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'Veinte reales por Cristo”, el cuento ganador del tercer lugar

La codicia acompaña a un anciano hasta la muerte en la historia de Justiniano Vásquez. El autor del cuento compartió con Vida que desde pequeño escuchaba las historias que los adultos contaban, algunas reales, otras no.

26.04.2012

Justiniano Vásquez, ganador del tercer lugar en el concurso de cuentos cortos inéditos Rafael Heliodoro Valle, escribió en “Veinte reales por Cristo” la historia de un codicioso anciano dueño de una casa de empeños.

El autor del cuento compartió con Vida que desde pequeño escuchaba las historias que los adultos contaban, algunas reales, otras no.

Y este cuento es producto de aquellos relatos de su niñez, y resulta que don Paulino sí existió, aunque no sabe en qué lugar ni con qué nombre.

Vásquez, de 83 años de edad, dijo que hay mucha gente que escribe pero que no quiere publicar, y a ellos precisamente invitó a participar en este tipo de concursos, para que la gente conozca su trabajo literario.

Y ese es precisamente el objetivo de EL HERALDO, incentivar y promover la creación artística de nuestros autores nacionales.

Cuento: Veinte reales por Cristo

La enfermedad de don Paulino, el dueño de la casa de empeños, no sorprendió a nadie; era cosa sabida que algún día tendría que ponerse peor, pues apenas se le advertían signos vitales cuando con un plumero, a buena mañana, sacudía sus vitrinas, o cuando sus ojos codiciosos se posaban en las prendas que la raquítica clientela depositaba en su negocio.

Preocupada la familia porque de un momento a otro se fugara don Paulino del mundo de los vivos, comenzó a insinuarle que recibiera los Santos Óleos, como una lógica y resignada preparación para el inevitable viaje.

Él se negaba con los pretextos más infantiles y sus parientes desesperaban.

Una tarde murió varias veces y revivió otras tantas, sin declinar aquel afán de riqueza que lo había caracterizado durante toda su larga existencia; pasaba las horas delirando, siempre prestando irrisorias sumas por carísimas joyas. Sin que nadie le pidiera consentimiento a don Paulino, se mandó a llamar al sacerdote.

Regresaba don Paulino de una de sus excursiones por el más allá, cuando el sacerdote se hizo presente. Previas las solemnidades del caso, el prelado inició su piadoso cometido, presentando ante la vista opaca del enfermo, un crucifijo de plata; volvieron a brillar los ojos del prestamista, y como queriéndose incorporar en su lecho, le propuso: “Señora, por eso solo puedo ofrecerle veinte reales; nada más, nada más, ni un centavo más, nada más…”, y, por última vez, se fue muriendo de verdad, como una adormidera.

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