Los primeros 60 días de cada año los dedica a ayudar. Arregla sus maletas con unas pocas pertenencias y llena su corazón con ilusiones y la disposición de ser solidario con cientos de jóvenes y niños hondureños.
Atraviesa toda España y todo el océano Atlántico para llegar a su destino: una de las zonas más pobres de la capital hondureña. Atrás deja los numerosos y bellos jardines, las plazas y monumentos, así como los majestuosos palacios de Pamplona, España.
Cambia las hermosas y tradicionales callejuelas por las polvorientas calles de la Nueva Capital, la Catedral de Santa Mónica por la parroquia San José Obrero, los vinos y quesos por las tortillas con frijoles y el café.
Para Antonio Ruiz, empresario de Pamplona, esto no es más que una tarea satisfactoria y de gran valor para su vida.
Tiene ya siete años de participar en las acciones de solidaridad en proyectos que tienen en diferentes comunidades pobres de Honduras los sacerdotes católicos Patricio Larrosa y Ramón Martínez.
Con su piel rojiza por el inclemente sol del verano, lo que demuestra el tiempo que ha dedicado al trabajo de campo, este hombre de 68 años asegura que supo de la gran necesidad que existía en Honduras por una visita que realizaron voluntarios españoles a su fábrica y sin pensarlo mucho decidió adentrarse en esta gran aventura.
“Comencé en este proyecto gracias a que colaboradores de España me hablaron de los trabajos de los dos sacerdotes, el padre Patricio comenzaba las actividades en un kínder con 55 niños, me pidieron que si podía apadrinar a unos pequeños, les dije que sería el padrino de todos”.
Recuerda que en aquellos momentos necesitaba hacer algo, “mi vida había transcurrido inmersa en el trabajo y dedicada exclusivamente a las labores de la fábrica Amaya Sport, un año después de esa visita decidí conocer aún más los proyectos y visité por primera vez Honduras”.
Experiencia
“Observé la gran necesidad que existe en este país, conocerlo me abrió los ojos y me hizo ver la realidad, creo que es lo que yo buscaba, porque esto me acerca más a Dios”, aseguró don Antonio.
“Me di cuenta también de que toda la ayuda que llega a Honduras no se pierde, va directamente a los proyectos, el voluntariado con el que se trabaja, y ahora sé que el 100% de la ayuda que se envía de España llega directamente a los beneficiarios”.
“Uno comienza a dar algo, pero a veces es lo que te sobra, no te lo quitas de ti. Me dije quiero dar algo de mí, como las vacaciones, el tiempo, los conocimientos, y así lo hice. Comencé dando unos cursos y descubrí que la faceta de ayudar a los demás libremente sin recibir algo a cambio satisface mucho, es lo que nos llena la vida”.
Este español brindaba cursos de soldadura a grupos de jóvenes de la colonia Monterrey de Comayagüela, luego a otros proyectos con niños de la calle, que son beneficiarios de Casa Belén. Cuenta que una de las mayores experiencias que obtuvo con estos cursos fue rescatar de la drogadicción a varios jóvenes quienes ahora llevan una vida normal.
Enseñando a producir
Con la idea de seguir contribuyendo con la formación de otros jóvenes y al presentarse problemas económicos en los proyectos, el señor Ruiz decidió establecer una finca con un concepto diferente.
“Hace dos años me comentó el padre Patricio que había dificultades, a varios niños de las escuelas Santa Teresa y Santa Clara no se les podía dar de comer, entonces se nos ocurrió la idea de comprar tierras y cultivarlas con frijol, papas y frutas”.
La finca tiene once manzanas de terreno, en las cuales sembraron varios árboles frutales que han producido toneladas de frutas, además de cosechar frijoles, entre otros productos.
El siguiente paso, dijo Ruiz, es instalar una granja de pollos, con capacidad para seis mil aves.
Explica que el propósito es ayudar con la alimentación de siete mil niños que todos los días son atendidos en los centros de educación de la zona de la Nueva Capital en Comayagüela.
La finca, ubicada al oriente del país, tiene el mismo concepto de las Casas Populorum Progressi, en la actualidad hay siete jóvenes que proceden de varias aldeas pobres del país.
“Dentro de las actividades que realizan estos jóvenes se mezcla el estudio y el trabajo en la finca, que está organizado en dos jornadas: medio día están en las faenas del campo y las demás horas se dedican al estudio; todos cursan el bachillerato”, manifestó el benefactor.
Asegura que lo que lo impulsa año con año a visitar Honduras es la solidaridad que le demuestran los jóvenes y los niños.
Ellos ayudan a los demás y dejan de percibir dinero aunque lo necesiten. Dennis Mendoza es un ejemplo, debido al apoyo ha logrado una carrera universitaria y rechazó un trabajo muy interesante porque asegura que aún le debe mucho al proyecto.
Continuaré ayudando
Recuerda una celebración donde había una piñata y al momento de reventarla y caer los dulces unos niños lograron agarrar varios confites y otros ninguno, “los que tenían más les dieron a los que no consiguieron nada, esto es algo que yo en España nunca he visto”.
“Es increíble, la gente entre más humilde, más da, esto es lo que me llena de energía para seguir adelante, ayudando cada día más. Es una satisfacción tan enorme colaborar y socorrer a los demás, hasta que no se realiza no se sabe”.
“Es un poco encausar tu vida en algo que debimos haber hecho desde el principio, empecé tarde... el camino que tomé me llena de paz y tranquilidad, duermo tranquilo”.
Dios quiere que siga
El dengue hemorrágico -una enfermedad endémica en Honduras- lo dejó varios días postrado en una cama de un hospital privado, hace dos añosestuvo a punto de morir, al octavo día el médico le dijo que se fuera despidiendo, no tuvo miedo. Pensé que si Dios quiere que siga colaborando aquí en Honduras “pues él sabe”, a la mañana siguiente se recuperó.
“Estoy en el camino cierto… y estoy dando todo lo que puedo, esto es lo que más quiero, todos los días el compromiso que adquiero es mucho mayor, necesito cada día dar un poco más”.
Si no fuera porque yo tengo todavía una familia en España, una esposa, cinco hijos, seis nietos y una fábrica, estuviera a tiempo completo aquí en este bello país. No los puedo dejar por venirme”.
Un gran testimonio
El sacerdote Larrosa aseguró que don Antonio Ruiz es un testimonio, porque la acción de ayudar muchas personas consideran que es exclusivamente para los jóvenes, para los que tienen tiempo libre.
“Cuando viene don Antonio, un señor con mucho trabajo en España, quien decide dejar su casa, su fábrica y sus seres queridos para venir a Honduras a colaborar en los proyectos, es para nosotros una demostración de amor hacia los demás”.
Asegura que si le dan unas vacaciones en un hotel de cinco estrellas en el Caribe prefiere venir a Honduras a ayudar a la gente que en verdad lo necesita
“Deseo seguir en este camino, cada vez estoy aún más involucrado, mi familia me entiende, algunos amigos me dicen que a qué vengo a Honduras, donde nada más hay asesinatos y tragedias, realmente es uno de los países que más necesita, los hondureños son muy agradecidos y donde hay gente extraordinaria”.
Al regresar a la ciudad Pamplona, Antonio Ruiz sigue con sus labores en su empresa Amaya Sport, donde fabrica artículos deportivos y juguetes de educación, pero el trabajo humanitario lo continúa a través de una fundación que ha organizado para contribuir en la realización de más proyectos a favor de la niñez y juventud desposeída y necesitada de Honduras.