Jamás imaginó que tras 15 años en el rubro terminaría solo en su modesta pieza.
Desde que dejó de recorrer la ruta El Carrizal-Reparto de domingo a domingo, su compañera de hogar e hijo se marcharon.
Con chancletas a punto de romperse, el conductor permanece en el reducido espacio de su solitario cuarto.
A un metro y medio de su cama está su estufa de dos hornillas. Junto y sobre su televisor algunos juguetes de su vástago le recuerdan que, por la pandemia, falló como cabeza del hogar. La falta de ingresos volvió inalcanzables un paquete de pañales y una lata de leche.
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Aunque tiene voz grave, esta denota desatino mientras expresa que sus cacerolas están vacías y que del calor de la estufa ya no emanan los aromas de la comida que su amada solía preparar.
Aun así, mientras su suegra se ocupa de su mujer e infante, atesora en su corazón los cálidos sonidos que una vez llenaron su hogar.
Para aplacar el encierro suele salir a limpiar el rapidito e intentar olvidar que ya debe seis mil lempiras de alquiler.
“Lo difícil fue cuando ya no podía comprar comida, mi mujer se llevó al bebé. Ahora viven en una colonia por la salida al sur. Uno como hombre tiene que proveer”, dice.
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