Periodismo cultural
TEGUCIGALPA, HONDURAS. - Vida, herida, muerte y restitución. En “Templo en ruinas” el hombre sucumbe pero a la vez se levanta.
En 1995 Santos Arzú Quioto creó esta obra pensando en el hombre del siglo XX deslumbrado por la era tecnológica, que será engullido y vomitado.
Este noviembre se cumplen 26 años de la muestra que albergó el Banco Atlántida, y que Leticia de Oyuela definió como “un hito que va más allá de lo esperado, que es hacernos la advertencia de atender la crisis en la que estamos sumidos”.
La instalación de “Templo en ruinas” constó de múltiples elementos, siendo la cruz el “único signo directamente alusivo a un templo cristiano”, señala Arzú, quien a partir de este elemento o “nave central”, articula las subinstalaciones que describen un arco físico y conceptual, donde profundiza su reflexión sobre el hombre que está a punto de llegar a un nuevo siglo, un siglo XXI que valida el concepto de “Templo en ruinas”, que para 1995 era entonces como un presagio.
Como una contraposición, las obras “Geronte” y “Caronte” custodian la muestra. Cabe mencionar que “Caronte” es la única pintura con un rasgo figurativo —los ojos—, a partir de entonces el lienzo de Arzú no volvió a esos orígenes con los que inició su carrera en la pintura, y dedicó la fuerza del pincel y la intensidad del color a un universo abstracto que lo caracteriza hasta ahora.
En el “Templo en ruinas” de Arzú hay una narrativa que colapsa y renace desde la desolación.
La poética visual del artista plástico irrumpió con fuerza ese noviembre de 1995, Oyuela señaló en un texto a propósito de la obra, que “para el público hondureño, acostumbrado a la pintura imitativa, en sus diferentes expresiones, que van desde lo figurativo al expresionismo, ha visto con cierto estupor esta nueva muestra de pintura conceptual, que viene a renovar totalmente la visión de nuestro arte que, como dije anteriormente, plantea según los conceptos de Lyotard, la libertad de hacer de la pintura una metanarrativa, en evidente evolución del ideal estético”.
Desde “Templo en ruinas”, Arzú presenta su obra como una estructura literaria —inicio, nudo y desenlace—, y a la vez como una página en blanco, abierta a la interpretación de quien la observa.
Es así que la organización del proyecto respondía a este esquema: Opus 1: Estructura armónica del ser humano; Opus 2: Ser social y creador de cultura; Opus 3: Ruptura de estructura interna, crisis, nihilismo; Opus 4: Causas de ruptura, axiología trastocada, desintegración, anomia; Opus 5: Supresión de libertad individual y colectiva, y Opus 6: Esperanza y vuelta a los orígenes.
Es por ello que reitero el juego de palabras del inicio: Vida, herida, muerte y restitución, porque Arzú no se estanca en la desolación, “realmente nunca pretendí quedarme en la violencia y sospecha, también queda la rendija de la memoria en el ‘deber ser’ o esperanza, y lo recalco en todos mis proyectos, es parte fundamental de mi ‘declaración de artista’”, señala, y en 1995 escribía: “Ante tanta desolación, viendo la lápida cubierta de flores mustias, he dejado una rendija para la música, el color vibrante para la alegría... para la esperanza. Sostengo que la vida en sí misma es bella, aún hay tiempo para reír, pero tenemos que volver a la génesis de la realidad humana, captarla en su esencia, desarrollarla y aunar esfuerzos. Quizá no es tan difícil... basta hacer memoria de lo que se es...”.
Carlos Lanza reseñó en su texto crítico sobre “Templo en ruinas” que: “Aquí toda la obra viaja por los sentidos pero no se detiene en ellos, no se cierra, se abre, se libera, trasciende con el hombre desnudándolo en todas sus ruinas”.
Pero, ¿qué tanto vuelve la mirada a “Templo en ruinas”?, el artista señala que “todos los proyectos reclaman el retorno del artista para evaluarlos desde la distancia y sobre todo si la realidad o perspectivas desde las cuales surgieron siguen intactas o de alguna manera se han modificado. Los proyectos incluyen al artista mismo que también puede modificar visiones o posturas desde el momento mismo en que creamos y la manera de dialogar, denunciar y convocar a la sociedad o al público, si se trabaja desde la perspectiva del proyecto estos se convierten en referentes y abrevaderos obligatorios para ir depurando posturas, visiones”.
En 1995 Santos Arzú Quioto creó esta obra pensando en el hombre del siglo XX deslumbrado por la era tecnológica, que será engullido y vomitado.
Este noviembre se cumplen 26 años de la muestra que albergó el Banco Atlántida, y que Leticia de Oyuela definió como “un hito que va más allá de lo esperado, que es hacernos la advertencia de atender la crisis en la que estamos sumidos”.
Estructura
Recordar esta obra es volver a los inicios abstractos de Santos Arzú Quioto, que desde esta disciplina ha explorado diversos caminos que buscan profundizar en los diferentes aspectos del hombre como un ser en constante búsqueda y contradicción.La instalación de “Templo en ruinas” constó de múltiples elementos, siendo la cruz el “único signo directamente alusivo a un templo cristiano”, señala Arzú, quien a partir de este elemento o “nave central”, articula las subinstalaciones que describen un arco físico y conceptual, donde profundiza su reflexión sobre el hombre que está a punto de llegar a un nuevo siglo, un siglo XXI que valida el concepto de “Templo en ruinas”, que para 1995 era entonces como un presagio.
Como una contraposición, las obras “Geronte” y “Caronte” custodian la muestra. Cabe mencionar que “Caronte” es la única pintura con un rasgo figurativo —los ojos—, a partir de entonces el lienzo de Arzú no volvió a esos orígenes con los que inició su carrera en la pintura, y dedicó la fuerza del pincel y la intensidad del color a un universo abstracto que lo caracteriza hasta ahora.
En el “Templo en ruinas” de Arzú hay una narrativa que colapsa y renace desde la desolación.
La poética visual del artista plástico irrumpió con fuerza ese noviembre de 1995, Oyuela señaló en un texto a propósito de la obra, que “para el público hondureño, acostumbrado a la pintura imitativa, en sus diferentes expresiones, que van desde lo figurativo al expresionismo, ha visto con cierto estupor esta nueva muestra de pintura conceptual, que viene a renovar totalmente la visión de nuestro arte que, como dije anteriormente, plantea según los conceptos de Lyotard, la libertad de hacer de la pintura una metanarrativa, en evidente evolución del ideal estético”.
Desde “Templo en ruinas”, Arzú presenta su obra como una estructura literaria —inicio, nudo y desenlace—, y a la vez como una página en blanco, abierta a la interpretación de quien la observa.
Es así que la organización del proyecto respondía a este esquema: Opus 1: Estructura armónica del ser humano; Opus 2: Ser social y creador de cultura; Opus 3: Ruptura de estructura interna, crisis, nihilismo; Opus 4: Causas de ruptura, axiología trastocada, desintegración, anomia; Opus 5: Supresión de libertad individual y colectiva, y Opus 6: Esperanza y vuelta a los orígenes.
Es por ello que reitero el juego de palabras del inicio: Vida, herida, muerte y restitución, porque Arzú no se estanca en la desolación, “realmente nunca pretendí quedarme en la violencia y sospecha, también queda la rendija de la memoria en el ‘deber ser’ o esperanza, y lo recalco en todos mis proyectos, es parte fundamental de mi ‘declaración de artista’”, señala, y en 1995 escribía: “Ante tanta desolación, viendo la lápida cubierta de flores mustias, he dejado una rendija para la música, el color vibrante para la alegría... para la esperanza. Sostengo que la vida en sí misma es bella, aún hay tiempo para reír, pero tenemos que volver a la génesis de la realidad humana, captarla en su esencia, desarrollarla y aunar esfuerzos. Quizá no es tan difícil... basta hacer memoria de lo que se es...”.
Carlos Lanza reseñó en su texto crítico sobre “Templo en ruinas” que: “Aquí toda la obra viaja por los sentidos pero no se detiene en ellos, no se cierra, se abre, se libera, trasciende con el hombre desnudándolo en todas sus ruinas”.
El volver al inicio
La obra de Arzú desde 1995 sigue siendo una constante exploración del hombre, del ser, del hacer y el sentir.Pero, ¿qué tanto vuelve la mirada a “Templo en ruinas”?, el artista señala que “todos los proyectos reclaman el retorno del artista para evaluarlos desde la distancia y sobre todo si la realidad o perspectivas desde las cuales surgieron siguen intactas o de alguna manera se han modificado. Los proyectos incluyen al artista mismo que también puede modificar visiones o posturas desde el momento mismo en que creamos y la manera de dialogar, denunciar y convocar a la sociedad o al público, si se trabaja desde la perspectiva del proyecto estos se convierten en referentes y abrevaderos obligatorios para ir depurando posturas, visiones”.