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Tegucigalpa, Honduras.- El centro histórico representa el origen de una ciudad. En él se ubican los inmuebles más antiguos y representativos de su historia.
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Hay capitales en Centroamérica, como San José, que no tienen el privilegio de contar en su centro histórico con inmuebles coloniales barrocos de la categoría de la catedral de San Miguel Arcángel de Tegucigalpa (1765), o la de Los Dolores (1732-1815).
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El estilo urbano importado a la América colonial partía de una plaza mayor de 800 varas de largo por 600 de ancho, siendo la principal edificación las iglesias construidas siempre con dirección a la salida del sol. A un costado el edificio del ayuntamiento y de las familias ricas.
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Las calles se trazaban en parrilla, o cuadrícula cuando las ciudades eran planificadas en su fundación. Es el caso de Gracias, Comayagua y Choluteca.
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Entre más bajo era el rango social de sus habitantes más alejadas estaban ubicadas sus viviendas de la plaza mayor, hasta llegar a las reducciones indígenas que en Tegucigalpa eran tres: Comayagüela, Suyapa y Río Hondo (hoy Cerro Grande).
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En el caso de Tegucigalpa su creación como Real de Minas (no fundación) data de 1578, y su poblamiento fue relativamente anárquico pues las chozas se improvisaban cerca de las bocas minas, dada su topografía quebrada (San Antonio de Oriente, El Corpus, Santa Lucía, Valle de Ángeles).
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Su nombre en voz lenca significa “lugar donde se reúnen los señores”, de acuerdo al desaparecido historiador colonialista Mario Felipe Martínez Castillo.
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En 1762 la relativa riqueza minera de Tegucigalpa permite que eleve su categoría urbana a la de Villa de San Miguel de Heredia de Tegucigalpa en 1762 con lo que, a decir de Daniela Navarrete, el poblado adquiere su “alma” de representación política: el cabildo o ayuntamiento como órgano de representación de los vecinos ricos ante las autoridades españolas.
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Entre esas familias influyentes y añejas del siglo XVIII estaban los Zelaya, los Midence, los Rosa, los Vigil, los Márquez y los Soto.
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Algunos de ellos se articularían en lo que Ethel García Buchard llama la red política de Morazán que a partir de la defensa de su autonomía política respecto a Comayagua (1788-1812) se convertirá en una red de poder que alcanza su mayor influencia regional durante la presidencia federal de Morazán (1830-1839).
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Luego del final de la República Federal, Comayagua no logró recuperarse del azote de las epidemias, las guerras civiles y los cataclismos naturales como terremotos.
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En 1821 tanto Comayagua como Tegucigalpa tenían 8 mil habitantes.
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En 1880, cuando Marco Aurelio Soto decretó el traslado de la capital a Tegucigalpa esta tenía 12 mil habitantes en tanto que Comayagua 2 mil. Lo que revela la condición de mayor prosperidad e importancia de Tegucigalpa por su mayor cercanía con el principal puerto que era Amapala y el resurgimiento de la explotación minera en San Juancito.
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Es precisamente en el período liberal (1876-1940) que Tegucigalpa consolida su modernización relativa.
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Es sede no sólo de los poderes del Estado, también de la universidad y de instituciones emblemáticas de la educación secundaria (Instituto Nacional, luego Instituto Central) y de formación docente (escuelas normales).
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En el primer tercio del siglo XX, nos dice Omar Aquiles Valladares Coello, se regulariza el servicio de agua potable, se introduce la energía eléctrica, el cinematógrafo, las comunicaciones eléctricas (telegrafía, teléfonos).
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Cuenta con dos periódicos, librerías, restaurantes, hospital público, espacios de recreación como el paseo El Guanacaste y La Concordia.
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Al margen de su relativo abandono, es una ciudad de 446 con una rica historia y cultura a la espera que nuestras autoridades edilicias, de Cultura y el IHAH, entre otros, completen su merecida transformación en el espacio cultural seguro, acogedor y de aprendizaje que sus habitantes y visitantes merecen.