Define la literatura centroamericana como “una gran literatura”, activa y moderna, que ha dejado atrás muchas de las telarañas del pasado.
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, quien llegó a Tegucigalpa para participar en el Primer Taller Académico-Cultural Internacional Literatura de América Central, organizado por la UNAH, habló con EL HERALDO sobre sus nuevos trabajos --las antologías “Puertas abiertas”, de poesía, y “Puertos abiertos”, de cuentos--, sobre su participación en la vida política de Nicaragua, su revolución personal y su compromiso como autor.
Ramírez, quien aseguró que es un aliciente encontrar jóvenes que intentan crear novelas, poesía y libros de cuentos, se abrió en una conversación amena y sincera.
Su más reciente trabajo son las antologías “Puertas abiertas”, de poesía, y “Puertos abiertos”, de cuento. ¿Cuáles fueron sus criterios de selección en estos libros? La excelencia, lo que a mí me gusta, lo que a mí me parece que vale la pena, lo que calza con mis parámetros de lo que es la excelencia literaria, la totalidad, originalidad, como editor que soy, eso es lo que me gusta a mí como lector, olvidándome que lo escribió alguien de Centroamérica y que estoy leyendo a un escritor o escritora, porque para mí tiene que cumplir con determinados parámetros de calidad, ese es el único criterio que puede seguir un antólogo. La consecuencia es que uno se gana muchos enemigos, por la gente que se queda afuera, y vienen a surgir muchos problemas después. Pero bueno, si no uno no debería sentarse a hacerlo, porque es una responsabilidad muy seria. una antología no es un club de amigos, sino que es un libro que tiene un criterio discriminatorio en el sentido de que uno discrimina lo bueno que uno encuentra, y puede ser que alguien sea bueno pero no hubo cupo porque hay uno más bueno, porque la antología tiene un número limitado de escritores; cada tomo de estas antologías tiene más de 400 páginas, que es bastante, entonces se incluyen entre ocho y diez autores por país.
¿Por qué decidió hacerlo solo de escritores vivos? Porque tenía que encontrar un límite que no me llevara al infinito, porque si yo comienzo con una antología de poesía que empiece con Rubén Darío, Juan Ramón Molina, Aquileo Echeverría, se necesitaría cuatro tomos. Entonces no era esa la intención, y tuvimos que ir sacando a los que se iban muriendo para cumplir con la regla, porque se nos murieron tres en el camino, murió Roberto Sosa, se murió Francisco Ruiz Udiel, de Nicaragua, se murió también Rafael Menjívar, de El Salvador, y a todos los tuvimos que destituir de la antología, y ya estaban dentro.
¿Cómo ve la literatura centroamericana actual? Tenemos una gran literatura. como usted puede ver en las distintas antologías, la literatura es muy activa, está muy al día, muy preocupada por la modernidad, ha dejado atrás muchas telarañas del pasado, uno no encuentra ya nada vernáculo en estas antologías, lo vernáculo ya quedó enterrado en el pasado.
Llegó un momento de expresión literaria en nuestra historia donde uno siempre se encontraba con lo rural, pero lo rural visto desde la perspectiva del lenguaje literario.
Por eso yo distingo lo vernáculo de lo rural. Lo vernáculo es una manera de ver el mundo desde la supuesta cultura urbana, de asomarse a lo rural como un territorio extranjero, como un viaje a lo desconocido, como hacían los románticos, que se iban a Grecia, que es un territorio romántico, y aquí se descendía al campo para asomarse a donde vivían los campesinos, los indígenas, pero desde el portón académico, y uno bajaba a tocar a estos personajes con guantes quirúrgicos para no contaminarse, porque recuerde que entonces el lenguaje vernáculo se entrecomillaba, como quien dice “yo no hablo así” y toma esa distancia. El mundo rural visto por Rulfo y muchos otros escritores centroamericanos de la modernidad es otra cosa.
¿Considera usted que Honduras vive un buen momento en producción literaria? Como el resto de Centroamérica, sí, porque hay muchos jóvenes escribiendo, que a mí eso es lo que me alienta siempre, encontrarme con la poesía, con la narrativa, con jóvenes que intentan novelas, libros de cuentos. me parece que tomar el riesgo de ser escritor sigue siendo algo muy importante en Centroamérica, considerar que la literatura es algo esencial a la cultura de los países, que no es algo marginal ni ocioso, sino que nuestros países no existirían sin sus literatos.
Los símbolos de la vida de los países vienen a ser los escritores, los humanistas, los que construyeron con la palabra, esa es la identidad de un país, más que la de los que cargaron la espada.
Hay autores que sostienen que un escritor no debe otorgarle concesiones al lector. ¿Qué piensa sobre esto? Yo creo que la escritura se trata de no hacer concesiones. hay escritores que hacen concesiones y seguramente venden muchos libros, pero no sé si los van a recordar mañana, y un escritor tiene compromiso con el mañana, es decir, más allá de su propia vida, saber si va a sobrevivir o no va a sobrevivir es una buena manera de pensar en la literatura.
Octavio Paz solía decir: “si dentro de un siglo me recuerdan por un verso, por una línea de mis poemas, me doy por satisfecho”, esa es una buena aspiración, ser recordado por una línea. Pero yo puedo escribir muy fácil, puedo vender, y la siguiente generación de lectores ya se olvidó de lo que escribí, que no es una buena manera de sobrevivir.
¿Por qué el actual gobierno de Ortega lo veta como prologuista de la antología de Carlos Martínez Rivas y qué significa esto para la libertad de expresión en su país? Yo creo que es sectarismo político, ideológico, cegueras sectarias que a quien causan más perjuicios es al censor, no al censurado, porque lo que provocó esta situación es que la antología de Carlos Martínez no se publicara. Y simplemente eso, como diario El País no permitió que censuraran o que vetaran mi prólogo, entonces el libro no salió, y era algo muy importante para la literatura nicaragüense, centroamericana, que yo apareciera en esta colección de difusión masiva que estaba publicando el diario El País, y son libros que se venden en los quioscos a precios muy baratos y se venden centenares de miles, entonces perdió la literatura nicaragüense, perdió Carlos Martínez, y quien tomó esa medida también perdió mucho prestigio porque hubo una protesta muy airada de los escritores hispanoamericanos en contra de esta medida, porque la censura nunca deja nada bueno.
En cierta ocasión usted dijo que al escribir “Adiós muchachos” se había sacado los demonios de ese tiempo en la política, y que había sido como un arreglo de cuentas con su conciencia y espíritu. ¿Tanto lo atormentó ese período político de su vida? Pues sí, mucho, y es lo que está expresado en el libro. yo fui parte de la generación de nicaragüenses que hizo la revolución, mi generación hizo la revolución, mi generación es heredera de la generación de la década de los años 60, que es la gran década del siglo XX, y toda esta rebeldía de los años 60 fue realizada en la revolución que se produjo en Nicaragua en 1979, esa es mi generación.
Pero también yo me enfrento con la generación de mis hijos, que son los que hacen la alfabetización en Nicaragua, los que hacen los cortes de café, pero además hacen la guerra contra los “Contras”. entonces esto es lo que provoca para mí esta gran desazón, cómo ver el proceso de la revolución desde dos puntos de vista, mi punto de vista y el de la siguiente generación, y cómo me enfrento yo con esta generación que expuso su vida, que fue a morir y que después resulta desencantada con la revolución. Entonces esta contradicción es la que, más que hacer una memoria, una rendición de cuentas con mi pasado, provoca mi necesidad de escribir este libro.
Eso es interesante porque muchas de sus narraciones, sobre todo sus cuentos, y recuerdo para el caso el libro “De tropeles y tropelías”, están marcados por alegatos y burlas contra el poder. ¿Qué visión de la literatura hay detrás de esto y qué recursos utiliza para evitar el panfleto político? El humor es el primero de ellos. en “De tropeles y tropelías” yo lo que uso es el sarcasmo contra la figura del dictador, el dictador para mí, siendo editor en Educa y conociendo mucho de la historia de Centroamérica... es curioso que este libro más que en Somoza, porque en el fondo es Somoza, esté inspirado en la lectura de un libro extraordinario, poco difundido en Centroamérica, que se llama “Ecce Pericles”, de Rafael Arévalo Martínez, que es la historia de la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, de Guatemala; es un libro muy voluminoso que lo editamos en Educa en dos tomos, donde cuenta lo que era la dictadura de Estrada Cabrera y lo que era la figura del dictador. entonces eso me llevó a mi a concebir estos cuentos breves pensando en la figura de Somoza, pero en el viejo Somoza, en el Somoza actual de ese entonces, en Carías, en Maximiliano Hernández Martínez, en toda esta fauna que a lo largo del siglo XX tuvimos en Centroamérica.
¿Cómo se lee la revolución para Sergio Ramírez, como un fracaso o un éxito? Como una experiencia, yo no puedo hablar de un fracaso. La revolución es un proceso muy vital que uno lo puede narrar día a día, ocurre cada día, la suma de eso puede dar positivo o negativo, pero como experiencia vital uno tiene que verla día a día con todo lo que tiene: fracasos, éxitos, esperanzas, desilusiones, es como yo trato de verla, y por eso yo encabezo “adiós muchachos” con una frase que abre “Historia de dos ciudades” de Dickens, porque para mí es muy exacto lo que Dickens dice ahí en relación con lo que yo quería decir: “fue el tiempo para la esperanza, fue el tiempo de la desilusión, fue el tiempo de la oscuridad, fue el tiempo de la luz”, etc. eso es la revolución.
Si bien es cierto que no todos los países han vivido las mismas situaciones políticas y sociales, sí hay puntos en común. ¿De qué manera la guerra ha marcado a los escritores centroamericanos? Es que de la guerra no se libra nadie, de la guerra de los 80 no se libró Honduras, no se libró Costa Rica. En Honduras porque era la retaguardia de las fuerzas de los “Contras”, por lo tanto se perdió la vida social de Honduras muy profundamente; y luego Costa Rica también era una retaguardia del frente sur de la “Contra”, es decir, quisiera o no quisiera el gobierno de Costa Rica, la retaguardia estaba allí. Panamá estaba involucrado desde el tiempo de la revolución con el general Torrijos, toda Centroamérica estaba involucrada. Por lo tanto, de una u otra manera, hoy podemos decir que tenemos una literatura de la posguerra en Centroamérica, que se han escrito ya muchos libros sobre este período, aun libros de quienes no lo vivieron pero se fijan en esta época como una época muy decisiva en la historia de Centroamérica.
¿Es la literatura un medio que puede llegar a conmover y cambiar una sociedad? Es una pregunta complicada porque el entusiasmo nos podría llevar a decir que sí hay libros que son capaces de cambiar al mundo, como los libros de Sartre, que moldearon el pensamiento de toda una generación, y no solo sus libros de filosofía, sino que desde sus novelas moldeó el pensamiento de toda una generación; o los libros de Tolstoi, donde había una filosofía detrás de la literatura, eran libros que enseñaban una manera de ser. ¿Hay en América Latina algún escritor que haya sido capaz de cambiar la conducta de la gente?, eso habría que meditarlo mucho. siento que ya no serían libros capaces de ilustrar, despejar revoluciones, hoy creo que la literatura es algo más modesto que eso, la literatura es una forma de comunicarse con la belleza, con lo extraordinario, de aprender hacia dentro de lo que los libros le dicen a uno; pero leer un libro y salir a coger un fusil, yo no creo que eso exista. Decir que una novela dice que hay que cambiar el mundo y que yo voy a ir a cambiar el mundo porque leí esta novela, yo creo que la literatura es algo más modesto que eso.
Sin embargo, sus obras trascienden el goce estético, porque uno encuentra en ellas una denuncia fuerte, ira, encuentra una queja social profunda… Depende cómo se plantee. yo leí muchísimo la novela latinoamericana, me impuse leerme la novela latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. Leyendo “El mundo es ancho y ajeno” de Ciro Alegría (Perú), recuerdo que es una novela muy denunciante, es una novela que quiere demostrar la injusticia en América Latina, la injusticia contra los indios, contra los peones, la explotación en las haciendas; pero yo miraba que este escritor, una vez que presentaba una situación de injusticia, a párrafo seguido decía: “es por eso que nuestros pueblos deben luchar contra el imperialismo, para transformar las bases de la sociedad”. eso a mí no me impresionaba, porque de la literatura lo que impresiona son las situaciones que el escritor logra plasmar sin comentarios, y es lo que me enseñó la lectura de Juan Rulfo (México). Rulfo no está queriendo enseñar nada ni denunciar nada, pero uno se queda con la idea en la cabeza de este hombre, “Pedro Páramo” (novela de Rulfo) que es un caudillo rural, y detrás de él está todo lo que el caudillo (28) rural significa, y ahí me di cuenta yo que esa era la realidad de Centroamérica, la del caudillo rural, y sigue siendo el caudillo rural la realidad de Centroamérica, por mucho que creamos en la modernidad, Centroamérica sigue siendo dominada por una cultura rural.
Sus amigos
JULIO CORTÁZAR
Julio influyó en mí antes de que yo lo conociera; yo lo conocí en 1976 en las vitrinas de las librerías de San José y comencé a leerlo al mismo tiempo que leí a Borges, leí sus cuentos, después leí “Rayuela”... para mi generación “Rayuela” fue la biblia, no solo en términos literarios sino de conducta.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Cuando estaba escribiendo “Tiempo de fulgor”, a la mitad del camino, leí “Cien años de soledad”. Después me dije: “este libro no lo vuelvo a leer nunca” porque es veneno puro”, y yo tenía razón, es decir, a Gabriel García Márquez no se le podía imitar después, y hubo imitadores, pero él es irrepetible, es singular.
ÓSCAR ACOSTA
Conozco a Óscar desde hace más de 40 años, cuando estaba estudiando en la universidad y él llegó porque iba a recibir un premio literario en Nicaragua. La primera vez que yo vine a Tegucigalpa me llevó a conocer al director de El Día, donde él trabajaba. Es una amistad de escritores, una amistad personal muy profunda y querida para mí.