San José, Costa Rica
Horas antes de ser ejecutado, Francisco Morazán fue obligado por Antonio Pinto Suárez, “Tata” Pinto, para que le escribiera al general Isidoro Saget a fin de que se rindiera, de lo contrario matarían a ambas familias.
Morazán estaba humillado, pero mantenía incólume su orgullo. Sabía que iba a morir, de eso estaba seguro, pero si hubiese alguna forma de salvar a su familia lo haría.
Esta carta fue publicada por el historiador costarricense Ricardo Fernández Guardia, quien asegura que sí existió, pero el documento es poco conocido en Honduras.
“Tata” Pinto era el jefe del pelotón de fusilamiento, un sanguinario al que nada le hubiese costado matar a las familias de Morazán y Saget.
Saget se encontraba en Puntarenas a la cabeza de 350 hombres cumpliendo instrucciones de Morazán para defender El Guanacaste y esperar nuevas órdenes para el proyecto de reunificación de Centroamérica.
“Tata” Pinto le tenía temor a Saget. “Temía que al conocer la noticia de la revolución contra Morazán, este militar se regresase nuevamente al interior del país con su ejército a tomar represalias”, dice el historiador costarricense Rafael Obregón Loria.
“Este fue el motivo por el cual el general Pinto le pidió a Morazán, poco antes de ser fusilado, que escribiera una carta a Saget ordenándole su rendición y la entrega de sus armas”.
Probablemente esta carta, si en efecto existió, fue redactada antes de escribir el testamento o minutos después.
Este documento es puesto en duda en la biografía a Morazán por el intelectual y político hondureño ángel Zúñiga Huete.
Ante esta duda, el historiador Fernández Guardia explicó en su momento que envió las pruebas del caso al historiador hondureño Rómulo E. Durón y este quedó satisfecho.
EL HERALDO reproduce este histórico documento:
“Sr. General Isidoro Saget.
Del momento rendirá usted las armas poniéndolas a disposición del comandante general de Costa Rica, señor Antonio Pinto, sin omitir entregar todos los elementos de guerra que hayan salido a Puntarenas, Guanacaste, etc., con todo lo destinado para la guerra naval.- Estoy preso con varios de mis oficiales de los pocos que quedan vivos en la terrible derrota que he sufrido, habiéndose principiado la guerra por un pronunciamiento el domingo 11 y concluido antes de anoche, fecha 14, a las cuatro y media de la mañana, con considerable pérdida de hombres que me auxiliaban.- El ejército de los cuatro pueblos pronunciados a la vez consta de más de cinco mil hombres que sólo presentan un semblante investido del furor propio del más valiente guerrero. No hay fusil, rifle, lanza, etc, que no esté en mano para obrar contra usted en su caso. Yo muero dentro de tres horas de este día y estoy cierto que mi familia también perecerá en manos de pueblos llenos de calor como están todos los aliados. Usted y la tropa de su cargo serán víctimas sin alguna duda si opone la menor resistencia; así es que la existencia de mi desgraciada familia, como la de usted y oficiales, depende forzosamente del rendimiento de usted, a quien encarecidamente suplico como amigo y ordeno como su jefe ejecute esta orden. No omito decirle que las garantías para mi familia, jefes, oficiales, etc., que a usted acompañan, son ciertas y seguras, al paso que quedarían fuera de la ley si de algún modo hubiese oposición y entonces mi triste familia será la primera que me siga al sepulcro”. Según el historiador Obregón Loria, “para poner esta carta en manos de Saget, el general Pinto comisionó a dos personas, que fueron el doctor José María Castro y don Francisco Giralt”.
“Al mismo tiempo les encargó le ofreciesen a dicho militar las más amplias garantías si accedía a su rendimiento, y además, que se harían gestiones ante los gobiernos de Centroamérica para que todos los oficiales y soldados del Ejército de Morazán pudiesen regresar a sus hogares”.
Los comisionados llegaron a Puntarenas a cumplir la misión. “Saget reaccionó al principio violentamente y amenazó con venir a vengar la muerte de su caudillo. Luego, se alejó con sus barcos de las playas costarricenses rumbo al norte, sin entregar el armamento, pero antes sus soldados se introdujeron en muchas casas de Puntarenas y de Esparza, donde robaron todo lo que les pareció”, dice el historiador.
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