I PARTE
LLAMADA. La llamada la transmitieron del 199 a la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) poco después de la medianoche.
Una mujer, con voz agitada, dijo que acababa de llegar a su apartamento y que en el pasillo había huellas de sangre, más específicamente, huellas que la media plantilla de un zapato había marcado en el piso con sangre. En su opinión, era sangre fresca.
Dijo, además, que había seguido las huellas y que salían del apartamento que estaba casi frente al suyo. Agregó que se había acercado a la puerta, tratando de no pisar las huellas, y que creía que había sangre en el llavín. Quiso tocar pero tuvo miedo, y prefirió llamar a la Policía. También dijo que las huellas empezaban a desaparecer en las gradas. Estaban en el cuarto piso.
Del 199 le dijeron que avisarían a la DNIC pero que enviarían de inmediato una patrulla de motorizados para que custodiaran las huellas por si se trataba en realidad de sangre y por si estaban ante un crimen. La mujer, aunque nerviosa, se dio por satisfecha.
LA ESCENA. Antes de la una de la madrugada, un equipo al mando de Gonzalo Sánchez llegó al pasillo, donde ya estaban algunos parientes del inquilino del apartamento señalado, y, de inmediato, empezó a hacer su trabajo. Pidió que los motorizados alejaran a los curiosos, puso una rodilla en el suelo y observó las huellas con detenimiento. No tardó en reconocer la sangre que ya empezaba a secarse.
“Creo que son mocasines –dijo–, de esos de lona y plantilla, y parecen nuevos porque las marcas no presentan ningún desgaste”.
Las huellas eran más claras en ciertos puntos y las rayas horizontales de la plantilla estaban marcadas con mayor exactitud sobre la cerámica. La punta del zapato era redondeada, y hacia atrás, la huella se volvía más ancha.
Gonzalo Sánchez sonrió, levantó la mirada y apretó los labios en actitud reflexiva.
“Hay sangre en el llavín –agregó, poco después, mirando de cerca la puerta–, y no se ha secado del todo. Parece que no hace mucho tiempo se cometió un crimen en este lugar, y un crimen con cuchillo, primero, porque nadie ha reportado haber escuchado disparos desde aquí, y segundo, porque para que las primeras huellas del zapato quedaran tan marcadas, es porque se derramó mucha sangre, y eso solo se da cuando se ataca a la víctima con un cuchillo”.
Con sumo cuidado, Gonzalo quiso girar el llavín pero no pudo.
“Está con llave –dijo–, eso significa que el asesino, si es que hay un crimen adentro, es conocido de la víctima porque la puerta no está forzada y porque tuvo todas las facilidades para entrar. Puso llave por dentro para ganar tiempo”.
“¿Qué hacemos?”
“Sencillo, tumbar la puerta”.
Esta resistió las primeras dos patadas. A la tercera cedió. Lo que había en el centro de la sala era impresionante.
Una muchacha, casi una niña, estaba boca abajo sobre la alfombra del centro y en un charco de su propia sangre. Atrás de ella estaban las señales de que se había arrastrado hasta allí desde el dormitorio, cuya puerta estaba entreabierta. Gonzalo se acercó a la muchacha, apoyó dos dedos en su yugular, para detectar el pulso, y dio un grito:
“¡Está viva! Rápido, sáquenla de aquí y llévenla al hospital…”
“¿No es mejor esperar una ambulancia?”
“Ha perdido mucha sangre… Si esperamos la ambulancia podría morir… Llevémosla nosotros”.
La muchacha, de unos diecinueve años, estaba desnuda, tenía varias heridas de cuchillo en la espalda y la sangre seguía saliendo con cada palpitar del corazón, aunque cada vez más débil.
“La atacaron con cuchillo y por la espalda –dijo Gonzalo–. Por la forma de las heridas, el cuchillo entró con fuerza, cinco veces, y de arriba hacia abajo. Creo que la muchacha estaba sentada, y la atacaron por sorpresa…”
“¿Sentada?”
Gonzalo miró al que había preguntado y en cuyo tono sonaba la duda, y no le dijo nada. Dejó pasar unos segundos, y agregó:
“Sentada, sí, pero sentada encima de alguien… ¿Ves que está desnuda? Significa que estaba haciendo el amor cuando la acuchillaron. La atacaron por sorpresa… Creo que en el cuarto vamos a encontrar algo peor”.
PEOR. La escena en el dormitorio era dantesca. Había sangre por todos lados, empezando por la cama King Size que estaba en el centro. El cuerpo del muchacho estaba sobre las sábanas, con una almohada sobre la cara y con el pecho y el abdomen cubierto de sangre coagulada. Gonzalo contó treinta y seis cuchilladas, aunque no podía decir cuántas había en la zona del corazón porque se superponían unas sobre otras.
“El asesino, o asesina, lo mató con odio, con ira… Solo los celos o el despecho producen crímenes como este”.
Parecía que Gonzalo estaba en su cátedra de Criminalística.
“No hay desorden en la sala, no hay desorden en el cuarto, parece que cada cosa está en su lugar, incluido el condón que estaba usando el muchacho cuando lo atacaron. Esto nos dice que el asesino vino solo a matar. La violencia que usó muestra su odio, sus celos o su despecho… Es posible que conociera a la muchacha, que esta haya tenido una relación con él y que este se dio cuenta que lo estaba engañando… Sin embargo, no se ensañó con ella pero sí con el muchacho. ¿Ves la huella que hay en la almohada? El asesino le puso la almohada en la cara mientras lo acuchillaba. Hay salpicaduras de sangre en la almohada, y estas se produjeron cuando el asesino levantaba el cuchillo para dejarlo caer de nuevo. ¿Qué nos dice esto?”
Hubo silencio alrededor. Afuera, al inicio del pasillo, los gritos desesperados de varias mujeres, que los policías trataban de contener, llenaban el espacio. En ese momento, Gonzalo recibió una llamada. Era el director. El silencio se prolongó más de un minuto.
“Entendido, señor. De acuerdo”.
Gonzalo guardó el teléfono, miró el cuerpo sobre la cama, y dijo:
“Creo que este muchacho era hijito de papá y mamá. Hay órdenes de custodiar la escena y de no dejar que se acerquen los periodistas. La muchacha está viva, la están operando en este momento y su familia pidió un avión-ambulancia para llevarla a Estados Unidos”.
“Poderoso caballero es don Dinero”.
“Así es”.
“Un apartamento como este debe costar un ojo de la cara”.
“Y la mitad del otro”.
“Y era el apartamento de soltero del niño… ¡Qué linda es la vida del rico!”
“Pues, no me lo parece tanto porque terminar así no lo paga ni todo el dinero del mundo”.
GONZALO. “El hecho de taparle la cara al muchacho no sirvió para inmovilizarlo. Las primeras cuchilladas lo debilitaron. La almohada en la cara le evitaba al asesino ver el sufrimiento de su víctima, lo que nos dice que lo conocía, que en realidad venía a matarlo a él y que tenía por él un sentimiento especial. Lo mata pero no quiere ver el sufrimiento que le provoca la forma en que lo asesina”.
“Entonces, el asesino es una mujer”.
“Tiene que ser una mujer grande, alta y fuerte, y que ya había estado aquí en muchas ocasiones, tal vez demasiadas, y quizás había sido feliz sobre la misma cama. Es más, creo que tenía su propia llave para entrar porque nadie que trae una conquista hace el amor con ella dejando la puerta principal sin seguro…”
“¿Cree que el asesino sea una mujer?”
“Es posible”.
“Pero hay demasiada violencia…”
“Sí, y eso demuestra la cólera, la ira y el deseo de destruir a la víctima…”
“Entonces, abogado, ¿usted cree que a Riccy Mabel la mató una mujer? Por el nivel de violencia con que la asesinaron…”
Gonzalo sonrió.
“Ese caso sería un buen ejercicio mental”, dijo.
Siguió a esto un instante de silencio.
“El muchacho tiene heridas de defensa en las manos y los brazos. Trató de defenderse, pero su posición quizás se lo impidió”.
“¿Qué vamos a hacer?”
“Pues, nuestro trabajo. Investigar el caso, si es que no nos ordenan que lo dejemos así. Vamos a empezar por entrevistar a los vecinos, al guardia que estaba de turno, y averiguar si hay cámaras de seguridad”.
“No hay cámaras, abogado. Las instalan hasta la próxima semana. Los vecinos no dicen mucho. Apenas conocían al muchacho. Era un apartamento de soltero. Nadie le lleva la vida a nadie en este edificio”.
“¿Y el guardia?”
“Dice que no vio nada raro, que aquí entra y sale la gente a cada rato, y que su trabajo es cuidar el edificio de los ladrones…”
“Hay que llevarlo a la DIC. Tal vez allí se le refresca la memoria. ¿Qué más hay?”.
“Nada más”.
“Bien. Solo nos queda algo más que hacer. Que el fotógrafo tome fotos de cada centímetro cuadrado de la escena”.
EN LA COCINA. Aquí todo estaba en orden. Los cuchillos estaban en su base y Gonzalo comprobó que no habían sido usados en días, quizás semanas. En el refrigerador había comida congelada, cervezas en lata, whiskey, queso en cubitos, jamón, frutas en conserva y una jarra de ice cream. Al parecer, él era el primero en ir a la cocina esa noche.
“Creo que el asesino, o asesina, trajo su propio cuchillo. La dinámica del crimen está clara: Llegó al edificio en su propio carro; según el guardia, los carros entran y salen a cada rato, lo que hace que todo se vuelva rutinario y se deje de prestarle atención. Si hubiera venido a pie, el guardia lo hubiera notado, y aunque lo conociera, lo hubiera saludado, porque su lugar está en la puerta, y él asesino subió por el ascensor que baja hasta el estacionamiento. Entró al apartamento con su propia llave. Quizás siguió a las víctimas, quizás ya había planificado el crimen”.
“¿Por qué dice eso?”
“Primero, porque traía su propio cuchillo. Segundo, por el tipo de zapatos que usaba en el momento del asesinato: Mocasines. Son zapatos de suela de goma, que no hace ningún ruido al caminar. Tal vez sufrió el rechazo de la víctima desde hacía algún tiempo, sabía que era un don Juan, lo vio con una nueva conquista, sabía a qué venía al apartamento, y planificó su venganza. Entró, se fue directo al cuarto, apuñaló a la muchacha, que estaba sobre el muchacho, la tiró al piso y lo atacó a él con furia extrema… La dinámica del crimen está clara, y creo que ese fue el modus operandi del criminal, o de la criminal…”
Eran casi las tres de la mañana cuando Gonzalo salió al pasillo. Los policías seguían conteniendo a las mujeres que lloraban y a los amigos de la víctima.
“¿Pudo ser un hombre el asesino?”
“Es posible. Ya veremos”.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...