SAN JUANCITO, HONDURAS.- Entre 1881 y 1954, dentro de cuatro paredes se escucharon notas de música clásica, jazz y blues, y se vieron las películas de Charles Chaplin. Pero no todo era música y cine.
Dentro de cuatro paredes también se tomaron decisiones trascendentales en beneficio o perjuicio de Honduras.
Asimismo, dentro de cuatro paredes, obreros descansaron tras una larga faena en las minas, y otros con un lugar más privilegiado contaban sus ganancias a manos llenas.
Muchas cosas sucedieron y suceden dentro de cuatro paredes, como la construcción de sueños de futuro.
San Juancito es una contraposición interesante: un espejo de lo que somos como país.
Primero la explotación... ¿Y después qué?
Durante 73 años, este territorio que tiene como pulmón el Parque Nacional La Tigra fue el centro de la explotación minera en Honduras.
Visos de desarrollo que fueron como una ilusión: lo tengo, pero ahora no lo tengo.
Cuando la New York and Honduras Rosario Mining Company inició operaciones en 1881, con la venia del entonces presidente de Honduras Marco Aurelio Soto que impulsaba una Reforma Liberal que contempló la inversión extranjera, y hasta 1954, cuando cerró sus operaciones en la zona, extrajo en oro y plata más de 100 millones de dólares, una cantidad nada despreciable para la época, incluso en una publicación de EL HERALDO que en 2003 recogió las palabras de Leticia de Oyuela, la historiadora remarca que fue la mina la que pagó el desfase de la bolsa neoyorquina de 1930.
Recuerda Byron Cerrato, poblador de la aldea y secretario del Patronato Pro-mejoramiento de la Aldea de la Villa de San Juancito, que la zona llegó a albergar a 40 mil personas durante la explotación minera, ahora solo viven 5 mil.
Decenas de estadounidenses hicieron de este lugar su residencia; aquí hubo teatro, cine, salón de bailes, escuela, hospital, embotelladora y la primera planta eléctrica de Centroamérica.
Por sus calles iban y venían estadounidenses, irlandeses, chinos y gente de otras nacionalidades que vieron en este lugar de Honduras una oportunidad de crecimiento.
Los hondureños también pudieron tenerlo, pero para el obrero las oportunidades están veladas detrás de decisiones políticas y económicas, casi siempre salpicadas por la corrupción que por décadas ha campeado a sus anchas en este territorio de ignominia.
Quien recorra este lugar y se adentre en su montaña, quizá solo de oídas pueda darse cuenta de la grandeza que tuvo, pero aquí, así como sucede ahora en otros lugares, vinieron a explotar la tierra, por décadas no hubo pago de impuestos y la actividad minera dejó pobreza, enfermedad y olvido.
Pero resulta que las actividades extractivas para los locales “es lo que dejan, una mala remuneración”, manifiesta el historiador Guillermo Varela.
Pese a todo, este escenario verde de árboles tupidos, corrientes de agua, vestigios de esa época de oro y plata, sabe que tiene riqueza.
Pero es necesario que en este país la riqueza deje de verse con ojos de saqueadores y comience a verse con ojos de administradores.
“Han pasado tantos años y nos ha costado. Casi 70 años olvidado completamente por los gobernantes”, expresa Cerrato, y dice que hasta ahora reciben una ayuda directa de la Alcaldía Municipal del Distrito Central.
Pero mientras despierta más el interés que por décadas se les ha negado, la cooperación internacional prepara a los ciudadanos en diversos temas como conservación forestal, caficultura, turismo, emprendimiento, etc.
Conocimiento para el desarrollo que ha dado frutos. “Debemos emprender proyectos que le permitan a San Juancito ser más visualizado”, acota el sanjuaneño.
Cerrato habla desde el deseo de desarrollo, de su boca salen replicados los planes que el Patronato visualiza para esta zona de montañas verdes y corrientes de agua que se funden con las construcciones, con el sonido de los carros y las motos, con las conversaciones de la gente que va y viene, que recorre esas calles una y otra vez, pensando en que un día finalmente la aldea dejará la página en blanco de la indiferencia para ubicarse en el índice y ser protagonista de un capítulo diferente.
“En San Juancito existe un cambio tan drástico; de ser el centro de la economía de Honduras, donde se sacaba oro y plata... ahora no somos ni municipio”, dice nuestro entrevistado, y agrega: “No podemos ser municipio, porque siempre ha sido una pelea de poderes, como el tema del agua, porque aquí se produce el 45% del agua que va hacia la capital”.
Pero cuando la gente se cansa de dar giros de 360 grados, se toman decisiones, “el pueblo ha sobrevivido de manera independiente, ha sido difícil, nos ha tocado luchar”.
Y rememora Cerrato cuando tuvieron que defender a San Juancito del establecimiento de una ZEDE, ¿acaso querían replicar el experimento de Marco Aurelio Soto en el siglo XIX? En voz de Cerrato ese no era una episodio que quisieran repetir.
Está bien, nadie va a negar que visitar vestigios es interesante.
Subir la montaña a pie o en carro, ver el paisaje verde, las casas a lo largo, el sonido de la naturaleza, las bocaminas que se asemejan a un aire acondicionado natural por la frescura que emiten, las casas viejas de madera y en ruinas (que de no ser atendidas de inmediato quedarán en el suelo para siempre)... Todo eso atrae al turismo. Lo estético es interesante a la vista.
Cerrato nos cuenta que a futuro quieren gestionar la construcción de un canopy, tener un plan de recorridos que incluya paseos históricos, “soñamos con esa planta eléctrica convertida en museo, también soñamos con un establecimiento para nuestros emprendedores”.
Mientras tanto, este mes inician los trabajos de construcción de una huella que va desde la aldea hasta el centro de visitantes y que facilitará el acceso a los turistas. Explorar otras rutas en la montaña también es un proyecto que ya se trabaja.
El camino de ahora pudo ser el de antes
Desde hace décadas San Juancito potencia su producción de café.
Ese pudo haber sido su destino antes que la explotación minera, pero al no tener la infraestructura que permitiera movilizar rápido el producto desde las fincas de café hasta el puerto de Amapala, entonces la explotación minera fue la vía elegida.
En ese entonces, señala el historiador, los países del istmo le apostaban al café. El Salvador, Costa Rica y Guatemala cosechaban éxito en la producción del grano aromático, tenían la infraestructura para lograrlo y por ende la capacidad de que los precios del producto fueran competitivos.
Para Honduras “la minería fue lo más rentable”, para la compañía y para el presidente Soto, “algunos historiadores valoran que actuó de manera corrupta porque autoeximió a su empresa del pago de impuestos, habría sido un acto de corrupción, porque la concesión era parcialmente suya”, dice Varela, y agrega que se pensó que los frutos de la producción minera generarían a la postre beneficios para el país reinvertidos en infraestructura, educación y la cobertura de otras necesidades para el bien común, pero la explotación no le dejó al país más que ruinas, deforestación y enfermedad.
“Si hablamos de lo que quedó, fue muy poco: la cañería de San Juancito (La Tigra) para dotar de agua a Tegucigalpa... y un camino”.
Cuando la compañía minera se fue, el café se convirtió en el nuevo oro, en el centro de su economía.
Desde la Cooperativa Mixta San Juancito Limitada (Comisajul) se aglutina a 100 productores que en conjunto producen alrededor de 5 mil quintales de las variedades de café Catuai, Lempira, Hicafe 90, Parainema y Geicha.
“Esta cooperativa vino a despertar la economía en San Juancito, las generaciones han ido heredando esto”, dice Cerrato, y a manera de cierre expresa: “Cuando venga a San Juancito va a probar el mejor café de Honduras”.