Un sábado por la mañana, muy temprano, el teléfono suena en el Servicio Funerario del Pueblo, ubicado en una ruidosa calle principal de Tegucigalpa, la capital de Honduras.
Al teléfono está uno de los trabajadores de la morgue de la ciudad. Una familia necesita ayuda. Un joven fue tiroteado en la calle el día anterior y sus familiares no tienen dinero para darle un funeral decente.
En la parte trasera del edificio hay un montón de ataúdes nuevos, algunos beige, algunos grises.
En cuestión de horas, una camioneta negra con el letrero de la Funeraria del Pueblo pintado en color naranja en los laterales está camino a la morgue, llevando una urna vacía.
El vehículo también lleva el soporte para el féretro, cortinas y velas, así como café para los que asistirán al velorio.
La ceremonia se realizará en la iglesia local donde vive la familia de Ramón Orlando Valera, de 26 años, quien será enterrado en una parcela aportada también por la Funeraria del Pueblo.
Una promesa
Este un servicio integral que se ofrece sin costo a los pobres de la ciudad. Fue creado por la oficina del alcalde de Tegucigalpa, Ricardo Álvarez.
'Cuando estaba en campaña por ser alcalde, casi siete años atrás, encontré que la gente estaba siendo enterrada en bolsas plásticas de basura', recuerda Alvarez.
'Me dije: 'esto no puede pasar en mi país, en mi ciudad'. Así que he estado manejando el servicio funerario por los pasados seis años, y este es mi séptimo', añade.
Trágicamente, este es un servicio que es más necesario que nunca en Honduras.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos ha calculado que se produce una muerte violenta cada 74 minutos en esta pequeña nación de ocho millones de personas.
El año pasado Honduras registró el índice de muertes más alto del mundo, con 86 personas asesinadas por cada 100,000 habitantes. En 2010 la cifra fue de 82.
En Reino Unido la tasa es de una persona, mientras que en México es de 18.
La mayoría de quienes mueren de manera violenta en Honduras, como Ramón, son asesinados con un arma de fuego.
Pero las razones para el repunte de asesinatos, casi el doble de la tasa de asesinatos desde 2005, son complejas. La corrupción, las bandas y las armas han estado presentes por décadas.
En 2009, el golpe de Estado contra el gobierno del presidente Manuel Zelaya trajo una oleada de asesinatos políticos. Y ahora los hondureños deben lidiar con la presencia de los cárteles mexicanos de la droga, que han sido presionados al sur y se han afianzado.
Nadie está a salvo. Activistas, periodistas y abogados siguen siendo los objetivos de los asesinos.
No solo asesinados
Pero no solo víctimas de la violencia reciben ayuda del servicio Funeraria del Pueblo.
Miguel Antonio Bueso Redondo llega temprano una mañana. 'Mi esposa dio a luz a gemelos por cesárea', dice. 'Creíamos que todo estaba bien, pero entonces uno de los bebés empezó a sangrar... El bebé murió'.
'Yo no tenía dinero para un ataúd. Una de las enfermeras del hospital me contó de este servicio y luego hicieron todo el papeleo por mí. Por eso estoy aquí', comenta.
Tras completar las formalidades, Miguel Antonio se va llevando una pequeña urna blanca sobre su hombro.
El Servicio Funerario del Pueblo está abierto todos los días, las 24 horas. Las llamadas entran día y noche desde la morgue de la ciudad, del hospital y de personas que han escuchado sobre esto en conversaciones con amigos o familiares.
El personal de 18 personas trabaja en diferentes turnos en dos casas funerarias. Ambas equipadas con todo lo que las familias necesitan para un velorio que usualmente dura entre 12 y 14 horas.
En la colonia Los Laureles, al sur de Tegucigalpa, los trabajadores del Servicio Funerario del Pueblo cargan la urna de Ramón dentro de una sencilla iglesia evangélica construida de madera. Luego sirven café a varios deudos que se han reunido.
El último viaje
Para Erica Fuentes, la madre de los dos hijos de Ramón, el Servicio Funerario del Pueblo le ha quitado mucho estrés. Un funeral privado habría costado cerca de mil dólares.
Ella estaba con Ramón cuando fue asesinado y lucha por resignarse.
'Veníamos de regreso de dejar a las niñas en el colegio cuando pasó', dice. 'Creo que Ramón fue tiroteado por un error. En ese momento estábamos muy juntos, brazo con brazo, así que quizás Dios me ayudó y por eso me salvé', agrega.
Al día siguiente, la camioneta fúnebre regresa a Los Laureles para llevar el cuerpo de Ramón al cementerio.
Yoni Alexander Osorio Hernández, miembro del equipo del Servicio Funerario del Pueblo, se asegura que todo marche sin contratiempos en este viaje final.
'Lo sentimos por las familias, especialmente porque hay tanta violencia en nuestro país. La mayoría de las familias que vienen a la Funeraria del Pueblo son en verdad muy pobres', expresa.
'Este es un servicio basado en la solidaridad, solidaridad con esas familias en un momento muy difícil para ellos'.
+ Versión en inglés: Honduras murders: Where life is cheap and funerals are free