TEGUCIGALPA, HONDURAS.- La intención de formar niños con criterio propio, inteligencia emocional, responsabilidad afectiva e incluso más productivos continúa ganando popularidad entre las familias, pero ninguna de estas características compensa el valor de la felicidad.
Los pequeños que experimentan este sentimiento con mayor frecuencia y permanencia gozan de múltiples beneficios. Si bien el deseo de ser feliz es inherente al ser humano, educar sobre ello y trabajar conscientemente para avanzar en ese camino desde la niñez es cada vez más preciso.
Las personas felices, en general, son más longevas, tienen mejor salud e inmunidad frente a las infecciones, manejan bien el estrés y se relacionan sin mayor dificultad con los demás. Además, afrontan de manera positiva las adversidades y son más empáticas y altruistas.
Ahora bien, criar niños felices no es precisamente una tarea fácil. Influye no solo el deseo de los padres de hacerlo bien, sino también la propia experiencia y el entorno en que la familia se desarrolla. Sin embargo, siempre hay oportunidad de ser mejores modelos para el desarrollo de un autoestima positiva, mayor confianza, actitud optimista y una mejor adaptación a los cambios.
Hay que recordar que felicidad es esa sensación de armonía en la experiencia a lo largo de la vida, la que se resume en encontrarle sentido. Esta se construye desde lo que se es, se procesa y se persigue. Es aquí donde adquiere importancia la forma en que se cría a los hijos. Es decir, la felicidad se construye y se enseña con el ejemplo: padres felices crían hijos felices.
Prácticas que suman felicidad
Desde que son lactantes hasta la adolescencia, los hijos necesitan ser valorados por sus padres por lo que son. Esto los ayuda a aceptarse con sus virtudes y defectos, con sus fortalezas y debilidades. Considere:
Valorar el proceso. Incentive a su hijo a seguir un camino que se vaya construyendo día a día, en la vivencia cotidiana, con valoración de cada paso, independiente del logro. Enfocarse solo en las metas limita valorar el proceso.
Gestionar emociones. Hay que enseñarles a los niños a reconocer, expresar y saber acoger las emociones. En el caso de aquellas desagradables, ayudarlos a sobrellevar el momento, buscando ser buenos modelos.
Establecer límites. Contrario a tratar de complacerlos en todo, establecer límites y ser consecuentes con ellos es beneficioso. Eso sí, es importante saber ser flexible y discernir cuándo corresponde cumplir o ceder.
Escucha abierta. Saber escuchar a sus hijos en sus distintas edades, permitiéndoles que se sientan validados en sus sentimientos, opiniones, gustos e intereses, es esencial. Evite caer en la crítica constante. Se enseña más por la convivencia y la cotidianidad, que por premios o castigos.