La paralización del transporte lo llevó a desafiar el confinamiento exigido y alejarse, por un tiempo aún indeterminado de los buses, para vender huevos y mascarillas.
El grito “súbale, súbale” tomó una pausa después de 12 años y ya no hace eco en la ruta El Carrizal-Miraflores, ahora junto a otro cobrador busca ingresos bajo la inclemencia del sol o la lluvia con otra leyenda: “¿va a querer huevos?”.
Junto a otro compañero, los cobradores tienen una nueva bitácora trazada, cuando tienen la oportunidad caminan desde El Carrizal hasta los mercados de Comayagüela para ofrecer sus productos.
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Las ganancias de las ventas se dividen con equidad, no hay un jefe que imponga tarifas o los vea de menos, sin embargo, los riesgos de adquirir el covid-19 se mantienen tan vivos como la necesidad.
Muchos cobradores se sumaron al comercio informal. Desde deambular para ofrecer ropa, bolsas con agua o frutas en carretas son actividades que demuestran el apremio de mitigar el hambre.
Los compromisos distanciaron a Josué de las aulas del Instituto Aguilar Paz y ahora se derrite en explicaciones ante las autoridades para no ser arrestado en medio de la pandemia. Con timidez reveló que ya adeuda tres mil lempiras de alquiler.
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