hacia atrás en su silla. Cuando volvió en sí, tampoco pudo decir algo.
“¿Mataron a mi hermana Sandra?” -le preguntó al agente, la muchacha que acompañaba a la señora.
“En la carretera vieja a Olancho, señorita... La ejecutaron... Estaba amarrada de pies y manos, y tenía una mordaza en la boca... ¿Qué sabe usted sobre eso? ¿Tenía enemigos su hermana?”.
“Ay, señor... Yo no sé nada de eso”.
“También mataron a un hombre que se llamaba Jorge Rosales... Lo raptaron esta misma mañana, y los testigos dicen que fueron varios hombres en una camioneta blanca”.
“¡Jorge!” -gritó la muchacha, poniéndose blanca como el papel.
“¿Lo conocía?”
“Ay, sí, señor”.
“¿De dónde lo conocía?”.
La mujer se acomodó en su silla.
“Era... Era él... el novio de mi hermana”.
“¿El novio? Pero, tenemos entendido que su hermana tenía un esposo”.
“Sí... Bueno, Jorge era el amante... Porque mi hermana era casada... El esposo está en Estados Unidos, o en Canadá... No sé... Y hoy, precisamente, la llamó para decirle que le acababa de poner una remesa, para el cumpleaños del niño... Porque tienen un niño... Enrique”.
“¿Hoy la llamó el esposo?”.
“Sí... Y ella se alistó para ir al banco... Fue como unos veinte minutos, o media hora, que nos fueron a avisar que se habían llevado a Sandra”.
El agente habló por el teléfono.
“¿Estás oyendo?” -preguntó.
“Sí... Y todo concuerda... Estamos ante un crimen pasional... Raptados, ejecutados... Solo falta saber quién los mandó a matar”.
“Si nos atenemos a lo que acaba de decirnos, la hermana de la muchacha muerta, pues, podríamos decir que el esposo es el primer sospechoso”.
“Podría ser... Decile a la señora que no se vaya de la DPI; necesito hablar con ella. Y localicen a los parientes de Jorge Rosales... Si este don Juan andaba con una mujer ajena, pues, bien, podemos suponer que por ese lado le vino la desgracia”.
“Es muy posible”.
“Y, haceme un favor... Llamá al amigo de la compañía de teléfonos y pedile que nos ayude con estos números... ¿Tenés en qué escribir?”.
“Sí... A ver”.
El agente le dictó tres números de teléfono.
“Y este -preguntó-, ¿de dónde es?”.
“Mirá el prefijo, y preguntale a la muchacha dónde es que vive su cuñado”.
“Excelente”.
“Vamos bien”.
“Muy bien”.
Hubo una pausa.
“Y necesito que adelantés en algo -agregó el agente a cargo-; y es que llamés al 911 y pidás que nos ayuden con las cámaras de la zona de La Concordia, la colonia Sagastume y los alrededores para encontrar una camioneta blanca”.
“¿Qué marca?”
“No sabemos... Es una camioneta blanca... Una testigo la vio pasar cerca de ella y la sintió detenerse en el sitio donde mataron a la pareja... Y parece que fue en la misma camioneta que se los llevaron... Creo que las cámaras de Calpules nos pueden ayudar... Los dos vivían en esa colonia”.
“Está bien... Vamos a avanzar en eso”.
Cortó la llamada el agente, y les dijo algo a los técnicos de inspecciones oculares.
“Busquen huellas de zapatos cerca de las víctimas; y levanten las huellas de las ruedas cerca de la escena... Por buscar casquillos, no se preocupen. Sería perder el tiempo... O los asesinos los recogieron, si es que los mataron con pistola automática, o los ejecutaron con revólver... Eso lo vamos a saber en la morgue”.
En ese instante sonó su teléfono celular.
“¿Qué tenemos?” -preguntó.
“En la carretera, cerca de la aldea Carpintero, hay una camioneta quemada... Parece que era una Toyota Runner de color blanco... Los bomberos llegaron tarde”.
“Excelente... Vamos bien... Estamos ante un asesinato, y bien planificado... Y creo que ya sé por dónde debemos buscar... Ayudame con los números de teléfono... Creo que por ahí vamos a encontrar la punta de la madeja”.
“Está bien. ¿Siempre le digo a los parientes de la muchacha que esperen aquí?”.
“Sí; y llamá a los parientes del hombre”
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA