TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El niño que cuando tenía siete años recibió sus primeras acuarelas, que pintaba y pegaba sus obras infantiles en las paredes de su casa y que soñaba con ser un artista, ahora expondrá en el Museo del Louvre.
En Pinalejo, Santa Bárbara, allá por 1966, nació un niño, del vientre de una madre que era maestra, que sabía tocar muchos instrumentos y que iba a criar a su hijo en el seno de una familia muy católica y creativa.
Ahí creció Gabriel Zaldívar, en un ambiente de mucha armonía e incentivos. Arropado por una familia y una comunidad que finalmente serían los impulsores de su desarrollo inicial.
El pequeño Gabriel estaba predestinado, los vendedores que llegaban a surtir la pulpería que había en su casa le decían el “artista”.
Y así, ese pequeño artista plástico en ciernes llegó a Tegucigalpa, estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), se graduó en 1987 y después se integró al cuerpo docente de la ENBA.
De ahí iniciaría una carrera docente que se ha extendido hasta hoy, y el niño que salió de su pueblo con el sueño de ser artista dejó al margen esa posible trayectoria y se dedicó a la enseñanza, y como él mismo lo dice: “Le he cumplido más a la docencia que al artista, pero ahora creo que estoy en un momento muy oportuno”.
Y ese momento está marcado por su primera gran exposición: “Caminantes del mediastino”.
Antes, Zaldívar realizó pequeñas muestras individuales y participaciones colectivas. Ha forjado una carrera lenta, pero de mucho estudio y conocimiento.
Si Zaldívar ha abordado una obra, la ha abordado con profundidad, cubriendo todas las aristas, sin dejar un cabo suelto que signifique un vacío técnico o conceptual.
Conversamos con él para conocer su primer gran proyecto que lo ha llevado a caminos insospechados: una muestra en la sala El Carrusel, una extensión del Museo del Louvre, de París, y otras que se desarrollarán próximamente en Honduras y otros países de nuestro continente.
El corazón, el centro...
“Caminantes del mediastino” es un viaje al corazón. El corazón desde su concepto anatómico, espiritual, religioso, cultural, sociológico y filosófico.
La inquietud sobre el corazón surge desde la infancia. Su madre tenía colgado en la pared un cuadro del corazón de Jesús. Ver ese órgano en la mano de un hombre que representaba al Hijo de Dios, y que estaba cubierto por espinas y fuego fue un impacto que generó curiosidad, y que ya en la adultez lo llevó a una exploración profunda manifestada en su obra plástica.
Su trabajo se alimenta de las historias contadas por su entorno o establecidas en la cultura popular. Desde la conversación que tuvo con un taxista, su relación con su madre, las añoranzas de una tía migrante, la muerte, la vida, la bondad, la maldad, su propio crecimiento personal, la corrupción, la violencia, la pobreza, la abundancia, la música, la literatura, la ciencia...
Sus corazones narran las historias de vidas que existen porque un corazón late.
Su obra refleja también lo que él es como humano, como artista, “como un ser empático con el entorno, que determina quien soy yo. Todo eso va nutriendo mi trabajo”.
Su enfoque del corazón está determinado por esa búsqueda de ser mejor, por esa conciencia de que “pensamos que nuestro corazón es nuestro órgano más humano, porque en él se alojan las emociones... La ciencia podrá decir que todo eso está en el cerebro, pero nosotros lo sentimos acá, en el corazón, hasta podemos decir que físicamente nos duele”.
Y así “Caminantes del mediastino” terminó siendo, para él, una especie de “graduación como artista”, una propuesta dilatada, basada no solo en los sentimientos, sino también en el conocimiento.
Porque para Gabriel Zaldívar es importante crear desde ahí, desde el estudio y la profundización de ese algo que finalmente será una manifestación plástica que puede contar historias.
“Creo que las cosas llegan en su momento, si usted me pregunta, sí me hubiera gustado que hubiera sido antes, pero si hubiese sido hace diez o quince años tal vez la muestra no tuviera lo que ha logrado hasta ahora; mi compenetración con el tema de las emociones, el corazón, no lo tuviera en este sentido, entonces quiero creer que las cosas pasan en el momento que tienen que pasar, y fluir de la forma en la que tienen que fluir, y sentir la presencia de las personas que me acompañan”.
Se abre no una, sino varias puertas
El deseo estuvo ahí, por años, esperando el momento en que su obra pudiera ser expuesta a gran escala y en un espacio importante. Y el día llegó.
El Banco Central de Honduras (BCH) le abrió las puertas de su centro cultural para albergar una obra que ahora ha trascendido el espacio hondureño.
Inauguró su muestra “Caminantes del mediastino”, que una vez finalizada en el BCH pasó a las salas de la Galería Nacional de Arte (GNA), donde permanecerá hasta 2023.
El proyecto llegó hasta oídos de artistas mexicanos, que lo invitaron a dar unas charlas sobre su obra en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), lo que derivó en que gente del Museo del Louvre, de París, también tuviera conocimiento sobre su trabajo y decidieran invitarlo a una exposición en un espacio del museo conocido como El Carrusel, donde exhiben su trabajo artistas de diferentes nacionalidades.
Tras la exposición estará en una casa de artistas de París exhibiendo su obra y haciendo su trabajo en vivo.
“Caminantes del mediastino” puso a latir la carrera de Zaldívar, que además ya prepara una muestra que inaugurará pronto en el Centro de Arte y Cultura (CAC) de la UNAH.
Además, ya tiene invitaciones para exponer en México, Guatemala y República Dominicana.
El artista no ha parado. “Es una cosa increíble, cuando hice la exposición la hice con todo el amor del mundo y con todas mis emociones desbordadas, estoy sorprendidísimo con la vida, con la maravilla del trabajo que es el que realmente responde”.
Y así Gabriel Zaldívar considera que para él es una fortuna “haberle cumplido al niño el objetivo de ser artista”.