Cuando se quiere trabajar honradamente no hay poder humano que supere el espíritu de superación de una persona.
Don Alejandro López, de 72 años, y su hija María Norma López, de 48, son un ejemplo vivo de amar la vida y el trabajo. Ellos, a pesar de usar muletas, a diario salen a la calle a ganarse el pan de cada día en una caseta ubicada en las orillas de la colonia El Pedregal.
Nos trasladamos hasta el negocio de esta familia para demostrar la realidad de aquel popular dicho de que “cuando se quiere, se puede” pero también que no hay limitante alguno para vivir honradamente.
Nos encontramos a don Alejandro reparando un par de zapatos, dándoles un toque por aquí y otro por allá, hasta retornarlos a la vida, a su forma natural, utilizando sus habilidades en este menester obtenidas por las décadas de laborar en el oficio.
Nos recibió con una gran sonrisa, sabía de nuestro arribo ya que le contactamos haciéndole ver nuestra intención de trasladar hasta nuestros lectores su historia.
Nos sentamos con mi compañero Héctor Clara, encargado de la fotografía, y de inmediato, sentado en una silla con sus muletas deterioradas por el pasar del tiempo, don Alejandro, con martillo en mano, comentó que arregla de todo, desde botas, zapatos, zapatillas, sandalias y suelas agujereadas por el uso excesivo. “Mi dedicación por arreglar cada zapato es ardua, me gusta repararlos como si fueran para mí mismo.
Alejandro nos comentó el motivo de las muletas: “Hace años sufrí un derrame cerebral y parte de sus efectos lo sufrieron mis piernas”, a pesar de ello retomó su trabajo con más voluntad que antes, desarrollando habilidades maestras en la reparación de calzado y de vez en cuando deja volar su imaginación y la plasma en un par de zapatos nuevos.
“Yo cobro por reparación de zapato dependiendo la persona, por ejemplo: el otro día una viejita vino a darme un par de zapatos para que se los costurara. Yo le dije: ‘¿cuánto me paga?’, entonces ella me dijo ‘no tengo mucho dinero’ y solo le cobré 25 lempiras porque se veía una persona pobre”.
De la mano
Pero la batalla de las terribles secuelas de su derrame cerebral no lo hizo perder la pelea. Alejandro cuenta con el apoyo de su hija, quien en 1998 empezó a sufrir una extraña enfermedad que la fue paralizando poco a poco; según le dijeron los médicos, sus caderas se iban desgastando provocándole el problema en sus extremidades inferiores.
En el 2000 la intervinieron para implantarle una prótesis en las caderas, mismas que hace un año se le desnivelaron provocándole daños severos, que pudieran repararse con otra intervención, usando esta vez prótesis cubanas, pero la escasez del dinero es su principal obstáculo.
“Esta enfermedad gasta las articulaciones (según le explicaron los médicos) y en mi caso me ha dañado más”, a tal grado que el dolor es muy fuerte con cada esfuerzo que hace, por lo que se le recomienda usar una silla de ruedas, “la cual no puedo comprar por falta de dinero”. En sus manos surcadas por el tiempo se advierten los años bien vividos y ganados honradamente, con arduo trabajo.
Pero la historia de la familia López no termina ahí, pues María Santos, esposa de don Alejandro, sufrió hace 20 años una complicación en su salud que la dejó en estado vegetal. Pero a pesar de todo, esta familia parece estar hecha de titanio puro y no se vence así por así, pues Alejandro López, hijo menor de la familia, luego de recibir clases en la escuela República del Perú, todos los días se apersona al negocio para ayudarle en la compra y venta de los productos y así salir adelante honradamente, como Dios manda.