Tegucigalpa, Honduras
Su mayor cualidad es el optimismo, su peor defecto es la impaciencia y su mejor amigo es el pincel... Y de la mano de su gran compinche, el pincel claro está, Dennis Berríos ha llegado a ganarse un nombre en el mundo del arte y ha portado la bandera de las cinco estrellas por distintos países.
“Soy un artista plástico. Vivo para el arte, el arte es como mi religión; esta es mi trinchera y esta es mi pasión”, describe tras recibir a Tic Tac en el confort de su negocio: Estudio Galería de Arte, situado en la frescura de Valle de Ángeles.
Aquí, como lo dice el mensaje de bienvenida que está en la entrada del local, “hablemos de arte”... pero también de un mundo que va más allá de la pintura y los dibujos.
Dennis Berríos, un gusto. ¿Qué tal si comenzamos hablando de ese gusto por el arte?
Inició en la escuela. En primaria siempre me gustó dibujar, me gustó la clase de Artes Plásticas y de Cuadrícula. Pero ingresar a estudiar arte fue como una casualidad o el destino. Mi coeficiente intelectual nunca fue tan amplio, o sea, no me gustó estudiar, sino que me gustaban las cosas prácticas, las cosas que podía hacer con mis manos.
¿Por qué casualidad?
En ese tiempo (2001) todo mundo estudiaba para Perito Mercantil y a mí no me gustaba garrotear y quería estudiar en un colegio técnico, pero ya estaban cerradas las matrículas. Una tía me dijo: “¿Y no querés entrar a Bellas Artes?”. Se me prendió el foco y fuimos el último día de inscripciones. El examen se pasaba con 75 y yo saqué 76, o sea que entré de pancita. Gracias a ese puntito, estoy donde estoy.
¿Y cómo empieza a ganarse un nombre como artista?
En 2003 egresé de Bellas Artes, igual de pancita. En ese entonces don Miguel Andonie Medina, el hijo del dueño de Radio América, me contrató junto a otros compañeros para hacer paisajes de pueblos. Le hacía un cuadro a la semana y se los vendía a 800 lempiras. Así fui creciendo y luego me tocó salir del país.
¿A qué países ha ido?
Le diré que me he propuesto viajar, conocer muchos países, representar a mis cinco estrellas, y lo estoy logrando porque ya he visitado toda Centroamérica, México, EE UU, República Dominicana y Cuba. Mi próximo viaje es a Europa o Sudamérica, de que voy, voy; este o el otro año. Mis plan es visitar todo el mundo y sus alrededores, ja, ja, ja...
Pero también pinta murales en los barrios, ¿cómo nació esa idea?
En 2010 fui a Cuba a hacer un mural y conocí el Paseo de Hamel, en el que hay como dos o tres cuadras de murales y esculturas con reciclaje. Me quedé viendo, soñando y dije: ‘Yo quiero ver mi barrio así’. En el avión venía anotando todas las ideas sobre cómo iba a empezar un proyecto para embellecer los muros y paredes de mi colonia Flor 1.
Al llegar, me reuní con amigos y así nació el Proyecto Arte de Barrio.
¿Cuántos murales han hecho en el país?
Ya perdimos la cuenta. Con Arte de Barrio usamos todas las técnicas: cerámica, mosaico, material reciclado, pintura, grafiti, tinta reciclada, etc. Ahí participa la comunidad. Solo nos faltan como tres departamentos a donde llegar: Ocotepeque, El Paraíso y Colón.
¿No ha tenido problemas al llegar a pintar a barrios complicados?
Hay una anécdota muy trágica y es que hace como dos años nos expulsaron de mi colonia Flor 1 y ya no podemos realizar el proyecto allí. En la pelea de territorios, mataron a dos jóvenes voluntarias de Arte de Barrio. Hubo disparos, ellas iban caminando y en el cruce de balas se fueron.
Luego me mandaron a decir que ya no hiciera el proyecto. Pero seguimos en otros lados.
¿Qué es lo que no ha pintado y quisiera hacerlo?
Quisiera “muralear” todos los edificios públicos. Ese sueño sí lo tengo. Yo le digo al gobierno que nos usen, que como artistas podemos dar una mejor imagen al país y al embellecer los edificios, creo que traeríamos más turismo.
¿Es bien pagado el arte en Honduras?
La verdad que no. Uno le da el valor, pero es la minoría que tiene el dinero y esa minoría sí compra, pero no lo suficiente. Uno como artista debe vivir bien, pero la mayoría de artistas sobrevivimos en este país.
¿Es difícil destacar en Honduras con el arte?
Sí, es duro y hay que tener bien puestos los que ponen las gallinas. Es un reto. La valorización y apreciación del arte no la hay tanto como se debiera porque desde niños nos deberían enseñar a apreciar el arte.
¿En cuánto vendió su cuadro más costoso?
El cuadro más caro que he vendido fue en mil dólares. Fue una obra por la que tuve una mención honorífica en Guatemala y que me lo compraron unas personas de Fedex.
¿Dennis, se considera perfeccionista?
No soy perfeccionista, lo dejo a la espontaneidad, que surja. Mi mayor cualidad es ser optimista. Siento que si uno atrae esa energía positiva y lo desea, sucede. Por ejemplo, cuando tenía 23 años, yo dije: ‘Cuando cumpla 30 voy a tener mi casa’. Así lo dije, lo soñé y lo pensé. Yo me puse fecha y lo logré, porque ya la tengo.
Hablando de su vida, ¿el arte lo ha acercado a las mujeres? ¿Es mujeriego?
Creo que no, he tenido ese miedo de hablarle a las mujeres, siempre fui una persona reservada y callada; yo nunca le hablé a las mujeres, en el sentido de decirle: ‘Qué bonita estás’. Siempre tuve ese problema, siempre...
¿Y cómo hizo con la mamá de su hijo?
Ella se me declaró, ja, ja, ja. Quizá era por medio de señales, un mensaje o por medio de otras personas: ‘Mirá, decile esto’. Pero yo directamente, no, me ha costado bastante, soy tímido.
¿Cuál es su mayor defecto?
Creo que ser impaciente, porque yo estoy trabajando en un cuadro, me desespera, me aburro y ya quiero pintar otro. Soy bien desesperado.
¿Por qué los artistas tienen estilos particulares como andar el cabello largo?
Es esa parte de rebeldía, de no ser como los demás, excéntrico. Yo creo que en el mismo trabajo se adquiere, así como hacemos las obras diferentes, así uno quiere ser diferente a las demás personas de la sociedad.
Hablando de su vida personal, ¿de dónde viene?
Mi papá (Magdaleno Berríos) es de cerca de Aramecina, Valle, y mi mamá (María Aguilera) nació en Choluteca. Tengo sangre sureña, pero nací en Tegucigalpa y ahí me crié. Crecí realmente en la casa de mi abuela, la mamá de mi papá (Rufina Berríos), estuve con ella desde los tres hasta mis 20 años porque mis padres se separaron.
¿Cómo fue esa niñez?
Fue mejor que otras; fue privilegiada en el sentido de que siento que fue la última generación libre de maras, que venían empezando. Pasaba en la calle jugando trompos, mables, lazo, cantarito, escondite y todos esos juegos. Estábamos en la calle hasta las 10:00 u 11:00 de la noche.
¿Pero hubo algún hecho que lo marcó?
A mis 12 años venían empezando las maras y era como para marcar territorio, estos jóvenes empezaban a marcar su territorio y decían: ‘Esta cuadra es de nosotros’, entonces se empezaban a pelear, pero con piedras, palos y entonces nos metíamos abajo de la cama porque empezaban a tirar piedras. Se sentía como guerra, pero eran piedras y ahora son balas. Lo más que podía pasar era que rompían la lámina.
¿Y siempre tuvo lo necesario?
Sí. Desde mis siete años, íbamos a pie con mi abuela desde la Flor 1 hasta el mercado de Comayagüela, ahí comprábamos frutas y verduras e íbamos a vender al Hato de Enmedio. También aprendí a costurar y dominé la máquina, entonces hacíamos trajecitos, cameras con retazos y ganaba mi dinerito. Mi abuela me hizo una persona de bien.