Tegucigalpa, Honduras
Ella puso el interés y la vida le dio la oportunidad. Un día, cuando tenía 16 años, un amigo la encontró triste. Fue en ese momento que la puerta del mundo de la actuación comenzó a abrirse cuando aquella persona la llevó a la Escuela de Teatro.
Ahora, a sus 47 años de edad, Castejón Pavón ha participado en una veintena de obras teatrales, en siete largometrajes y media docena de cortometrajes. Alegre y expresiva, así le cuenta a EL HERALDO su felicidad haciendo lo que soñó de niña.
¿Qué recuerda de sus padres?
Mi mamá se llama Martha Cecilia. Crecí solo con mi mamá, imagínese cómo sería la relación con la familia de mi padre que él falleció hace cuatro años y yo me di cuenta hasta el año pasado.
¿Su niñez dónde la vivió?
En el barrio La Leona. Tuve una niñez bien rara. Yo era una niña a quien no le gustaban las muñecas, no me gustaban los vestidos y leía mucho el periódico. Yo estaba en la escuela por las tardes.
¿En qué escuela?
En la Escuela Evangélica Penzotti, quedaba antes del Parque Valle, ahora está en El Manchén. Era una niña que no me levantaba tan temprano porque estaba por la tarde en la escuela. Cuando regresaba de clases hacía todas las cosas que se supone que un niño debe de hacer.
Las mañanas las dedicaba a leer el periódico, a escuchar a Frijol el Terrible, ja, ja, ja… a escuchar noticias. Me gustaba ver los programas de dibujos animados, adoraba a los Muppets. Pasaba sola porque mi mamá, que es enfermera, solo vivía trabajando y mi papá, absolutamente ausente.
Tengo dos hermanas mayores, que eran compinches entre ellas y no me hacían mucho caso, así que yo buscaba qué hacer y entre ello estaba leer el periódico y soñar con trabajar en cine. Yo quería actuar, pero como nunca había visto una obra de teatro, lo único que miraba eran películas, entonces no sabía que existía el teatro. Yo lo que quería era ser actriz del cine.
¿Y el colegio?
Mi vida en el colegio fue bien corta. Empecé en el colegio y ahí se me olvidó todo lo que quería ser, como de ser actriz. Lo que quería era sacar la secundaria y solo llegué al tercero de ciclo. Y ahí fue cuando entré a la Escuela de Teatro, donde estaban arreglando para que fuera oficial el Bachillerato en Arte Dramático y ahí terminé mi secundaria. Mi paso por el colegio normal fue muy corto.
¿Usted dice que comenzó a trabajar a los 14 años?
Atendía una tienda, una pulpería, donde vendían casi solo cosas de beber, incluso licores. Tenía 14 años y yo atendiendo una tienda de licores, en el día.
¿Usted es karateca?
Recibía clases en el gimnasio del entonces Centro de Recreación La Isla. Ahí practicaba kung fu, alcancé tres cintas.
¿Y le ha servido eso de algo?
Muchísimo.
¿Cuándo se involucra en la actuación?
Desde 1987.
¿Cómo se metió en ello?
Tengo un amigo que se llama Omar Aquiles, es historiador, acaba de publicar un libro. Lo conocí cuando yo practicaba artes marciales, fuimos compañeros en el Dojo y un día me llegó a visitar y me preguntó: ¿Por qué estás tan triste? Yo tenía 16 años, no estaba estudiando y tampoco tenía trabajo.
Es que yo comencé a trabajar desde los 14 años. Recuerdo que me dijo: anda vestite y venís conmigo ya que me habías dicho que querías actuar. Sí, le dije, pero aquí esto no se puede.
“Vas a ver que sí”, me recalcó y me llevó a la Escuela de Teatro. Hablamos con el director de ese entonces, que era Saúl Toro, y le dijo: “Mirá, por qué no la dejás que tome algunas clases a ver si se puede quedar y entra el otro año ya regular”. Y resulta que me gustó tanto que nunca más dejé de estudiar y actuar.
¿Cuál fue el primer personaje que representó?
Se llamaba la Juana, de una obra que se llama “Los brujos de Ilamatepeque”, que la adaptó a teatro Leonardo Montes de Oca.
Una obra bellísima, creo que si recuperáramos ese montaje se vería fantástico todavía, porque era un escenario vacío, solo los actores en vestuario de manta blanca y una máscara y elementos; pero nada de escenografía, luces bien marcadas. Era la expresión corporal, era el mismo teatro.
¿Cuándo comienza a actuar?
Antes de entrar a la Escuela de Teatro, pero formalmente en el 88. En el 87 montamos “Cuentos de barro” con el profesor Leonardo Montes de Oca.
¿Y cuál ha sido su mejor actuación?
¡Ummm! Es que eso es bien difícil de decir porque en el momento que uno como actriz se siente segura desde ese momento lo pierde, le digo porque me ha pasado. Alguna vez creí que me la sabía y cuando entré al escenario se me olvidó todo el texto, por andar de confiada mi mente quedó en blanco. Aquí uno no deber perder el piso y estar en contacto con todo. Hay que estar absolutamente consciente para poder hacer bien las cosas.
¿Se le hace difícil representar la realidad?
Ahora sí, hay situaciones que son muy difíciles y que lo calan. Uno trata de mantenerse al margen del personaje y su situación, pero hay algunas escenas en que no se puede evitar que lo afecten. En la obra “Unos cuantos piquetitos”, que es acerca de la violencia doméstica, hay muchas partes en que duele mucho representar la situación.
¿Usted es muy sentimental?
A veces sí, a veces no…
¿Romántica?
Ya se me pasó... Es que me cansé de besar sapos y ninguno se hizo príncipe. Entonces ya me aburrí y por eso ese tema lo dejo de un lado.
¿Una anécdota que le haya pasado en alguna obra?
Una vez casi me mato. Mi personaje tenía que pararse en un balcón y yo había puesto unos parlantes en las escaleras para subir porque tenía que parecer que flotaba. Dejé todo bien acomodado y me fui a cambiar, me maquillé y ensayé todo. Cuando llego al balcón y busco la primera grada, no toco nada, me habían movido todo... ¿y ahora qué hago? Llegó un amigo y me ayudó a subir. Me dijo: “Para bajar no te preocupés, solo tirate y yo voy a estar aquí para agarrarte”. ¡Ay Dios! ¡Ahora sí me maté! La obra no sigue y punto…
Dije lo que tenía que decir bla, bla, bla, puse el pie para atrás y dije “¿qué ando buscando si no hay gradas?” y me lancé, y se apagó la luz. La gente gritó ¡iiiiiiii! Dicen que se vio como que me tiré del balcón y así fue nada más que mi amigo me agarró en el aire.
¿Casi termina en una obra trágica?
La verdad que casi me mato. Después me di cuenta que había sido el director quien había cambiado todo.
¿En qué obras ha participado?
“Cuentos de barro”, “Los brujos de Ilamatepeque”, “La boda”, “La casa de Bernarda Alba”, “El oso”, “Unos cuantos piquetitos”, “Nadie es capaz de mentir”, el caso de Riccy Mabel, entre otras. Esta última me afectó mucho, estaba como fresco el hecho y la tarea de investigación que escribió el autor Rafael Murillo Selva, que también dirigió la obra, fue impresionante.
¿Ha actuado en el cine?
Sí, llevo siete largometrajes y seis cortos. Trabajar en cine era mi sueño desde pequeña. El teatro lo encontré porque así tenía que ser, era la única posibilidad de actuar que tenía cualquiera en aquella época. Pero ha sido la ventaja más grande del mundo porque el teatro es escuela, formación.
¿En qué películas ha participado?
En “Anita, la cazadora de insectos”, “Un lugar en el Caribe”, “El Paletero”, “El Ángel del Valle”, “Amores de película” y “La jaula”.
¿Qué figura del cine mundial admira?
Como actriz indiscutiblemente a Meryl Streep.
¿Cuál es su defecto que no le gustaría tener?
Mi carácter, me enojo muy fácil, pierdo los estribos, ha sido una vida de lucha para controlar eso.
Si pudiera cambiar algo de su vida, ¿qué cambiaría?
Mi situación económica, ja, ja, ja…
¿No le ha ido bien económicamente en la actuación?
Claro que no, en un país como este que un artista le diga que tiene su vida solventada es muy difícil.
¿Y a qué se dedica aparte de la actuación?
A dar clases de actuación, a buscar locuciones porque soy locutora comercial también. En los próximos días voy a impartir el taller “Cómo prepararse para presentarse a un casting”.
¿Vive de eso?
Sí, de eso se trata mi carrera. La verdad que yo tenía bastante bien mi condición económica hasta el famoso golpe, a partir de ahí la manera en que estábamos trabajando los proyectos y las condiciones de trabajo cambiaron absolutamente.
¿O sea que el golpe le golpeó el bolsillo?
No solo el bolsillo, sino que absolutamente todo. Yo no sabía lo que era deberle a alguien, tener que pedir un préstamo o estar en la central de riesgo, en mi vida nada de eso me había pasado.
¿Qué piensa de la liberación femenina?
Para mí la liberación femenina no existe, para mí eso es un término que se creó para presentar proyectos y poder mantener ONG. Las mujeres somos libres de hacer lo que queramos igual que los hombres. Hay una línea de respeto que son las reglas que tenemos que seguir para vivir en sociedad.
Aceptamos esas reglas, podemos vivir en sociedad, las acatamos y las cumplimos, pero yo dentro de mi marquito, dentro de mi ladrillito que me toca puedo hacer lo que me da la gana.
¿Buena cocinera?
En la película “La jaula”, la nueva película de Sin Fronteras, no le puedo adelantar por la cláusula de confidencialidad, pero ahí se va a morir de la risa por la pregunta que me acaba de hacer, que si cocino bien. Yo cocino muy bien. Uno de mis placeres es cocinar, tener un montón de gente y servirles comida.