Tegucigalpa, Honduras
Sus planes para este sábado eran cantarle las mañanitas a su pequeña Nathaly, que cumple cinco años.
Pero el fatal derrumbe de la construcción del puente a desnivel en el bulevar Kuwait, en donde Julio César Gálvez murió mientras trabajaba el pasado jueves, se encargó de soterrar esa posibilidad, así como los anhelos que como padre y esposo tenía.
El joven padre de 26 años sufrió fuertes golpes internos, ya que el alud de tierra lo cubrió hasta la mitad de su cuerpo, dañándole las extremidades inferiores e importantes órganos. Tras casi cuatro horas de intentar rescatarlo, el humilde obrero partió a los brazos del Creador.
Su esposa no comprende cómo es que unos días antes esperaba con ansias ofrecer una fiesta para su niña, la luz de sus ojos.
'Él daba la vida por nosotras, se moría por su hija, él amaba a su hija y ahora nos quedamos solas, éramos todo para él y mire dónde me quedó, no sé qué voy a hacer, Dios mío”, dijo Maryori, la esposa de Julio, quien bañaba con lágrimas el hombro de su pequeña mientras la abraza.
Ella menciona que un día antes de la tragedia, Gálvez se había quejado de un fuerte dolor en la pantorrilla, producto del mismo trabajo.
'Él me había dicho que le dolía la pantorrilla, yo le dije que si le dolía no fuera, pero él era tan responsable que me dijo, ‘no, tengo que ir, el viernes me pagan y le quiero celebrar a la niña’, ahora me quedé sola”, dijo la acongojada esposa.
También dijo que desde hace unos días el noble obrero había querido dejar la construcción, pero que la necesidad de tener un empleo no se lo permitió.
Según sus familiares, Julio César era un hombre de Dios, muy involucrado en las actividades de su iglesia, noble, cariñoso y por sobre todo amaba a su familia y al cual el incesante sol o la inesperada lluvia no lo detenían para trabajar y llevar el sustento.
“Mi sobrino era un hombre trabajador, un hombre responsable”, manifestó visiblemente dolido Wilson Sierra, tío del fallecido.
Manifestó que como familia piden una indemnización para la manutención de la pequeña.
El joven fue velado en la casa de su madre en la colonia La Era, de Tegucigalpa, luego de haber sido expuesto su cuerpo unas cuantas horas en su residencia en la colonia Ciudad España, en el valle de Amarateca.
Sus familiares no comprenden lo sucedido. Su madre se ahoga en llanto, su corazón también fue soterrado, pero por un alud de dolor y desconsuelo.
Ella no puede pronunciar palabra y no hace más que tapar su rostro y pedir al Creador paz para el alma de su amado hijo.
Un día normal
El lugar luce muy diferente ahora que dos días atrás, en donde la tragedia se anunciaba con un cielo gris.
Este viernes, esos hombres que pican piedra bajo el sol de mediodía, y a los que muchos culpan del temible tráfico mañanero en el bulevar Kuwait, de nuevo se acomodaron sus cascos, amarraron sus botas, tomaron sus herramientas y comenzaron de nuevo sus labores; picar piedra, mover escombros, hacer a la inquieta Tegucigalpa un poco más bella con su sudor.
El temor es grande, pero la necesidad es enorme.
“Nos da pesar a todos, porque él era un hombre de trabajo, muy buen trabajador, muy tranquilo, también nos da miedo, porque a cualquiera de nosotros le puede pasar, pero tenemos que trabajar, no nos queda de otra”, dice uno de los muchachos que trabaja en la misma construcción de un puente a desnivel a tan solo unos metros del lugar donde murió Julio.
Según varios de los trabajadores, el fallecido era un hombre reservado y callado, que tras que llegaba tomaba sus herramientas y se ponía a trabajar. Con cada movimiento él forjaba el futuro de su pequeña.
Dictamen forense
Hasta el momento no hay un reporte oficial que se haya difundido sobre la causa de muerte de Julio César, sin embargo, lo que se maneja es que la gran cantidad de tierra mojada y escombros habrían dañado demasiado sus órganos internos.
Elementos del Cuerpo de Bomberos llegaron al lugar unos minutos después, pero los signos del joven ya estaban muy bajos.
La dulce Nathaly extrañará su abrazo y su “feliz cumpleaños”, posiblemente no habrá pastel ni velas para apagar, no obstante, el deseo sí existe, y es que su padre pueda ahora estar en un lugar mejor en donde sus manos laboriosas puedan descansar.