TEGUCIGALPA, HONDURAS.- No hay vuelta de hoja, diciembre llegó a su fin y con ello el 2018. Es posible que algunos fracasos a nivel personal y profesional vengan a su memoria, pero el Año Nuevo recién empezó a correr y no hay que dejar que gane la carrera hacia el éxito y la felicidad.
Según el sociólogo Arnaldo Rodríguez, existen dos formas en que las personas se enfrentan a dicha eventualidad. En primer lugar están aquellas que tienen la creencia de que con el Año Nuevo hay una ruptura en el tiempo y que cosas mejores vendrán a sus vidas; una visión positivista de ver el mundo, que emana de la influencia religiosa.
“La gente hace una gran cantidad de propósitos sobre objetivos que quisieran lograr. Desde los que tienen un significado importante para establecer cambios (mejorar las condiciones materiales de vida, obtener mejoras salariales, comprar una casa), hasta aquellos propósitos mas triviales (bajar de peso, empezar a comer más sano, ir al gimnasio)”, comentó.
En segundo lugar, el experto aseguró que hay un grupo menor de individuos que tiene una visión más realista de ver el mundo y de enfrentarse al Año Nuevo. Estos perciben que no existe ruptura alguna, que nada extraordinario viene con el siguiente calendario, que lo que existe es una continuidad entre lo viejo y lo nuevo.
La desesperanza aprendida es el mal |
“Estas personas logran ver de manera más concreta y objetiva su realidad, planifican sus acciones y son capaces de crear y conquistar escenarios que les permitan alcanzar logros significativos en la vida”.
En palabras de Rodríguez, la diferencia central entre el primer y el segundo grupo de sujetos radica en el campo de sus propias creencias. Hay quienes quieren mejorar su condición de vida, pero su falsa conciencia no les permite percibir que están atrapados por una estructura social que les dificulta lograr sus propósitos, mientras otros ven el mundo como una posibilidad de alcanzar grandes logros porque han sopesado las oportunidades que tienen de frente y saben cómo lograr lo que se proponen.
De acuerdo a lo anterior, el sociólogo asegura que es posible establecer lo siguiente sobre las intenciones y el Año Nuevo: antes que todo, es importante proponerse hacer cambios, ya sea desde una perspectiva positivista o enmarcada en el plano de la realidad, partiendo del principio de que todo lo que se aspira debe ser visto en un contexto muchas veces caótico, que impide las realizaciones individuales.
En segunda instancia, es necesario darse cuenta de que todo es una continuidad y, por lo tanto, lo que se aspira es mejorar lo que se hace, dejar de hacer o hacer cosas diferentes. Asimismo, la lectura de las circunstancias en las que se vive: económicas, políticas y sociales, debe estar clara para poder conectar los proyectos individuales con lo que está pasando en la sociedad. Por último, hay que darse cuenta de que nada sucede por el azar o por suerte del destino, hay que trabajar, planificando.
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El impacto emocional
Cuando se vive en un país que constantemente envía señales de que no es posible salir adelante, creer en la posibilidad de forjar un mañana mejor a veces parece utópico. Si no se es víctima de un asalto o atropello, existe el riesgo de ser despedido sin causa justificada, o de no salir vivo de una emergencia a causa de insumos salubles insuficientes.
La psicóloga Patricia Mackay explicó que los hondureños viven en un subibaja emocional, de cargas fuertes de estrés que tienen que asimilar, y que los van entrenando para no esperar cosas mejores.
“¿Para qué voy a esperanzarme si ya sé que mi vida es salir de una tragedia a otra?”, es un pensamiento que se aloja en la mente de la gran mayoría.
“La desesperanza aprendida es el mal del alma moderna. Cuando los avatares de la vida nos enseñan a tener una sola idea en mente: que las cosas son así y que no van a cambiar, el individuo comienza a perder la motivación y la alegría de vivir porque se cree nada más un ente que salta de un evento negativo a otro, sin esperanza de salir de ese circuito”, apuntó.
Según ella, esa es la peor herencia de vivir en un clima conflictivo por mucho tiempo, que roba de las mentes la posibilidad de la realización personal, de la experiencia de la alegría. Las personas comienzan a sentir que en el lugar donde están nunca van a salir adelante. Se ponen un velo en los ojos y aún con las oportunidades de frente no son capaces de identificarlas.
No obstante, Mackay da confianza en que estos obstáculos pueden ser combatidos. “Las circunstancias eso son, circunstancias, y se resuelven por medio de nuestra decisión y autocomprensión. Si no pudimos tener éxito en 2018 con una determinada meta, examinemos qué fue lo que nos ocurrió y tratemos de cambiarlo”, expresó.
La gente hace una gran cantidad de |
“Cuando nos colocamos metas, debemos tener en cuenta la factibilidad y el tiempo, pero también factores que son de orden psicosocial que normalmente escapan de nuestro control. Uno del pasado aprende, toma elementos de juicio, datos, experiencias, pero no las usa para martirizarse, si no para obtener un resultado mejor a futuro”, agregó.
De igual manera, la especialista aconsejó depositar los malos recuerdos en un baúl de memorias y dejar de traerlo al presente. “‘No me gusta’, pero ‘¿qué hago para que sea distinto?’
Es ahí donde la crítica se vuelve destructiva y un obstáculo para el desarrollo. Está bien expresarse, pero qué logra con eso además de una descarga emocional. Hay que sentarse y elaborar un plan para que eso que no me gusta, sea diferente en 2019”, recalcó.
Recuerde que el abrir o finalizar ciclos representa momentos de oportunidad, de aperturas y cierres psicológicos. Se terminaron estos 12 meses, pero vienen otros 12, en donde su vida puede ser diferente, si es que usted así lo decide. Un Año Nuevo no tiene porqué ser sinónimo de milagro, pero sí de esperanza para quienes aspiran a un futuro mejor.