RESUMEN. Tres muchachas; en realidad, tres adolescentes, desaparecieron sin dejar rastro, y en el lapso de un mes y medio. Nadie ha vuelto a saber de ellas. Mientras tanto, la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) sigue trabajando en este caso “que es uno de los más difíciles de los últimos tiempos”.
Las tres muchachas eran compañeras de colegio y, extrañamente, nadie sabe nada, o nadie quiere decir nada de lo que sabe acerca de estas desapariciones, si es que algo saben.
“La verdad es que hay un misterio grande alrededor de estas desapariciones -dice uno de los agentes involucrados en la investigación-. Creemos que muchas personas saben algo, pero tienen miedo, terror a abrir la boca”.
Crímenes: En carne propia
AVANCES
“Mire, Carmilla -me dijo el agente-, hay un detalle muy importante en la DPI que hacía falta en otros tiempos”.
“¿Cuál es ese detalle?”.
“Pues, que el señor ministro, mi general Héctor Gustavo Sánchez, se involucra bastante en el trabajo que hace cada dirección de la Policía; y se interesa mucho en lo que hacemos en la DPI. Y eso es un estímulo para todos nosotros, porque mi general, en su condición de ministro de Seguridad, pide informes acerca de los avances en la investigación, y, a veces, se involucra en ciertos casos en específico. Eso es bueno para el personal, y, en este caso en particular, mi general Sánchez y el director general de la Policía Nacional, mi general Juan Manuel Aguilar Godoy, se vuelven una especie de apoyo importante para nosotros. Y eso hace que nos comprometamos más con nuestro trabajo en beneficio de la población”.
Yo no dije nada. El agente sorbió un trago del café que acababan de servirle, y su compañero hizo lo mismo, pero con más azúcar de la necesaria. Después supe que padece de hipoglicemia crónica, y que necesita dosis de azúcar más altas de lo normal.
“¿Recuerda, Carmilla -continuó diciendo el agente-, que le dije que teníamos un informante?”.
“Lo recuerdo. Un muchacho... Un adolescente, compañero de las muchachas desaparecidas”.
“Así es... Hablamos con él y nos dijo que había oído que un señor ofrecía buen dinero para quien le ayudara a identificar a las muchachas que echaron a pelear a dos de las compañeras... A una de ellas, que dicen que tenía unos lindos ojos verdes, le decían “Ojos de gargajo”, un apodo detestable que formaba parte del bullying, del acoso que sufría esta niña por parte de un grupito de muchachas agresivas e intolerantes. Pues, quisimos saber quién era la muchacha con aquel apodo, y nadie dijo nada. Hablamos con los maestros, y dijeron que ellos no sabían nada de lo que pasaba con los alumnos después de que salían de clases”.
“Y, esta niña a la que le decían “Ojos de gargajo”, ¿dónde está? ¿Saben algo sobre ella?”.
“Mire, señor agente -me dijo el maestro consejero-, lo que pase con los alumnos afuera del colegio, es asunto de ellos, y nosotros los maestros no andamos averiguando nada”.
“Mire, señor maestro -le dije, entonces, mostrándome más agresivo-, creo que ustedes saben más de lo que dicen, y en mi opinión, ustedes están ocultándole información a la Policía, lo cual es un delito... Y, para que vea que vamos avanzando en la investigación de la desaparición de sus tres alumnas, sabemos que alguien, un hombre, ofreció un buen dinero al que le ayudara a identificar a las muchachas que echaron a pelear a dos compañeras... Así que es mejor que nos ayuden para saber quienes fueron estas dos muchachas que se pelearon, seguramente al salir del colegio... Ustedes, seguramente lo saben”.
“¿Quién les dijo eso? Y a esa persona es a quien deben preguntarle... Nosotros no queremos problemas”.
“No van a tener problemas, profesor... Ya son tres las muchachas, alumnas suyas, que han desaparecido. Y no es porque las hayan trasladado de colegio. Es porque las raptaron con fines criminales. No han aparecido, y si aparecen alguna vez, será muertas... ¿Me comprende? Y si me comprende, ustedes nos harían un gran favor ayudándonos a encontrar al responsable de estas desapariciones, que, a estas alturas ya se han convertido en muertes... De eso estamos seguros”.
“Mire, señor... Aquí en esta zona, nosotros vivimos con miedo... Damos las clases, hacemos lo que tenemos que hacer, y nos vamos lo más rápido que podemos... Es más, en este momento, ya saben allá arriba que yo estoy hablando con la Policía... Y ni ustedes ni nadie me van a salvar si esos muchachos vienen a traerme para preguntarme qué fue los que les dije... Así que es mejor que se vayan, y no nos metan en más problemas de los que ya tenemos”.
Crímenes: Por el camino de la muerte
LA MUCHACHA
“Era urgente que resolviéramos este caso. En esa zona, y hay que decirlo, la gente vive con miedo; allí hay gente que controla cada esquina, cada calle y cada callejón, y aunque la Policía ha tratado de limpiar esa zona, hasta ahora, con el estado de excepción, es que se ha logrado algo de paz en esos barrios... Por supuesto, como dice el señor ministro: “Vamos a ganarles la guerra a los delincuentes, poco a poco, paso a paso; pero los vamos a derrotar para devolverle la paz, la seguridad y la tranquilidad a la ciudadanía”. Y nosotros tenemos ese compromiso. Así que cada vez que entrábamos a la colonia, sabíamos que nos estaban vigilando, y que los ‘banderas’ estaban diciéndole a alguien cada uno de nuestros movimientos. Pero, si alguien tiene miedo, que no se meta a esta profesión de Policía”.
Sirven la cena, le pedimos al jefe de meseros que le baje un poco el volumen a la música, “porque la gente va a Denny’s a comer, no a escuchar un concierto”, y seguimos con el caso.
“Cuando supimos quién era la muchacha a la que le decían aquel apodo tan feo, regresamos a la colonia, nos metimos por unas calles que solo a los ángeles de Dios no les da miedo caminar por ellas, y llegamos a un barrio silencioso, en el que estaban en varios puntos algunos muchachos haciendo aparentemente nada, pero que, en realidad, nos estaban vigilando. Me bajé de la patrulla, gris y sin placas, y le dije a uno de los chavalos que estaban sentados en unas gradas: “Busco a Martín ‘El Chele’. Llevame a su casa”.
“Y ¿por qué creés que te voy a hacer caso?” -me dijo el cipote.
“Porque soy la Policía, y te estoy pidiendo un favor”.
“Yo no le hago favores a la jurumba”.
En eso, apareció un muchacho bien vestido, manejando una moto. Se quitó el casco, y me dijo:
“Ya días andan ustedes por aquí... ¿Qué es lo que buscan?”.
“La casa de Martín ‘El Chele’”.
“¿Para qué?”.
“Queremos hablar con él de su hija, la muchacha de ojos verdes”.
“Era mi hermana, y mi papá no quiere hablar con nadie de ella”.
“¿Por qué decís ‘era mi hermana’?”
“Pues, porque era... Ya está muerta... ¿No te lo dijeron en el colegio?”.
“En el colegio no dicen nada”.
“Entonces, si no te dijeron nada en el colegio, ¿cómo es que están aquí, y buscando a mi papá?”.
“Seguimos una pista, y aquí estamos”.
El muchacho sonrió incrédulo.
“Aquí existe la ley del silencio... Nadie dice nada, porque a nadie le conviene hablar de lo que no le interesa... ¿Me entendés?”.
“¿Qué fue lo que pasó con tu hermana? ¿De qué murió?”.
“La mataron”.
“¿La mataron? ¿Quién?”.
En ese momento, una Ford 150, color blanco, bajó por la calle solitaria, sin prisa aparente. Cuando se detuvo cerca de la moto, el vidrio de la ventana del copiloto bajó despacio.
“¿Qué es lo que buscan? -le preguntó al agente un hombre maduro, lleno de canas, ojos verdes y con arrugas en la frente.
Su voz, gruesa, sonó amable, a pesar de que había tristeza en su rostro muy bien afeitado.
“Queríamos hablar con usted” -le dijo el agente.
“Si es sobre mi hija, no hay nada de qué hablar... Ya deben saber que tres supuestas amigas la echaron a pelear con otra compañera, porque a ella la humillaban y la acosaban, y hasta le decían un apodo horrible, a pesar de que tenía ojos muy lindos... En el pleito, mi niña cayó al suelo, se golpeó la cabeza en el filo de cemento de una cuneta, y no se levantó más... Los médicos dijeron que se le rompió un aneurisma... Para mí, que la mataron. La que se peleó con ella, y las tres que las echaron a pelear... Y mi hija era buena, y nunca se metía con nadie”.
“Y, esas tres muchachas han desaparecido -dijo el agente-. ¿Puede decirme qué sabe de eso?”.
“Lo mismo que saben ustedes: Que desaparecieron. Que alguien se las llevó”.
“Ellas fueron las que provocaron, de alguna forma, que su hija, la niña de los ojos verdes, muriera”.
“Y ustedes creen que yo soy el que las mandó a traer”.
“Es una sospecha... Por venganza... Y creemos que falta una; la muchacha con la que se peleó su hija. Hasta ahorita solo sabemos de las tres que las echaron a pelear”.
Crímenes: Una dolorosa despedida
Martín sonrió.
“¿Saben ustedes a qué me dedico? ¿Saben ustedes cuál es mi trabajo?”.
“No, señor; pero lo vamos a saber pronto”.
“No hay necesidad que se esfuercen... No me dedico a nada ilegal”.
“Y ¿estos muchachos?”.
“Ellos están en su propio mundo... No me meto con ellos, y ellos no se meten conmigo”.
“¿Usted sabe dónde están las muchachas desaparecidas?”.
Martín esperó un poco antes de responder. Suspiró, y vio hacia el cielo por unos segundos. Y dos lágrimas asomaron en sus ojos.
“Tengo una mujer buena -dijo-. Es una mujer santa. A pesar de que llora a su única hija cada día, no tiene el corazón sucio como yo tengo el mío... Y no quiso que vengara la muerte de mi niña... Usted me pregunta si sé dónde están esas muchachas ahorita”.
“Sí”.
“Pues, están llegando a su casa... Tal vez, como dice mi esposa, no saben lo que hacen... Yo las iba a matar, como corresponde hacer con quien te mata un hijo, pero mi esposa me rogó que no me manchara las manos... En cuanto a la que se peleó con mi niña, no sabemos donde está... La hemos buscado hasta por debajo de las piedras, pero nada... Ni su familia aparece por ninguna parte”.
“¿Está seguro de lo que me está diciendo?”.
“¡Mi papá no miente nunca, señor!”.
“Hijo -exclamó Martín, con voz sosegada, dirigiéndose a su hijo-, no es a vos que te hizo esa pregunta el señor... ¿Esa es la educación que yo te he dado? Disculpate ahora mismo”.
El muchacho se disculpó.
“Perdone, señor -dijo, con humildad-. Perdón, papá”.
“Así está bien, hijo”.
Martín hizo otra pausa.
“Creo que ya nada hay que hablar... Mi hija está en el cielo... Las compañeras están de regreso en su casa, y mi esposa ya está tranquila porque sabe que no voy a hacer nada”.
“Está el rapto, señor”.
“Cuando lo puedan probar, vengan por mí... Los muchachos siempre los van a dejar entrar aquí sin problemas; siempre que digan que vienen a buscar a Martín “El Chele”. ¿Entendido?”.
Los agentes no dijeron nada. Después se dieron cuenta que Martín “El Chele” es uno de los grandes comerciantes de granos básicos, de verduras, de carnes y de mariscos, y que es un hombre sencillo, de la aldea Laguna Inea, en San José de Colinas, Santa Bárbara... Y que, a pesar de que hay un volcán en su interior, su esposa sabe controlarlo...
“Carmilla, este es el caso... Nos llevó tiempo resolverlo; o, llevó tiempo que se resolviera solo, gracias a los ruegos de una madre que perdió a su hija de la forma más estúpida: el bullying, el acoso escolar, que debe detenerse ya. Si no es por los ruegos de esa mujer, las tres muchachas jamás hubieran regresado a sus casas... Cuando hablamos con ellas, no quisieron decir nada. Solo lloraban... Y, un día, se fueron de esa zona. De la muchacha que se peleó con la niña de los ojos verdes, no se sabe nada. Tenemos su nombre, por supuesto; pero ni de ella ni de su familia hay rastro... Se fueron de allí por miedo... No sé qué va a pasar con ella si Martín “El Chele” la encuentra. Sabemos que ha ofrecido una buena recompensa para el que le ayude a localizarla... El tiempo nos va a decir lo que viene. Ojalá que este caso les guste a sus lectores de EL HERALDO”.