Por: Emily Anthes/ The New York Times
Cuando mi marido y yo llevamos a nuestra gata al veterinario a principios del año pasado, esperábamos oír que no teníamos de qué preocuparnos. Olive, una gatita carey de pelo largo, era asustadiza por naturaleza. Eso hacía que fuera difícil saber cómo se sentía, y a veces cómo encontrarla.
Pero días antes, habíamos empezado a preguntarnos si podría estar enferma. ¿Parecía más reservada de lo normal? El veterinario notó que las encías de Olive estaban pálidas y que su corazón estaba acelerado. Un análisis de sangre reveló que tenía anemia severa.
Así inició un suplicio de meses con repetidas visitas a la unidad de cuidados intensivos veterinarios, más de una docena de transfusiones de sangre y pocas respuestas.
“Los gatos han sido muy poco estudiados”, dijo Elinor Karlsson, genetista en la Facultad de Medicina Chan de la Universidad de Massachusetts y el Instituto Broad.
Muchos veterinarios trataban a los gatos como perros pequeños, empleando pruebas y tratamientos desarrollados para canes. Pero con el tiempo se ha hecho evidente que lo que funciona para Firulais puede ser inútil o peor para Misifús.

Por ejemplo, los perros y los gatos metabolizan los medicamentos de manera diferente.
Mi esposo y yo siempre hemos intentado ayudar a todas nuestras mascotas. Pero llevar a los gatos al veterinario era más estresante, tanto para ellos como para nosotros, que llevar a los perros. Y los gatos no parecían necesitar tanta atención médica. Ahora sospecho que quizá pasamos por alto los síntomas de la enfermedad.
De hecho, los gatos disfrazan los síntomas. Los perros con artritis suelen desarrollar cojeras notables, mientras que muchos gatos con artritis no muestran señales de cojera, dijo Karen Perry, cirujana ortopédica veterinaria con enfoque en felinos en la Universidad Estatal de Michigan. Quizás simplemente salten al sofá con menos frecuencia.
Los veterinarios concluyeron que el sistema inmunológico de Olive estaba destruyendo sus glóbulos rojos. Pero no pudieron determinar qué lo había desencadenado ni encontrar un medicamento que la ayudara. Uno sugirió extirparle el enorme bazo, que probablemente era donde se estaban destruyendo sus glóbulos rojos. Le escribí a otra veterinaria para obtener una segunda opinión. “La esplenectomía no es la peor opción”, respondió, señalando que era un tratamiento establecido para humanos con afecciones similares. “Simplemente no tenemos datos en medicina veterinaria, especialmente con gatos”.
El año pasado, Karlsson dio a conocer Darwin’s Cats, un proyecto científico comunitario global para comprender las bases genéticas de la salud y el comportamiento felinos. El equipo de Karlsson ha estado investigando si se podría secuenciar un genoma a partir de unas pocas hebras de pelo.
Olive falleció unos meses después de enfermarse. Nunca tuvimos la oportunidad de intentar la cirugía.
Pero teníamos un mechón de pelo de Olive. Lo entregué a Darwin’s Cats. Era posible que hubiera respuestas ahí, si alguien buscaba.
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