Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El misterio de los pies descalzos (1/2)

Bien dicen que, de dónde menos se espera, salta la liebre
09.06.2024

CASO. Eran las dos de la tarde, de un día brumoso, cuando un grupo de campesinos que regresaba a su aldea, en una montaña de Olancho, se encontró con algo inusual en el camino real. En el centro, bajo la sombra de viejos árboles, y flanqueado por los extensos muros de piedra que separaban los potreros, estaba un cuerpo tirado boca abajo. Era el cadáver de un hombre cuyo rostro estaba hundido en el lodo, en el que se había formado un charco de su propia sangre. Uno de los campesinos, el de mayor edad, se quitó el sombrero y avanzó hacia el cuerpo. Dudó unos instantes y, después, dijo:

“Me parece que es el Chafarote... Rigo, el Chafarote”.

Era el cuerpo de un hombre joven, fornido, delgado y no muy alto, que llevaba el pelo cortado al estilo militar. El campesino, para estar más seguro, le levantó la cabeza como pudo, y, a pesar de la máscara de sangre y lodo que le cubría el rostro, reconoció al hombre.

“¡Es él! -exclamó-. Es el Chafarote... Lo mataron... Mataron al Chafarote”.

Dos mujeres que iban en el grupo se santiguaron, y uno de los hombres, que se había acercado al cuerpo, dijo:

“Eso iba a pasar tarde o temprano, Tata... Este hombre andaba las coronas en el lomo... Desde que regresó de la militar se creía el todopoderoso del lugar... Y, mire en lo que quedó...”.

“Mijo, cállate -lo interrumpió una anciana-; no es buena cosa hablar más de los muertos...”.

“Hay que avisarle al auxiliar” -dijo el campesino que lo había reconocido... “Para mí que hace unas dos o tres horas que se lo echaron al pico, porque la sangre se ve fresca todavía”.

Y, diciendo y haciendo, uno de los hombres se regresó por el camino real para avisarle al auxiliar de la aldea más cercana. Este, para no hacer más largo el asunto, le avisó a la Policía, y el Clase III, con dos agentes, fueron a la escena del crimen. Eran casi las cinco de la tarde cuando llegaron, todavía brillaba el sol en lo alto, a pesar de las nubes grises que cubrían el cielo, y el Clase III procedió a asegurar la escena, después de confirmar que la víctima era el hombre al que llamaban el Chafarote.

“Un solo balazo atrás de la oreja -dijo-. Lo venadearon... Algo debía este chavalo”.

“Muchas debía, mi Clase -le respondió uno de los campesinos-. Usted sabe que eran muchas las que debía”.

“Bueno, pues, no toca llamar a los muchachos de la DPI”.

Crímenes: Por el camino de la muerte

LA DPI

Los agentes de Delitos contra la Vida de la Dirección Policial de Investigaciones, (DPI), llegaron casi a las ocho de la noche. Venían desde Juticalpa. Todo estaba oscuro, los pájaros nocturnos cantaban en el fondo de la montaña, y aullaban a lo lejos los coyotes. El agente a cargo dejó que el fiscal tomara la iniciativa.

“Hagamos esto rápido -le dijo el agente del Ministerio Público-. ¿Qué crees que fue lo que pasó aquí?”

“Ya vamos a ver -respondió el agente-. Pero, me parece que vamos a dormir aquí, porque analizar la escena en estas condiciones no será tan efectivo como quisiera...”.

“Bueno, mira bien el cadáver, tomá notas, y regresemos al pueblo... Mañana volvemos...”.

Crímenes: Una dolorosa despedida

EL CUERPO

“Tiene una sola herida a una pulgada de la oreja derecha -dijo el agente, agachado frente al cadáver, mientras dos de sus compañeros lo alumbraban con dos grandes focos de mano, además de las luces de la patrulla-. Y, si no me equivoco, la entrada de la herida es de arriba hacia abajo, aunque no es un ángulo muy pronunciado... Fue un solo disparo, y me parece que es de un calibre pequeño... Tal vez del .22 o del .25...”.

Se puso de pie, sacó una cinta métrica, flexible, de uno de los bolsillos del pantalón, y con la ayuda de uno de sus compañeros, midió el cuerpo.

“Un metro setenta y seis centímetros” -dijo.

Luego, se ubicó a los pies del cadáver, y extendió la cinta.

“”A este hombre le dispararon desde allí, en línea recta -agregó, señalando un punto hacia la derecha, entre los árboles, los arbustos y el zacate que crecía a ese lado del camino, y que subía en una suave pendiente-. Tal vez a unos veinte metros de distancia, porque estas balas no llegan muy lejos... Alguien sabía que este hombre pasaría forzosamente por aquí, se ubicó en el mejor lugar, el que no presentara mucho obstáculo para su visión, pero que lo protegiera de las miradas de los que pasaran por aquí; esperó, y, llegado el momento, le disparó... Un solo tiro. Con buena puntería. La bala entró arriba de la oreja, pero, según parece, no lo mató en el acto. Además, el hombre estuvo de pie varios segundos, los suficientes como para que la sangre que salía de la herida, corriera por su cabeza, atrás de la oreja derecha, cayera por el cuello, llegara al hombro y terminara en la espalda. Además, hay sangre en los zapatos y en el pantalón. Esto significa que el hombre estuvo de pie, en este sitio, varios segundos, o el tiempo suficiente para que la sangre dejara esas huellas... Pero, tal vez, ya estaba inconsciente, o sea, desde el momento en que la bala entró en su cabeza y causó daños en su cerebro, daños que no lo mataron de inmediato, pero que lo hicieron perder la conciencia. Y aquí me hago una pregunta: ¿por qué no hubo un segundo disparo? ¿No se percató el asesino que su víctima no cayó muerto de inmediato? ¿Tuvo miedo de haber fallado? ¿Creyó que la víctima, al no caer al suelo, se volvería contra él? O, seguro de lo que había hecho, ¿simplemente se fue?

“Está claro que el asesino tenía algo pendiente con la víctima -dijo el fiscal-. Por eso lo esperó...”.

“Con este hombre -dijo el campesino de más edad-, casi todo el mundo aquí tenía algo pendiente...”.

“Entonces, hay muchas personas que deseaban la muerte de este hombre”.

“Si la deseaban o no, es algo que no sé, señor; pero, la verdad es que no era muy querido por aquí, desde que regresó de hacer la plaza en el Ejército... Regresó como si se le hubieran metido todos los demonios... No respetaba a nadie, enamoraba hasta a las mujeres ajenas, se metía en las casas, se llevaba lo que podía, y vivía como un ermitaño arriba, en la montaña, en la casa que le dejaron sus padres... Con decirle que ni sus hermanas lo aceptaban en sus casas...”.

“Dígame una cosa, señor... ¿Hizo algo verdaderamente grave este hombre como para que alguien planificara quitarle la vida?”.

“Mire, joven, aquí hasta que le roben a uno una gallinita es algo grave... Aquí vivimos del día a día, y perder un animalito, o un solo elote de la cosecha, es una tragedia, porque la pobreza aquí es algo horrible... Y si quiere averiguar más sobre este bandido, pues, pregunte por ahí...”.

El fiscal se volvió hacia el Clase III.

“¿Sabe usted algo, mi Clase?” -le preguntó.

“Mire, señor, por aquí se dijo que este hombre se había enamorado de una cipota, de una niña de apenas quince años, o menos, y que la buscaba y la vigilaba; pero la cipota no le hacía caso... Hasta que un día, en el río, pues, dicen que la violó...”.

“Y los padres de la niña, ¿presentaron alguna denuncia por ese delito, mi Clase?”.

“No, ninguna denuncia. Fue lo que dijeron, pero nadie lo denunció... No sé por qué... Y no sé si es verdad lo que dicen”.

“Y, la niña, ¿vive cerca de aquí?”.

“Vive con los abuelos en una casa retirada de la aldea, cercas del Guayape. Son gente humilde, que no le hace mal a nadie”.

“¿Investigó usted los rumores, mi Clase?”.

“Pues, sí y no -dijo el Clase, rascándose detrás de una oreja-. Aquí se dicen tantas cosas que, si nos ponemos a averiguar, no terminamos nunca... Pero, yo mismo fui donde los abuelos de la niña, y quise hablar con ella; pero los viejitos no me dejaron, y la niña no quiso salir del cuarto... Si es verdad, no lo sé. Y lo que los abuelos me dijeron fue que no sabían nada, porque la niña no les había dicho nada de lo que se andaba diciendo por allí”.

“Y ¿quiénes eran los que decían eso?”.

“Primero, se supone que el que regó la bulla fue el mismo Chafarote, que andaba diciendo que la Candidita ya era su mujer y que se iba a casar con ella...”.

“Y ¿usted trató de hablar de nuevo con la niña?”.

“No...”,

“¿Nos puede llevar mañana a hablar con los abuelos?”.

“Si usted quiere; pero desde ya esté sabido que esa gente es huraña; sencilla, pero huraña, habla poco, se dedican a trabajar la tierra y a criar sus animalitos, y no se meten con nadie, ni son visita de nadie”.

“Y ¿los padres de la niña?”.

“El papá, solo Dios sabe. La mamá murió de unas fiebres después de que la trajo al mundo... Así son las cosas por aquí...”.

“Vamos a investigar... Un crimen es un crimen, y si había mucha gente que no quería a este hombre, algo vamos a encontrar”.

“Tal vez”.

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA