TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El poeta Salvador Madrid refresca con “El resplandor de los ojos cerrados” la poesía de la memoria.
Ya desde el título sugiere las intenciones de su quehacer lírico en este poemario, tanto en la temática como en la constitución de los recursos retóricos.
El poeta construye a través de campos semánticos una cadena de significación que remite principalmente a un espacio: “He tocado la hojarasca blanca del insomnio / que abriga la aspereza del ausente / en las tierras altas” (pág. 19). “Aún escucho mis pasos / en la casona donde crecí” (pág. 29).
El yo poético se relacionará con los lugares, representados de diferentes maneras, desde la memoria.
Se hará referencia en el poemario a la figura del viajero, a los caminos, a los errantes, entre otros elementos de similar valor semántico.
Y también al paso de las estaciones, de los días, de los meses, de los años o a un tiempo no definido. Es decir, se sugiere un movimiento del lugar tanto en el tiempo, como en el espacio, que son, después de todo, los que motivan el recurso de la memoria como elemento de supervivencia.
No parece casual que en “Mirada de invierno” el poeta afirme: “Las hojas se dispersaban / iluminadas por el relámpago / creí estar ante la memoria y las seguí” (pág. 21). Habla de la hojarasca que inaugura el poemario y de que la memoria es oscura y a veces un destello de luz permite ver un recuerdo.
Otra valoración de estos versos es la elección del verbo “estar”, que facilita la interpretación de la memoria como un lugar.
En el poema “Levedad del adiós”, se acaba de conjugar la idea del tiempo y del espacio: “Esperaré en el reino del fin de las tormentas (...). ¿Qué tiempo es éste / cuándo ha tenido que abandonar mis heridas?” (pág. 23). La pregunta retórica sugiere que no se sabe muy bien el tiempo en el que se vive, posiblemente porque de alguna manera se vive simultáneamente en los recuerdos y en el presente.
También hay una firme referencia a la tradición, e incluso al arraigo, lo que permitirá posteriormente una construcción más simbólica y menos material del lugar: “Si mis mayores me hubieran explicado / que pertenezco al olvido de los monumentos / edificados por la noche / ante la luz que delata el asomo del forastero / a nuestro enigma y añoranza” (pág. 21). “He soñado con el linaje del vacío (...) con quienes heredaron la vocación (...) El sueño inicia en la plaza de un pueblo” (pág. 27).
El poeta sigue arremansando palabras que remiten a la memoria ya sea en contradicción, “olvido”; en materialización, “monumentos”; en el deseo, “añoranzas”; en el inconsciente, “sueño”; o en el sentido de perpetuidad “linaje”.
Se propone que los lugares son y se construyen no solamente en la materialidad, sino que hay una construcción conceptual y simbólica alrededor de ellos: “El olor del pan / una bocanada de niebla, / la destreza de los domadores, / el musgo engendrado por el eco de las campanas; / esas pertenencias que nunca aparecen / en los formularios de bienes raíces” (pág. 37). Se valoriza, entonces, desde el espíritu y no desde la ley de oferta y demanda.
Madrid recuerda que incluso la idiosincrasia es parte del paisaje: “Los hombres han sido siempre los mismos, / nunca entendí cómo hacen convivir / el amor y la amenaza” (pág. 39). Elige, ciertamente, una manera sutil de expresar que hay hechos en los lugares que van más allá de la belleza, y para la poesía de la memoria estos han sido siempre una deuda, por la debilidad de hablar únicamente del ensueño.
Por último, quisiera resaltar los que, desde esta sesgada opinión, son los versos más lúcidos de este poemario: “Mi padre me contó que en otros pueblos / los aeroplanos eran tratados como buenos animales, / que eran santos y que les daban un baño diario / porque siempre veían a Dios” (pág. 31). Además de que son versos frescos y modernos, remiten a una nueva construcción del relato oral de los pueblos, esencial para la memoria y su construcción simbólica.