Honduras

Un entrenador que vale oro

Desde 2002, clavadistas hondureños han obtenido medallas gracias a la preparación y disciplina que les ha trasladado el cubano Marcelino Quiñones.

07.04.2014

En el agua templada de la piscina olímpica del Complejo Deportivo José Simón Azcona solo se distinguen dos reflejos: el del sol y el del rostro de don Marcelino Quiñones Armenteros, en cuyos ojos se lee la nostalgia de tiempos de triunfos, de preseas doradas, plateadas y de bronce...

Don Marcelino es un entrenador de clavados que vino de Cuba en 2002, y que a través de sus pupilos le ha dejado al país un medallero compuesto por 30 de oro, 10 de plata y 5 de bronce.

Luego de una fructífera carrera como deportista (fue campeón de clavado seis años en Cuba, estuvo 28 años en el equipo nacional y se agenció más de dos mil medallas), don Marcelino no se apartó del agua de las piscinas, y se sumergió en un nuevo proyecto: entrenar clavadistas.

Viajó a México, país en el que también tuvo éxito en su nueva faceta, “ganamos 56 medallas, 30 de oro, 20 de plata y 6 de bronce”, recuerda.
Posteriormente le ofrecieron trasladarse a Honduras, y no dudó en aceptar.

Es así como en 2002 arribó a Tegucigalpa con el propósito de juntar sus conocimientos y capacidades para ponerlos a la disposición de los nuevos deportistas.

“Cuando llegué tuve que ayudar a limpiar y pintar la piscina olímpica, preparar e instalar trampolines; a mí me gusta el trabajo y a eso vine a Honduras”, dijo don Marcelino, quien de paso mencionó que desde joven aprendió a realizar labores de carpintería, pintura y albañilería.
“Me entregué de lleno a este deporte, estoy enamorado de él”, confiesa el primer entrenador de clavados cubano en venir a Honduras.

“Todos mis alumnos han ganado medallas, porque yo los he trabajado, con mi dinero he comprado tablones y de todo para entrenarlos”, recuerda don Marcelino, sin dejar de mencionar que sus pupilos han participado en varios juegos deportivos, “uno de mis alumnos clasificó en las eliminatorias a Singapur (2010)”.

Don Marcelino recuerda que el mejor atleta que él tuvo, después de una exitosa carrera como clavadista, ahora trabaja como entrenador en Estados Unidos.

Según sus palabras, para ser un clavadista se necesita condición, “yo estudié psicología en la Unión Soviética y saqué la licenciatura en Alemania, utilizo esos conocimientos para trabajar con los grupos de atletas. Después de algunas charlas y de aplicar mis conocimientos sobre psicología, escojo a los clavadistas que tienen las mejores condiciones y los comienzo a preparar. Ningún muchacho se me ha golpeado, yo me paro en el trampolín para protegerlos y con mis manos les he enseñado a realizar unos clavados soñados”.

La gloria que se va...

Cuando miraba que sus alumnos recibían medallas rememoraba la época en la que él era uno de los mejores clavadistas de su natal Cuba, “me siento satisfecho de lo que he hecho, eso valida mi trabajo, mi esfuerzo y mi preparación, pero siento que aún tengo mucho que dar, aunque parece que eso no le importa a las autoridades de este complejo deportivo.

Mi esfuerzo solo lo ven mis exalumnos, los padres de los hijos que entrené y algunos de los trabajadores (de la Villa Olímpica) que me conocen; aquí todos me quieren porque yo me he dado a querer”.

Y es que desde el 17 de diciembre de 2012 don Marcelino dejó de dictar instrucciones a sus aprendices, de llevarse el silbato a la boca para corregir algún clavado o llamar la atención de sus alumnos, de subir al trampolín y recordar las ovaciones o, simplemente, de ver el temor en los ojos de algún primerizo.

Ese día le informaron que prescindirían de él por falta de presupuesto, “no me pagaron preaviso, ni aguinaldo, ni vacaciones, solo me dijeron que ya no me podían dejar como entrenador”, lamenta.

L 7,000.00 fue el último sueldo que recibió. A sus 83 años se convirtió en un desempleado más; él exterioriza su impotencia para revertir esta decisión. Lamenta que lo separen de la disciplina deportiva con la que le dio tantas glorias a Honduras, porque siente y sabe que todavía le queda mucho más por enseñar, por compartir, por ganar...

Esa noticia lo separó de su trabajo como entrenador, pero no lo alejó de su amada piscina olímpica, siempre se le ve en sus cercanías, sentado en una banca o en una esquina, con sus ojos fijos en el agua y, de vez en cuando, en el sol -cuando este se deja ver-. Seguramente piensa en cómo el sol, redondo, brillante y dorado, se asemeja a todas esas medallas de oro que logró como clavadista, y a otras tantas que ayudó a ganar y que se convirtieron en tesoros para jóvenes deportistas hondureños y para el país. Don Marcelino se despidió con esta frase: “Dejemos que el tiempo madure el agua”.

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