TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En el universo verde de su mirada hechicera, las matemáticas y las leyes juegan a divertirse en ese cuerpo de tradiciones íntegras que se esparce solaz simulando ser jinete de caballo encima de una rama larga y seca allá en Vi
lla Lola, en la Matagalpa nicaragüense de los años sesenta que le enseñó a la pequeña “Pacita” las cosas más sencillas y hermosas que recordará toda la vida...
Un millón de vueltas al sol después, Rosa de Lourdes Paz Haslam nos recibe con un intachable conjunto negro de crepé Picasso que cabrillea bajo la luz intensa del sol de las 9:30. Hay mil estancias en esa casa grande de buen gusto y paredes matizadas de arte, fotos, libros, memorias, historias, una sonrisa discreta y navidades, un millón de navidades más...
Ya que estamos en época de fiestas de fin de año, ¿qué recuerdos de niña se le vienen a la memoria cuando llega diciembre, abogada?
La tradición era hacer un nacimiento que se extendía a lo largo de toda la sala y que incluía hasta un aeropuerto; recuerdo que la nieve que cubría las chiribiscas la inventábamos mezclando detergente y agua y teñíamos el aserrín. Mientras creíamos en Santa era esa gran emoción todo diciembre de levantarnos en la mañana hasta que llegaba la noche para abrir los regalos.
¿Y cuándo dejó de creer en Papá Noel?
A los ocho o nueve años. Resulta que mi papá tenía un trabajador de mucha confianza al que un 24 por la mañana lo miré entrar con la muñeca que le había pedido a Santa.
Lo seguí, vi dónde la escondió y descubrí todos los juguetes que habíamos pedido mis cinco hermanos y yo en las cartas que colocábamos a la par de un Niño Dios muy lindo que tenía mi mamá en la casa.
¿Dónde vivían?
Cuando entramos a la escuela, a la Inmaculada Concepción, mis papás se trasladaron de Guasculile al barrio Lempira, en una cuadra famosa porque solo vivían profesionales: López Villamil, Pérez-Cadalso, Roberto Pineda, los Cueva, los Bárcenas. Jugábamos en la calle y esa fue la primera vez que tuve contacto con quien luego sería mi esposo: él tenía cinco años y yo tres. Yo no lo recuerdo...
Je, je, je... ya vamos a hablar del abogado Guillermo, pero antes cuénteme si era de las relajeras que se sentaban atrás o más bien de las mejor portadas en la escuela.
Mis compañeras del María Auxiliadora me molestaban y me decían: “Mirá, Pacita (diminutivo por el apellido Paz), vos no vas a tener que contarle nada a tus nietos” porque en ese tiempo era lo que ahora es ser “nerd” (demasiado intelectual, introvertida, pasiva): si en el salón de actos decían que no se hablaba, a mí nadie me sacaba palabra. Fui de las mejores alumnas desde la escuela y el colegio, hasta la universidad.
Bueno pero con sus hermanos y hermanas me imagino que algo le quebraron a sus papás, ¿no?
Ja, ja, ja... todos los días nos pegaban. Me acuerdo que en las vacaciones nos íbamos a Villa Lola, la finca de mis abuelos en Matagalpa, Nicaragua. Nos levantábamos de madrugada a desayunar la comida de la comadre “Pancha”, tortilla con cuajada derretida; luego nos decían que cada quien tenía que escoger “su caballo” y sabe qué era: una varita para ir a la quebrada simulando un caballo. Pi-ti-can... pi-ti-can... pi-ti-can... ordeñábamos vacas, vivíamos una época muy linda junto con todos los primos.
¿Cuál era su materia favorita, abogada?
Matemáticas y Química. Y paradójicamente las que no me gustaban eran las ciencias sociales, que fue en lo que terminé; también sacaba cienes, pero no le hallaba tanto el gusto como a las matemáticas o la química, que eran exactas. Me sentía como genio aplicando aquellas fórmulas. En la UNAH el doctor Suazo Lagos me decía: “Usted es buena en Penal porque le gustan las matemáticas... penal es la matemática del derecho”.
¿No hubo entonces un indicio de niña o adolescente para decir que se iba a decantar por las leyes?
No. En 1970 me matriculé en ingeniería química, incluso fuimos compañeros un año con “Mel” Zelaya. Pero dejé de estudiar porque todas mis ocupaciones, mi hijo, la escuela, el matrimonio, me exigían el máximo. Decidí sacrificar los estudios.
Cuando regresé, ya con dos hijos y un trabajo, decidí emigrar de ingeniería porque los laboratorios eran exigentes y no iba a estudiar como yo siempre lo hice. La filosofía de la excelencia me la inculcaron mis padres desde niña... imagínese que no iba al cine por estudiar.
Casa de abogados...
Mientras repasa las nostálgicas páginas de los álbumes del recuerdo, su dedo blanco como un pedazo de tiza que finalmente ha pintado de morado lila en la punta, alcanza a deslizarse suavemente por aquella vieja foto en blanco y negro que la tiene a ella y a su esposo Guillermo camino al altar. Una lágrima salada quiere estropear su maquillaje pero ella la detiene con aplomo...
De repente el nombre de Guillermo Pérez-Cadalso vuelve a aparecer en su vida, ¿no es así, abogada?
Un día andaba de visita en la casa de mi prima Ana María en Choluteca y me dice: “Oíme, fijate que va a venir Guillermo”.
- ¡Qué! Quiero volver a verlo.
Tenía unos 14 años y la familia de Guillermo venía de El Salvador. Nos vimos esa vez en Choluteca y luego como él se vino a estudiar al San Miguel, coincidió con uno de mis hermanos en ese colegio. En la graduación bailamos una pieza porque él andaba detrás de una compañera mía... ja, ja, ja.
¡ Ah, vaya! Las vueltas de la vida, ¿no?
Ja, ja, ja... luego él se fue a estudiar a Estados Unidos y cuando regresó hubo una fiesta en el Colegio de Abogados y alguien me llegó a decir: “Ahí está Guillermo en la puerta”.
Lo fui a saludar, me invitó a bailar y después se vino todo el romance. Luego a los días yo le hablé para preguntarle cuáles eran las monedas de Centroamérica, imagínese en esos tiempos que una muchacha le hablara a un muchacho... ahora él siempre dice que esa era la trampa para cazarlo... ja, ja, ja. Fuimos novios cinco años.
¿O sea que cuando se cambia a Derecho ya eran novios con don Guillermo?
No, ya estábamos casados y él era decano de la Facultad de Derecho. Entré a Derecho por mi afiliación política, yo soy Frente Unido (FUUD) y con Jenny Aguilar, la esposa del entonces rector de la UNAH Oswaldo Ramos Soto y una de mis mejores amigas, entramos para ayudarles a ellos a terminar de recuperar la UNAH, tomada por el Frente de Reforma Universitaria (FRU).
¿Y le decían que pasaba por ser la esposa del decano?
Con Edmundo Orellana pasó algo curioso: cuando ya íbamos al último examen yo veía que no eximía a nadie, le pregunté por qué y me respondió: “No, porque me van a decir que la estoy eximiendo ya que usted es la esposa del decano”. Y le digo: “Entonces es de los que hacen las cosas por lo que dicen los demás”... y me contesta: “Tiene razón, usted y los que tienen arriba de 91 quedan eximidos”.
Toda una vida en el BCIE, cinco años litigando, la Corte Suprema y un día amanece en Ciudad Mujer...
Es un adelanto para la protección de los derechos de la mujer. Me encanta cuando seguimos el proceso de una adulta mayor que aprende a escribir... recuerdo una señora de 74 años que estaba feliz porque no la iban a avergonzar más en los bancos; hay casos de madre e hija estudiando al mismo tiempo o de emprendedoras adolescentes que ahora tienen su propia empresa.
Un millón de vueltas al sol después, Rosa de Lourdes Paz Haslam nos recibe con un intachable conjunto negro de crepé Picasso que cabrillea bajo la luz intensa del sol de las 9:30. Hay mil estancias en esa casa grande de buen gusto y paredes matizadas de arte, fotos, libros, memorias, historias, una sonrisa discreta y navidades, un millón de navidades más...
Ya que estamos en época de fiestas de fin de año, ¿qué recuerdos de niña se le vienen a la memoria cuando llega diciembre, abogada?
La tradición era hacer un nacimiento que se extendía a lo largo de toda la sala y que incluía hasta un aeropuerto; recuerdo que la nieve que cubría las chiribiscas la inventábamos mezclando detergente y agua y teñíamos el aserrín. Mientras creíamos en Santa era esa gran emoción todo diciembre de levantarnos en la mañana hasta que llegaba la noche para abrir los regalos.
¿Y cuándo dejó de creer en Papá Noel?
A los ocho o nueve años. Resulta que mi papá tenía un trabajador de mucha confianza al que un 24 por la mañana lo miré entrar con la muñeca que le había pedido a Santa.
Lo seguí, vi dónde la escondió y descubrí todos los juguetes que habíamos pedido mis cinco hermanos y yo en las cartas que colocábamos a la par de un Niño Dios muy lindo que tenía mi mamá en la casa.
¿Dónde vivían?
Cuando entramos a la escuela, a la Inmaculada Concepción, mis papás se trasladaron de Guasculile al barrio Lempira, en una cuadra famosa porque solo vivían profesionales: López Villamil, Pérez-Cadalso, Roberto Pineda, los Cueva, los Bárcenas. Jugábamos en la calle y esa fue la primera vez que tuve contacto con quien luego sería mi esposo: él tenía cinco años y yo tres. Yo no lo recuerdo...
Je, je, je... ya vamos a hablar del abogado Guillermo, pero antes cuénteme si era de las relajeras que se sentaban atrás o más bien de las mejor portadas en la escuela.
Mis compañeras del María Auxiliadora me molestaban y me decían: “Mirá, Pacita (diminutivo por el apellido Paz), vos no vas a tener que contarle nada a tus nietos” porque en ese tiempo era lo que ahora es ser “nerd” (demasiado intelectual, introvertida, pasiva): si en el salón de actos decían que no se hablaba, a mí nadie me sacaba palabra. Fui de las mejores alumnas desde la escuela y el colegio, hasta la universidad.
Bueno pero con sus hermanos y hermanas me imagino que algo le quebraron a sus papás, ¿no?
Ja, ja, ja... todos los días nos pegaban. Me acuerdo que en las vacaciones nos íbamos a Villa Lola, la finca de mis abuelos en Matagalpa, Nicaragua. Nos levantábamos de madrugada a desayunar la comida de la comadre “Pancha”, tortilla con cuajada derretida; luego nos decían que cada quien tenía que escoger “su caballo” y sabe qué era: una varita para ir a la quebrada simulando un caballo. Pi-ti-can... pi-ti-can... pi-ti-can... ordeñábamos vacas, vivíamos una época muy linda junto con todos los primos.
¿Cuál era su materia favorita, abogada?
Matemáticas y Química. Y paradójicamente las que no me gustaban eran las ciencias sociales, que fue en lo que terminé; también sacaba cienes, pero no le hallaba tanto el gusto como a las matemáticas o la química, que eran exactas. Me sentía como genio aplicando aquellas fórmulas. En la UNAH el doctor Suazo Lagos me decía: “Usted es buena en Penal porque le gustan las matemáticas... penal es la matemática del derecho”.
¿No hubo entonces un indicio de niña o adolescente para decir que se iba a decantar por las leyes?
No. En 1970 me matriculé en ingeniería química, incluso fuimos compañeros un año con “Mel” Zelaya. Pero dejé de estudiar porque todas mis ocupaciones, mi hijo, la escuela, el matrimonio, me exigían el máximo. Decidí sacrificar los estudios.
Cuando regresé, ya con dos hijos y un trabajo, decidí emigrar de ingeniería porque los laboratorios eran exigentes y no iba a estudiar como yo siempre lo hice. La filosofía de la excelencia me la inculcaron mis padres desde niña... imagínese que no iba al cine por estudiar.
Casa de abogados...
Mientras repasa las nostálgicas páginas de los álbumes del recuerdo, su dedo blanco como un pedazo de tiza que finalmente ha pintado de morado lila en la punta, alcanza a deslizarse suavemente por aquella vieja foto en blanco y negro que la tiene a ella y a su esposo Guillermo camino al altar. Una lágrima salada quiere estropear su maquillaje pero ella la detiene con aplomo...
De repente el nombre de Guillermo Pérez-Cadalso vuelve a aparecer en su vida, ¿no es así, abogada?
Un día andaba de visita en la casa de mi prima Ana María en Choluteca y me dice: “Oíme, fijate que va a venir Guillermo”.
- ¡Qué! Quiero volver a verlo.
Tenía unos 14 años y la familia de Guillermo venía de El Salvador. Nos vimos esa vez en Choluteca y luego como él se vino a estudiar al San Miguel, coincidió con uno de mis hermanos en ese colegio. En la graduación bailamos una pieza porque él andaba detrás de una compañera mía... ja, ja, ja.
¡ Ah, vaya! Las vueltas de la vida, ¿no?
Ja, ja, ja... luego él se fue a estudiar a Estados Unidos y cuando regresó hubo una fiesta en el Colegio de Abogados y alguien me llegó a decir: “Ahí está Guillermo en la puerta”.
Lo fui a saludar, me invitó a bailar y después se vino todo el romance. Luego a los días yo le hablé para preguntarle cuáles eran las monedas de Centroamérica, imagínese en esos tiempos que una muchacha le hablara a un muchacho... ahora él siempre dice que esa era la trampa para cazarlo... ja, ja, ja. Fuimos novios cinco años.
¿O sea que cuando se cambia a Derecho ya eran novios con don Guillermo?
No, ya estábamos casados y él era decano de la Facultad de Derecho. Entré a Derecho por mi afiliación política, yo soy Frente Unido (FUUD) y con Jenny Aguilar, la esposa del entonces rector de la UNAH Oswaldo Ramos Soto y una de mis mejores amigas, entramos para ayudarles a ellos a terminar de recuperar la UNAH, tomada por el Frente de Reforma Universitaria (FRU).
¿Y le decían que pasaba por ser la esposa del decano?
Con Edmundo Orellana pasó algo curioso: cuando ya íbamos al último examen yo veía que no eximía a nadie, le pregunté por qué y me respondió: “No, porque me van a decir que la estoy eximiendo ya que usted es la esposa del decano”. Y le digo: “Entonces es de los que hacen las cosas por lo que dicen los demás”... y me contesta: “Tiene razón, usted y los que tienen arriba de 91 quedan eximidos”.
Toda una vida en el BCIE, cinco años litigando, la Corte Suprema y un día amanece en Ciudad Mujer...
Es un adelanto para la protección de los derechos de la mujer. Me encanta cuando seguimos el proceso de una adulta mayor que aprende a escribir... recuerdo una señora de 74 años que estaba feliz porque no la iban a avergonzar más en los bancos; hay casos de madre e hija estudiando al mismo tiempo o de emprendedoras adolescentes que ahora tienen su propia empresa.