Siempre

José Adán Castelar, un poeta demasiado humano

José Adán tenía la facilidad de eternizar en poema cualquier imagen que tocara su sensibilidad: el niño de la calle, el barrendero del hospital, el pájaro triste de la ciudad, el sol de una muchacha...

30.12.2017

Tegucigalpa, Honduras
Lo primero que llega a mi memoria de José Adán Castelar es su libro “Entretanto” (1979), libro de combates y ternuras que cayó en mis manos a comienzos de los años ochenta. Recuerdo el poema de lo amoroso cotidiano “Salúdame a Mireya”, recuerdo el combativo “Puño”, con el que me di cuenta que la poesía servía para algo más que conquistar muchachas.

Eran esos años infames en que la rosa, más que el amor apasionado, recordaba la sangre de los desaparecidos, los asesinados y los torturados. Esos años cuando callar, como lo decía el poeta, era “compartir el crimen”.

Cierto que los tiempos han cambiado solo de cierta forma, que el aire se sigue tiñendo de sangre y de pobreza en cualquier rincón de nuestro país, pero Castelar siempre tuvo la poesía adecuada para responder a cada circunstancia.

Admiré en José Adán no solo su poesía, que me ayudó a crecer y a creer, sino su gran calidad humana que le permitió estar “abierto a todas horas” a la amistad y a la solidaridad con sus semejantes, poetas y no poetas. Tengo presente aquella carta que me remitió a comienzos de 1990 en la que me felicitaba por unos poemas que yo había publicado en un periódico local. La carta comenzaba con las palabras: “Buenos poemas los tuyos, muchacho...”, y cerraba con la ingeniosa frase: “que Dios y Marx te bendigan”.

Muy pocos poetas hemos encontrado en otros “poetas mayores” esa confianza y ese calor humano que Castelar sabía ofrecernos. La mayoría somos una generación de huérfanos que nos hemos abierto camino “a puño cerrado”, como decía Froylán Turcios.

La poética de José Adán no es romántica, es fundamentalmente amorosa. “Y quitémosle ese ribete de “social” -¿qué poesía no lo es?- para decir que busca la mayor cantidad de receptores posibles sin descuidar la labor estética. Compromiso con la poesía y compromiso con las causas de la justicia. Difícil equilibrio, pero Castelar lo manejaba sabiamente. “Una canción vale un amor”, dice un verso de su libro “Cauces y la última estación” (2006). Y el poeta le canta al amor, casi siempre con desencanto, así en este poemario donde sigue esperando un “gran amor que nunca llega”, como en “Laodamia” (1999), uno de los más bellos libros de poesía amorosa que se hayan escrito en Honduras.

Foto: El Heraldo

Castelar fue un poeta de oficio, uno de los poetas más constantes y prolíficos de Honduras. Más de una veintena de libros escritos en cinco décadas de escritura y, sin embargo, sus poemas guardan siempre la frescura y la sorpresa. Su poesía era urgente, como afirmaba Roberto Sosa, pero urgente no por aquello de poesía para hoy y olvido para mañana, sino porque José Adán tenía la facilidad de eternizar en poema cualquier imagen que tocara su sensibilidad: el niño de la calle, el barrendero del hospital, el pájaro triste de la ciudad, el sol de una muchacha, el ferrocarril jubilado como objeto de turismo, el soberbio soldado invasor, pero sobre todo el mar.

El poeta amaba el mar y sospecho que su nostalgia constante era La Ceiba, ciudad donde el mar le entró por los ojos y se le instaló en el corazón para siempre. Irremediablemente, el poeta vivió y dejó de existir en la maltrecha Tegucigalpa. Ciudad difícil para ser poeta. Fea ciudad a la que también José Adán supo encontrarle, escarbarle poesía.

Castelar partía de la sencillez para construir la grandeza del poema. Poeta de nuestro tiempo y mucho más allá, porque escribió sobre temas trascendentes: la exaltación del amor y la belleza y la denuncia de las ruindades que oscurecen la dignidad. Capturaba imágenes, gestos de lo cotidiano para devolvernos el asombro de lo bello o de lo terrible de la vida con una poesía que se deja leer sin mezquindad y sin trampas. Como poeta fue incontestable, pero también lo fue como humano, demasiado humano. Muchas veces resulta decepcionante descubrir al hombre que hay detrás del poeta, pero este no era el caso de José Adán. Coherente como pocos, digno en su poesía y en su vida.