TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Con una sonrisa amplia y el sonido que producen los tacones cada vez que tocan el suelo que ha limpiado durante tantos años, Becky Varela entra al Consultorio Jurídico de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).
Después de siete años trabajando como empleada de aseo en este despacho jurídico, esta vez viene dispuesta a brindarle asesoría a todo aquel hondureño que llega abrumado por un problema legal.
Pese a su timidez (característica en alguna gente de la zona rural de Honduras), la joven de 26 años transita con mucha confianza por los pasillos del bufete, saludando a los abogados, los guardias de seguridad, otros practicantes y, principalmente, a sus compañeras del área de limpieza.
Becky es una chica dinámica y soñadora, que un día decidió renunciar a pasar el resto de su vida entre el polvo que a diario levantaba con la escoba como aseadora, y se arriesgó a estudiar una carrera universitaria. Gracias a su determinación, está a punto de convertirse en abogada.
Llegando a Tegucigalpa
Las lágrimas invaden sus ojos cuando comenta a EL HERALDO la forma cómo llegó a Tegucigalpa en 2010. Con apenas 19 años dejó atrás a sus parientes y amigos. Se marchó repleta de sueños, cargando solamente unas cuantas prendas, sus ganas de trabajar y sacar adelante a su familia y el dinero justo para pagar el autobús que la conduciría desde El Tule, su aldea natal en el municipio de Cedros, a dos horas de la capital, hasta la colonia Santa Fe, a inmediaciones del mercado mercado Zonal Belén de Comayagüela.
Inexperta y temerosa, la chica se aventuró a recorrer las calles de la ciudad, repartiendo hojas de vida en todos los lugares donde le fue posible, mientras trabajaba en la pulpería de su tía para ahorrar dinero con el cual seguir costeando los pasajes y las fotocopias con las que visitaría otra tienda, banco o cualquier negocio.
Resuelta, decidió probar suerte en la UNAH. Finalmente, su milagro ocurrió y la citaron para una inducción laboral. Ella estaba emocionada, pero “su alegría se desvaneció” cuando le dijeron que la vacante era en el área de limpieza.
De los activos al aseo
Con una sonrisa en su rostro al recordar esos días de incertidumbre, Becky comenta que lo primero que pensó fue “¡Ay no, qué pena! ¿Qué van a pensar de mí?”, pero la necesidad económica la obligó a aceptar el reto de convertirse en aseadora, a pesar de tener un título de perito mercantil y contador público.
Los primeros meses en el oficio no fueron fáciles. “¡A saber cuánta gente me ha visto!”, decía para sus adentros, pero al darse cuenta de que este nuevo empleo le daba la oportunidad de ayudar a su familia, los miedos desaparecieron.
Al trabajar como aseadora aprendió que la gente en ocasiones puede ser desconsiderada con el trabajo ajeno. “No son todas las personas, pero sí hay algunos que a veces lo ven de menos y lo hacen sentir mal, pero hay otras que hasta lo motivan a salir adelante”.
La joven aprovechó para enfatizar que el trabajo realizado por el personal de limpieza es muy digno. A ella, en lo particular, la experiencia la acercó al mundo de las leyes.
Cuando limpiaba en el Consultorio Jurídico, Becky se fue empapando del trabajo de los defensores públicos, por lo que se aventuró a estudiar derecho en la UNAH.
Mientras trapeaba pisos y lavaba baños, repetía en su mente las leyes, reglamentos y tratados. Llevaba una rutina tan agotadora que muchas veces se vio tentada a renunciar a todo, pero el recuerdo de sus padres la motivaba a continuar.
Nunca ocultó su trabajo
Compañeros y maestros fueron grandes aliados para sobrellevar las responsabilidades laborales y académicas, porque nunca ocultó su trabajo. “Siempre recordaré a un docente que me permitía llegar 15 minutos tarde a su clase, porque comenzaba a las tres y a esa hora yo salía de trabajar”.
La futura abogada nunca tuvo la vida fácil. Siendo muy niña asumió responsabilidades en casa, ya que su madre migró a la capital para trabajar como empleada doméstica.
Gladis Arteaga, madre de Becky, valoró que su hija nunca le falló y supo pagarle con buenas notas el sacrificio de estar lejos. “Cuando estaba pequeña se ponía el uniforme de su hermana mayor, aunque le quedaba muy grande, ella decía que quería ir a la escuela”, recordó doña Gladis con orgullo.
“A nada te acostumbres para que nada te haga falta”. Becky tiene como lema esta frase, que le ha servido de impulso en la vida para superar obstáculos y situaciones incómodas.
Y espera que también muchas mujeres del área de limpieza se vean reflejadas en su historia y su lema para barrer con los temores. “No tengan miedo a salir de ese círculo, miren más allá”.