TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Allá va, listo para la vida. Como don Quijote con esa adarga antigua. La profesora de Matemáticas lo manda a la pizarra y no se niega: “Era mi fuerte, siempre me iba bien y eso que casi nunca estudiaba”. Se hincha el tórax y apenas enseña su dentadura don Carlos Hernández, este ingeniero civil de casi 61 años que se conoce como el camino a su casa el viejo sistema de alcantarillado de la capital.
Hay que tener suerte para que aparte media hora de su agenda diaria, que inicia cuando se levanta a las “4:40 de la madrugada”, que sigue “a las 6:00 de la mañana que entro al trabajo” y que parece nunca tener fin: “Trabajo de día y de noche por igual ya que los tubos rotos no tienen horario; los sábados es puro campo y los domingos nos comunicamos vía radio”, explica el gerente de la División Metropolitana del Servicio Autónomo Nacional de Acueductos y Alcantarillados (SANAA).
¿Y cómo se divaga?
En el cine. Mire, por ejemplo ahora mismo estoy pensando cinco temas a la vez, generalmente problemas del SANAA, y solo hay dos cosas que me distraen: el cine y pescar. Cuando pesco mi mente se centra en aquel pescadito y me olvido de todo y en el cine me gustan las historias de la vida real.
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Ahí es cuando apaga el celular, entonces.
Ahora no, porque como tengo contacto directo con el alcalde Nasry Asfura. Y si yo trabajo así, él trabaja el doble. He dejado de ver la mejor parte de la película muchas veces por una llamada... ja, ja, ja.
Parece una paradoja de la vida, pero el segundo al mando del SANAA confiesa que “me da miedo nadar”. Su vida pasa entre agua, mucha agua, tubos de abasto, conductos subterráneos y demás. Pero le teme al agua...
¿Qué más le da miedo?
Quedar sin pisto... ja, ja, ja. Quizá quedar sin trabajo, pero gracias a Dios tengo mi empresita de ingeniería que monté con las prestaciones que me dieron en 2007: aproveché para hacer mi casa, comprar mi carro y tener mi empresa.
Eso dice mucho de su buena cabeza. ¿Es de Tegus?
Sí, del mero Tegucigalpa, por eso soy Motagua. Es que Olimpia es nacional y Motagua es capital. Nací el Día de la Madre de 1959... ¡Qué regalito le dieron a mi mamá! Todavía hoy algunos amigos me vacilan con esa fecha, por eso es que casi no lo celebro, solamente me acuerdo de mi mamá.
¿Por qué Motagua?
Es que yo era Olimpia antes. Yo digo bromeando que era Olimpia cuando era una persona poco informada, que no había madurado y no era del todo inteligente... ja, ja, ja. Razoné como se debe y me hice Motagua, fue un cambio radical. Al estadio nos llevaba el padrastro de mi primo hermano, que era gran azul, quizá él me ayudó a cambiar.
Cuénteme de las matemáticas. ¿También en la universidad le iba bien?
También. Y ahí estudiaba menos y siempre pasaba. Con 21 años ya era ingeniero civil.
¡Uf!, volazón con las chavas, me imagino.
Ja, ja, ja... lo malo conmigo es que era feo y me gustaba lo bonito... ja, ja, ja. Así es más difícil. Tuve pocas novias, digamos que no fue mi fuerte.
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Pero dicen que la suerte del feo el guapo la desea. ¿Es cierta esa teoría?
Sí, pero del feo que tiene pisto... ja, ja, ja. Y ahí tampoco me viene bien porque no vengo de una familia adinerada, mi familia vino de El Zamorano y cuando mi mamá se estableció acá tenía tres trabajos de enfermera para mantenerme a mí, hijo único. Esa doña se merece todo lo que yo le pude dar. Ya murió.
Don Carlos se pone tieso. Como recordando la memoria de su madre. Hay cosas de las que prefiere no hablar. O hablar poco. Como cuando salió del colegio: “Ahí me degeneré con esto (dice, mientras con la mano derecha hace la forma de una botella de cerveza)”.
¿Cómo dejó la bebida?
No me gusta hablar de eso, pero fue porque un día me di cuenta que lo estaba perdiendo todo, mi casa se estaba cayendo, mi salud estaba por el suelo, mis hijos descuidados; no tenía nada y toqué fondo. Desde el primer día que fui a probar a Alcohólicos Anónimos me convencí y no volví a salir.
Bueno, entiendo que no quiera tocar ese tema. Para ir terminando cuénteme cómo entra al SANAA.
Estaba en segundo año de ingeniería y entré como dibujante. Solo duré un año porque me estaba descontrolando con las clases y volví a entrar en 1982, ya graduado, y ganaba como mil lempiras, buena plata para ese entonces. Pero lo gastaba en otras papadas.
¿Qué fue lo más raro que le pasó en el campo de batalla?
Una vez iba a Morocelí en tiempo de los reclutamientos y detienen el bus los militares: cuando preguntan quiénes de los hombres eran profesionales, de unos 100 solo como seis levantamos la mano. “Me salvé”, dije yo. Y en eso dice un militar: “Bueno, los profesionales se quedan porque en este batallón (de artillería de Las Mesas) los ocupamos, los demás burros váyanse a la v...”. Me pelonearon, pero me salvé porque andaba mal del pie.
Ja, ja... ¿En su casa hay racionamientos también?
Claro. Pero hemos aprendido a usar el agua y la factura sale poquito y no es porque la arreglo sino porque gasto menos. Regulo las válvulas de los grifos, no lavo el carro con manguera y reviso periódicamente las instalaciones para evitar fugas.
¿Cómo estuvo la crisis del Mitch en el 98?
Difícil. En la noche del 30 de octubre cada vez que llegaba a un puente solo escuchaba el rugido del agua y así pasé como tres puentes. Fue duro pero a la semana ya teníamos restablecido el 15 por ciento del sistema de agua potable y al año ya casi todo estaba resuelto.