Siempre

Marco Antonio Madrid y su palabra de acerada proa

Estamos, pues, frente a palabras de acerada proa que rompen los duros témpanos de hielo pese a la oscurana de la noche... Marco Antonio Madrid desde el primer poema, nos confronta con circunstancias límite

14.04.2021

SAN PEDRO SULA, HONDURAS.- Palabras de acerada proa . ¡Qué acertado nombre el de este poemario!

Del primero al último verso, cada palabra tiene el temple y la fuerza del acero. Poesía que indefectiblemente nos conduce a una reflexión sobre nuestra propia existencia en su relación con el mundo.

Marco Antonio Madrid (San Nicolás, Santa Bárbara ) desde el primer poema, nos confronta con circunstancias límite. Y principia con la más terrible: la de la fugacidad de nuestra propia vida por el indetenible transcurrir del tiempo: «¿Qué fragmento del ciclo total es este instante?/ Todo es silencio/ Del árbol de gualiqueme/ nace un río que luego/ se pierde en el golfo» (p. 9).

Versos cuya más lejana formulación en lengua española la encontramos en el poeta español Jorge Manrique.

Una referencia al tiempo que en su fuga vertiginosa nos obliga a pensar en la necesidad del no despilfarro, del no derroche del instante en que se nos concede el don maravilloso de la vida, aspecto que se ventila en otro poema: «Anacreóntica» que nos transporta al milenario carpe diem: el sabio mandato del «goce hoy» que invita al deleite del espíritu, al legítimo placer que el instante nos brinda: «no te niegues al mar ni al vino/ y por adverso que te haya sido el signo de Eros/ da otra oportunidad a tus días»(p.41).

«La ola restalla en la palabra» aborda lo que la palabra es o significa a nivel ontológico como esencia de lo humano. Solo ella me da la consciencia de lo que yo soy; el sentido de mi misma y del universo. Ella refleja mi manera de pensar y sentir. Pensar y sentir que solo pueden formularse con palabras. Vivimos en la palabra.

Todos los códigos que la humanidad ha ido formulando a lo largo de los siglos tienen que verterse en la maravilla de la palabra.

Solo esta es autosuficiente y no necesita de ningún código para expresar lo que se quiere decir. Razón que respalda los versos que dicen: «La ola restalla en la palabra/ extrae soles, hermosas lunas/ naves con gavias de luz anochecida/ Y así como abril abre caminos nuevos/ en la hoja la palabra de acerada proa/ abre renovados surcos en el agua»(p.10).

Esta es la clave del título del libro. Este poema probablemente formule o exprese la idea-fuerza, el núcleo conceptual de la obra.

Estamos, pues, frente a palabras de acerada proa que rompen los duros témpanos de hielo pese a la oscurana de la noche.

Marco Antonio Madrid lo reafirma en clave simbólica en «Historia de la noche», en donde esta última se visualiza como un misterio, trasunto de la existencia y de la realidad que nos rodea.

Enigma o magia que, como dice el poema es «ajena a la comprensión de los hombres». Pero los poetas —como visionarios que son, según la sabiduría griega lo supo expresar— «intuyeron esa magia» y para «tratar de explicar sus ignotos orígenes/ trazaron signos/ al pie de las altas hogueras»(p.11).

Con ese propósito, esperaron hasta lograr atrapar «la canción olvidada» para transmitirla a través del poema.

En otros términos, Madrid reivindica el poder de la poesía, el poder de la palabra poética como mecanismo para ayudarnos a sentir y entender los enigmas del mundo, de la vida, del universo.

No es fortuito que, en el libro, solo haya dos dedicatorias. Estas, a dos escritores fuera de serie: al centroamericano Rubén Darío y al argentino Jorge Luis Borges. Ambos, por el giro que dieron a sus palabras, imprimieron nuevos rumbos a la forma de encarar el verso.

Consolidando la idea, el poema «Farallones» se abre aludiendo al salmo 78, versículo 39. Un canto en donde la voz del poeta —el Rey David, según la tradición bíblica— insiste en la urgencia de escuchar la Palabra. Así, con mayúscula, porque ella, al pronunciarse, dio origen al universo, según la concepción rabínica, presente también en la concepción que del mismo enigma tuvieron los mayas, según se expresa en el Popol Wuj.

Esas referencias nos conducen a otro punto importante. En el caso de Marco Antonio estamos frente a una poesía empapada de lecturas clásicas.

En forma constante todos sus libros nos remiten a las grandes corrientes del pensamiento que han moldeado la vida de millones y millones de seres humanos.

En cierta forma, una poesía para recordarnos que somos parte de una cultura universal. De ahí su alusión a filósofos y poetas de otras latitudes: «El hombre recuerda la casa que habitó», dice otro poema. No se puede prescindir de los ancestros biológicos o culturales. Tampoco del eterno retorno, la vuelta en redondo de la cual nos hablan Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges y que también está en la concepción maya del tiempo.

Ese volver al punto de partida o volver a experimentar situaciones similares. «Tercera elegía», lo dice: «en algún lugar de la memoria llueve/ […] y el tiempo se repite como el mar sobre/ la cala del navío»(p.17). Subyace allí la vieja idea expresada por el Eclesiastés en su capítulo 1 de que nada es nuevo bajo el sol.

El pasado persiste y somos parte de una cadena casi infinita de nombres. De los que existieron o existirán a lo largo de los siglos.

El señalamiento de los lazos que nos unen con la especie también se torna nítido en «Tu primer rostro» cuya última estrofa dice: «¿Qué esconden estas lápidas huidizas e incesantes?/ Acaso el brillo de tu primer rostro en las aguas del sur./ El ídolo y la magia./ El oro inútil de una raza que sepultó el mar»(p.19). Cada palabra escogida está saturada de múltiples connotaciones. En ello descansa la riqueza del poema.

Con un epígrafe tomado de Homero, «A los primeros fríos del otoño» alude a la precariedad de la existencia, tema que se anuncia con la referencia a la estación tardía, el otoño: «¿Qué esperas en el fondo de esa piel marchita?/ Caen las hojas y en su caída escuchas el golpe/ nómada en la ola que se aleja/ caen sobre el agua petrificada y sola sobre/ la arena negra y la tierra herida»(p.21). Adviértase la dicente adjetivación utilizada.

Es breve el tiempo de la dicha. No abundan los instantes de calma, nos dice Madrid en «La nave escora al poniente». Y de nuevo, con depurado estilo, con la capacidad multiplicadora del sentido que tiene la metáfora. leemos: «Arde el grano de sal en la herida./ La carcoma del hierro/ [..] Un hombre baja el sol del crepúsculo/ […] La tempestad ha retirado sus espadas./ Contempla la faz/ de un cielo breve antes de que vuelva/ la tormenta»(p.25). El esplendor del sol, breve remanso entre dos tempestades.

No obstante el panorama un tanto sombrío pero realista que se ha trazado, «La isla de la fábula» trae ecos de utopía: el sueño clásico de la mítica Arcadia revive en versos que insuflan calma y tranquilidad: «Aquí se escribe el poema silenciosa mano en la corriente del golfo/ […] en su noche cíclica aguardará el mar la resurrección de las aves/ los estertores del puerto y el nuevo trajinar de los hombres/ […] otro será el fuego/ otro será el sueño/ otra la vigilia»(p.28). Después de cumplido un ciclo, siempre hay un nuevo trajinar. Una sociedad que camina hacia delante. En otros términos, la muerte de lo viejo y la resurrección de lo nuevo. La espiral de la historia en donde la nueva vuelta siempre es más grande que la anterior.

De la muerte, el poemario se ha encaminado a la esperanza. «Mare nostrum» nos recuerda que «lo realmente importante es el mar que todo hombre debe conquistar en su interior». «Ars magna o el mar de los filósofos» —dedicado a R. Darío— alude al dios Hermes que, en la mitología griega, como mensajero de los dioses, siempre precede a los demás en el ejercicio de la palabra.

Dice el poema: «el ave de Hermes alza su vuelo victorioso» y te dice: «¡Despierta», «Acércate a las aguas inmortales/ Llena la copa y bebe: la fuente está en ti mismo»(p.35). No hay equívoco en el camino que el poeta señala. Despertar es sinónimo de ver, de no cegarse a la realidad, de entender lo que los hechos mismos gritan.

Al respecto, el poeta observa que, llegado el momento crucial de enfrentar la vida, hay dos senderos. En «Stromata o el misterio de los dos senderos», expresa: «Uno, de agua clara, desembocaba en un océano luminoso./ El otro, de agua oscura, se perdía/ por entre la tierra yerma y fría»(p.43). Stromata significa ‘mosaico’.

Es decir, cualquiera que sea el camino que cada quien elija, su vida siempre estará hecha de fragmentos, de momentos bien o mal empleados. La poesía como maestra de la vida. Marco Antonio Madrid lo reafirma en su bien logrado trabajo.