Por Peter Baker/ The New York Times
En su clausura de campaña en el Ellipse, un área de reunión cerca de la Casa Blanca, Kamala Harris desdeñó a Donald J. Trump como un caso atípico que no representaba a Estados Unidos: “Eso no es lo que somos”.
De hecho, resulta que eso puede ser exactamente lo que son los estadounidenses. Al menos la mayoría de ellos.
La suposición de que Trump representaba una anomalía que finalmente quedaría relegada a la historia se la llevó una corriente republicana que arrasó con la comprensión de Estados Unidos que durante mucho tiempo había sido cultivada por la élite gobernante de ambos partidos. El establishment político ya no puede descartar a Trump como una acotación temporal en la larga marcha del progreso, una peculiaridad que de alguna forma se coló a la Casa Blanca en una victoria rara y excepcional en el Colegio Electoral hace ocho años.
Con su recuperación de la Presidencia, Trump se ha establecido como una fuerza transformadora que remodela a Estados Unidos a su propia imagen.
El desencanto populista con la dirección de la nación y el resentimiento contra las élites resultaron ser más profundos de lo que muchos en ambos partidos habían reconocido. La campaña de Trump, impulsada por la testosterona, explotó la resistencia a elegir a la primera mujer Presidenta. Y aunque decenas de millones aún votaron contra Trump, él nuevamente aprovechó la sensación, entre muchos otros, de que el País que conocían se estaba desvaneciendo, bajo asedio económico, cultural y demográfico.
Para contrarrestar eso, esos electores ratificaron el regreso de un descarado campeón de 78 años dispuesto a tomar medidas radicales aún si ofende sensibilidades. Cualquier inquietud respecto a su líder elegido quedó hecho a un lado. Como resultado, por primera vez en la historia, los estadounidenses han electo como Presidente a un criminal convicto. Devolvieron el poder a un líder que intentó anular una elección anterior; pidió el “fin” de la Constitución para recuperar su cargo; aspiró a ser un dictador el Día 1 y prometió imponer “castigo” a sus adversarios.
“El verdadero Estados Unidos se convierte en el Estados Unidos de Trump”, dijo Timothy Naftali, historiador presidencial en la Universidad de Nueva York. “Francamente, el mundo dirá que si este hombre no quedó descalificado por el 6 de enero, que fue increíblemente influyente en todo el mundo, entonces este no es el Estados Unidos que conocíamos”.
Para los aliados de Trump, la elección reivindica su argumento de que Washington ha perdido piso, que Estados Unidos es un País cansado de las guerras en el extranjero, la inmigración y lo políticamente correcto.
“La Presidencia Trump habla de la profundidad de la marginación que sienten quienes creen que han estado en el desierto cultural durante demasiado tiempo y de su fe en la única persona que ha dado voz a su frustración y su capacidad para ponerlos al centro de la vida estadounidense”, dijo Melody C. Barnes, directora del Instituto Karsh de Democracia de la Universidad de Virginia y ex asesora del Presidente Barack Obama.
En lugar de sentir rechazo por las proclamaciones de Trump basados en la ira en temas de raza, género, religión, origen nacional e identidad transgénero, muchos estadounidenses los encontraron estimulantes. En lugar de sentirse ofendidos por sus mentiras descaradas y sus descabelladas teorías de conspiración, muchos lo encontraron auténtico. En lugar de desestimarlo como un delincuente declarado por varios tribunales como un estafador, un tramposo, un abusador sexual y un difamador, muchos aceptaron su afirmación de que era objeto de persecución.
“Esta elección fue una tomografía computarizada del pueblo estadounidense y, por difícil que sea decirlo, por penoso que sea nombrarlo, lo que reveló, al menos en parte, es una afinidad aterradora con un hombre de corrupción sin límites”. dijo Peter H. Wehner, ex asesor estratégico del Presidente George W. Bush y crítico vocal de Trump. “Donald Trump ya no es una aberración; él es normativo”.
El hecho de que Trump haya podido recuperarse de tantas derrotas legales y políticas fue un testimonio de su notable resiliencia y desacato. También se debió en parte a los fracasos del Presidente Joseph R. Biden Jr. y de Harris, su Vicepresidenta. La victoria de Trump fue un repudio a una Administración que aprobó amplios programas de ayuda pandémica, gasto social y cambio climático, pero que se vio obstaculizada por la alta inflación y la inmigración ilegal, que fueron controladas demasiado tarde.
Además, Biden y Harris nunca pudieron descubrir cómo canalizar la ira que impulsa el movimiento de Trump o responder a las guerras culturales que fomenta.
Una vez que tomó el relevo de Biden, Harris inicialmente enfatizó una misión positiva y llena de alegría hacia el futuro, consolidando a demócratas entusiasmados detrás de ella, pero no fue suficiente para ganarse a los electores indecisos. Volvió al enfoque de Biden de advertir sobre los peligros de Trump y el fascismo incipiente que ella dijo él representaba. Eso tampoco fue suficiente.
“La coalición que los eligió quería que unieran al País y no lo lograron”, dijo Carlos Curbelo, ex diputado y republicano anti Trump de Florida. “Eso ha resultado en una mayor desilusión con la política de nuestro país y empoderó a la base de Trump”.
Harris predicó la unidad en sus últimos días, pero su mensaje quedó corto frente al mensaje de beligerancia de Trump. Las elecciones reforzaron lo polarizado que se ha vuelto el País. Es una era tribal, un momento de nosotros contra ellos, en el que cada lado está tan divorciado del otro que les resulta difícil incluso comprenderse mutuamente.
La resurrección política de Trump también destacó un aspecto subestimado del experimento democrático estadounidense de 248 años. A pesar de todo su compromiso con el constitucionalismo, Estados Unidos ha visto momentos antes en los que el público anhelaba un hombre fuerte y mostró la voluntad de otorgarle a esa figura una autoridad descomunal, a menudo en épocas de peligro nacional.
“Trump ha estado condicionando a los estadounidenses a lo largo de esta campaña para que vean la democracia estadounidense como un experimento fallido”, dijo Ruth Ben-Ghiat, historiadora y autora de “Strongmen: Mussolini to the Present”. Al elogiar a dictadores como el Presidente Vladimir V. Putin de Rusia y el Presidente Xi Jinping de China, dijo, “ha utilizado su campaña para preparar a los estadounidenses para la autocracia”.
Ella citó su adopción de frases de los léxicos nazi y soviético, como calificar a sus oponentes como “alimañas” y “enemigos internos” mientras acusaba a los inmigrantes de “envenenar la sangre de nuestro País” y sugerir que podría usar al Ejército para hacer una redada de sus oponentes.
Otros advirtieron contra asumir que Trump cumpliría sus amenazas más extravagantes. Marc Short, quien fue jefe de gabinete de Mike Pence cuando éste fue Vicepresidente de Trump, dijo que no estar preocupado por una ola de represalias.
Pero Short predijo otros cuatro años de caos. “Preveo mucha volatilidad —de personal, pero también importantes bumeranes en materia de políticas”, dijo. “Tendrás una postura un día y otra al día siguiente”.
La victoria de Trump también suma al argumento de que el País no está preparado para una mujer en la Oficina Oval. Trump, un tres veces casado adúltero admitido acusado de conducta sexual inapropiada por más de dos docenas de mujeres, ha derrotado por segunda vez a una mujer con más experiencia en cargos públicos que él.
Según las encuestas de salida, la mayoría de los partidarios de Harris eran mujeres, mientras que la mayoría de los de Trump eran hombres. Sin embargo, aunque la mayoría de las propuestas sobre el derecho al aborto fueron aprobadas en varios Estados el día de las elecciones, la cuestión no galvanizó a las mujeres al grado que esperaban los demócratas en la primera carrera presidencial desde la revocación de Roe v. Wade, que había garantizado un derecho constitucional a un aborto.
El ataque al Capitolio por una turba de partidarios de Trump el 6 de enero del 2021, que buscaba detener la finalización de la victoria de Biden en el 2020, ahora ha pasado de ser un ataque mortal a la democracia a ser un acto patriótico que generará los indultos prometidos por el Presidente recién reelecto. Con el regreso de Trump al poder, dijo Naftali, “el veredicto final del 6 de enero es que en el Estados Unidos moderno se puede hacer trampa y el sistema no es lo suficientemente fuerte como para contraatacar”.
Si Trump cumple sus promesas de campaña, someterá al “estado profundo” y perseguirá a sus oponentes políticos “traidores” en ambos partidos y en los medios de comunicación. Al hacerlo, tendrá una legitimidad que no tuvo la última vez. Tendrá más libertad, un conjunto de asesores más alineados y posiblemente ambas cámaras del Congreso.
Resulta que la era Trump no fue un interregno de cuatro años. Suponiendo que termine su nuevo mandato, ahora parece ser una era de 12 años.
Es, después de todo, el Estados Unidos de Trump.